LA HABANA, Cuba.- Remigio tiene 74 años y es zapatero, como lo fueron su padre y su abuelo antes que él. A estas alturas, perdida la fe en casi todo y tratando de vivir lo que le queda sin grandes sobresaltos, no presta demasiada atención a las noticias ni los debates. Sin embargo, el anuncio de la visita de los reyes de España lo sacó de su marasmo, especialmente las palabras de Felipe VI en las que aseguraba que su presencia en La Habana no debía ser interpretada como respaldo al régimen; sino “de apoyo al pueblo cubano”.
En la lógica de un hombre como Remigio, educado en otra época y bajo otros preceptos morales, “quien acepta invitaciones de delincuentes es porque simpatiza con ellos, lo demás es cuento”. Incluso para él, que raramente se interesa por los temas políticos, es evidente que los reyes de España vienen a Cuba para “amarrar” intereses económicos de sus empresarios, amenazados por el aumento de las sanciones impuestas por la Casa Blanca. Le resulta hipócrita y de muy mal gusto que Felipe VI, o cualquier otro invitado de alcurnia, se declaren a favor de un pueblo que sufre penurias insospechadas para quienes nacieron en cuna de oro.
Los reyes de España están a años luz de la realidad de los cubanos. El intercambio cultural, el propósito de zanjar ciertos malentendidos con una antigua colonia y los agasajos por el 500 aniversario de la Villa de San Cristóbal de La Habana, no pasan de ser pretextos corteses, triviales, que enmascaran los verdaderos motivos de una visita cargada de presiones y expectativas.
No hay voluntad política ni interés por el bienestar de los cubanos. Es una cuestión económica lo que ha obligado a la real pareja a colocarse en el blanco de las críticas por aceptar el convite de un régimen que este año ha marcado récord de represión contra opositores políticos, activistas por los derechos humanos y periodistas independientes. Sus majestades Felipe y Letizia harán en La Habana lo que mejor saben hacer: figurar. Sonreirán, cosidos y pespunteados, frente a las cámaras. Serán llevados de aquí para allá como lo fueron Carlos de Inglaterra y Camila de Cornualles hace pocos meses, sin que por ello se armara algarabía.
Solamente Barack Obama se ha reunido con la disidencia política. Ni los Papas, ni otros Jefes de Estado en representación de sus democráticas naciones, han aceptado despachar con la sociedad civil cubana que no comulga con el régimen y sobrevive a pesar de las continuas violaciones a sus derechos ciudadanos. Es absurdo esperar que los reyes de España asuman semejante compromiso, máxime si de ellos solo se espera lo justo para la postal de recuerdo, en nombre de quienes verdaderamente cortan el pastel en la Madre Patria.
Su paso por La Habana no hará diferencia en la vida de este pueblo sacrificado bajo el totalitarismo más longevo de América Latina. Cualquier cubano medianamente avisado lo sabe; pero sí hay muchos que observan con recelo esta desmedida zalamería entre un régimen que ha utilizado la historia nacional para exacerbar ciertos rencores en la población, y nuestra antigua metrópoli, cuyos abusos han sido deliberadamente obviados en favor de esta conveniente “normalización”.
No pueden perdonarse la insolencia de aquel marine norteamericano que orinó sobre la estatua del Apóstol, ni la corruptela de algunos gobiernos republicanos, ni lamentables capítulos del diferendo que Obama, durante su discurso ofrecido ante la sociedad civil cubana, invitó a dejar atrás para contribuir al nacimiento de una relación más provechosa entre Cuba y Estados Unidos. Ninguno de esos agravios puede descansar en paz; pero sí el exterminio de nuestros aborígenes, la Creciente de Valmaseda, el asesinato de los ocho estudiantes de medicina, la espantosa reconcentración de Valeriano Weyler, o la muerte de José Martí y Antonio Maceo.
No se trata de exacerbar el patriotismo aletargado a costa de lo que ocurrió hace siglos; ni renegar de los lazos culturales que nos unen a España. Pero un sentimiento innombrable se revolvió en algunos cubanos cuando a propósito de la visita de Pedro Sánchez, en noviembre de 2018, escucharon a Eusebio Leal afirmar que “España no debe perder Cuba por segunda vez”. Esa desconcertante frase, pronunciada por un hombre que ha estudiado con fruición la historia de Cuba, no solo deja entrever un inesperado pesar por haber perdido la condición de colonia; sino que resta mérito a las gestas independentistas del siglo XIX contra la metrópoli europea.
Siendo pues la historia de Cuba una carta que se juega a conveniencia, no sería extraño que en esta nueva guerra hispano-cubano-norteamericana, el régimen, acorralado, hiciera disimulada genuflexión ante el rey Felipe, sellando así algún tipo de “anexión con independencia” favorable a España, con la cual no hay que tomarse las cosas tan a pecho porque, a fin de cuentas, somos igualitos.
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