LA HABANA, Cuba. — Desde el pasado 22 de agosto, la actual vicepresidente argentina, Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner, se ha mantenido ocupando lugares destacados en los noticiarios internacionales. Primero fue la tremenda acusación que se formuló contra ella —por la cual le piden 12 años de prisión en lo que el fiscal Diego Luciani llamó “la mayor maniobra de corrupción del país”—; después, un intento de atentado a su persona ha dado que hablar aún más.
Sobre la trama de peculado que tiene como centro a la polémica dama, no hay mucho que expresar. Lo más llamativo es un antiguo empleado subalterno que, sin tener calificación ni experiencias en asuntos de la construcción, de la noche a la mañana se convirtió en cabeza de una compañía de ese ramo. Y conviene aclarar que esta entidad, contra todo lo que cabía esperar, alcanzó un éxito fulgurante