LA HABANA, Cuba. – Ciertamente, ni la Posición Común ni el embargo han logrado forzar cambios significativos en la realidad cubana ni han debilitado a la dictadura. Tampoco la distensión y los intentos de acercamiento político lo han hecho. El régimen nunca se ha sentado en una mesa de negociaciones cuya agenda implique compromisos con el respeto irrestricto a los derechos humanos de los cubanos.
Hoy por hoy los motivos por los cuales se establecieron tanto el embargo como la Posición Común se mantienen en pie, mientras en la Isla las detenciones arbitrarias, los encarcelamientos, los juicios amañados, las golpizas y mítines de repudio, los encierros domiciliarios, los allanamientos y otras lindezas represivas, se han incrementado en los últimos años.
El régimen no solo se recicla sino que se ha vuelto creativo. Ahora dicta medidas que flexibilizan relativamente la rigidez de las décadas de fidelismo, como la permisión a los cubanos de la compra de computadoras y del servicio de telefonía celular, del hospedaje en hoteles antes solo destinados al turismo extranjero, la compra-venta de casas y automóviles, el restablecimiento del trabajo por cuenta propia en varios renglones de la economía interna y desde enero de 2013 la supresión (aunque condicionada) del permiso de salida para viajar, entre otras, todas ellas con poco o nulo impacto al interior de la Isla. Sin embargo, con esto ha logrado que una parte de la opinión pública perciba “signos de progreso” en materia de derechos humanos en Cuba.
Diálogo o confrontación
Nos agrade o no, existen intereses externos hacia Cuba destinados a incidir con fuerza en el juego político. Son intereses pragmáticos, razón más que suficiente para dejar de lado los romanticismos y las pasiones y tratar de utilizar la coyuntura de forma racional. La situación actual ha variado respecto de años anteriores, pero las opciones para promover los cambios siguen siendo las mismas: confrontación o diálogo.
La confrontación desde el exterior no ha tenido el éxito esperado ni ha acortado el tiempo de la dictadura; en cambio, ha alimentado la retórica oficial. En cuanto al interior de Cuba, sabemos que no se producirán una Primavera Árabe, manifestaciones públicas ni levantamientos populares, no porque el pueblo apoye de manera aplastante la gestión del gobierno o confíe en el sistema, sino porque objetivamente no existen fuerzas organizadas ni capacidad de convocatoria en la sociedad civil para hacer esto posible, por razones que no resulta oportuno analizar aquí.
Por demás, la mayoría de los cubanos y la casi totalidad de la disidencia rechazan la vía violenta y apuestan por el diálogo, lo que no significa una renuncia a democratizar el país. Por el momento, el signo más visible de disidencia lo sigue marcando el éxodo.
El diálogo, por su parte, podría ser la opción más viable y menos traumática tras medio siglo de desgaste sin resultados. Es, además, una vía inédita, debido a la reticencia de un régimen sobrado en consignas para atizar la beligerancia pero pobre en argumentos a la hora de defender sus posiciones ante una mesa de negociaciones. Así, el reto para el éxito de una negociación estribaría, por una parte, en las habilidades políticas de los interlocutores, cuáles serían las agendas –piedra angular de todo diálogo– y los beneficios de las partes; y por otra, en lograr que el régimen no imponga su programa.
Hasta el momento, la oposición, con sus reclamos de plenos derechos y libertades democráticas, nunca ha sido considerada como posible dialogante, so pretexto de la descalificación oficial (“organizaciones mercenarias al servicio de una potencia extranjera”). Tampoco ha conseguido la fuerza social ni la coordinación interna suficiente para imponer su representación en una mesa de diálogo. Por esta razón las esperanzas de la oposición y de otros sectores de la sociedad civil residen en que las agendas de los interlocutores reconocidos por el régimen incluyan sus reivindicaciones. En tal caso, el diálogo se presentaría como una opción positiva.
Las partes del elefante
La conveniencia o no de buscar un camino de diálogo y acercamiento con el régimen de La Habana suele comportarse al estilo de aquella fábula en la que cinco ciegos describen al elefante según la parte del animal que cada uno palpa, de forma tal que ninguno alcanza a formarse una idea completa de su verdadera fisonomía.
En la saga cubana, el paquidermo sería el camino del diálogo, ante el cual cada sujeto o grupo se aferra solo a una parte, mientras la solución permanece fragmentada e inalcanzable. El asunto no es trivial, puesto que cualquier paso que se tome en las actuales circunstancias influirá decisivamente en el destino, no ya de los intereses de empresarios y políticos de acá y acullá por separado, sino de millones de cubanos. Huelga decir que nos concierne a todos.
Valdría, entonces, superar las catarsis a fin de apuntar soluciones más actuales; algo fácil de decir, pero difícil de hacer. El escenario es complejo y los actores múltiples, con roles diversos, no siempre suficientemente claros, por tanto lograr programas y acciones comunes parece inalcanzable a la luz del escenario actual. Y mientras los cubanos perdemos el tiempo dirimiendo si se trata de galgos o de podencos, el régimen de La Habana continúa ganándolo.
Los factores de presión
En otro nivel de análisis, el embargo de EEUU, vigente desde 1962 como respuesta ante las confiscaciones de las propiedades estadounidenses en Cuba, ha sido un factor tan importante de presión sobre el régimen que ha ganado protagonismo en el discurso oficial, en particular desde el desplome del comunismo europeo, constituyéndose –a la vez que la justificación más expedita para mantener el estado de sitio al interior de Cuba– en el vórtice sobre el que giran los enfoques de los cubanos de la oposición y de la emigración. La medida, fundada sobre bases económicas, pronto devino fundamento político de las relaciones entre los gobiernos de ambos países.
Pese a esto, la actual administración estadounidense ha dado pasos en la flexibilización del embargo sin que se registre una respuesta equivalente en materia de derechos humanos por el régimen castrista.
Ahora bien, para que el levantamiento del embargo resultara en beneficio de los cubanos tendrían que existir las premisas políticas y las garantías jurídicas necesarias y suficientes para el pleno ejercicio de las libertades que hasta hoy nos son negadas. Tales premisas se aplicarían también a los empresarios cubanoamericanos que eventualmente invirtieran en Cuba.
Por lo pronto, más allá de encuestas y especulaciones, nada sugiere aún que el embargo será derogado a corto plazo. En cuanto al empresariado cubanoamericano como potencial inversionista en la Isla, todavía se desconocen sus credenciales u otros detalles de sus (hasta ahora) supuestos acuerdos con la casta verde olivo, por lo que cualquier ataque contra ellos es anticipado. No obstante, en un escenario de transición serían una opción plausible y oportuna.
La Posición Común, por su parte, surgida en 1996 sobre bases esencialmente políticas, no ha sido impedimento para las inversiones de empresarios europeos en Cuba, no ha obstaculizado la firma de acuerdos bilaterales con países de ese continente ni ha condicionado el comercio de los miembros de la UE con la Isla. Como instrumento de presión política aporta las condiciones propicias para establecer un diálogo con La Habana.
No es “confiar”, sino de actuar
Algunos analistas que privilegian la opción del diálogo han señalado que la oposición democrática en la Isla y quienes desde el exterior simpatizan con su causa deben estar alertas en torno a la agenda de las negociaciones de la UE con La Habana, a fin de que ésta incluya el respeto a los derechos humanos, largamente vulnerados aquí. Sin embargo, para esto sería cardinal que las representaciones diplomáticas europeas ampliasen el intercambio con los actores de la sociedad civil y que éstos consolidasen también posiciones comunes. Esto último ha sido un escollo tan fuerte para el triunfo de sus propuestas como la propia represión gubernamental.
Hoy los planes de la UE conducen a un mayor avance, complementados por los contactos que ha sostenido regularmente desde 2013 con el Grupo Consultor de la sociedad civil independiente, una amplia y diversa representación de activistas quienes constituyen un elemento de intercambio importante al transmitir propuestas y servir de puente, a través del cual se actualiza periódicamente un informe sobre la situación real en la Isla y sus posibles salidas.
Esto plantea un precedente que favorecería la inclusión de las aspiraciones de un sector nunca antes llevadas a una agenda de diálogo, legitimándolo y facilitando su inserción en negociaciones futuras. Sería el inicio de una política de presión más completa y potencialmente más efectiva que la seguida hasta el momento y una posibilidad a la que no deben permanecer ajenos los representantes de todas las tendencias de la disidencia interna cubana.
Por el momento, la intención de la UE se orienta a la búsqueda de acuerdos de cooperación bilaterales sin que esto constituya un cambio respecto a la Posición Común. No obstante, las presiones políticas de ésta serían más efectivas en la medida en que la sociedad civil cubana ganara en fuerza y cohesión. En ese sentido, asumir el diálogo de la UE con La Habana como una oportunidad y ponerse en consonancia, disminuiría los riesgos de un nuevo fiasco y ayudaría a superar los escepticismos.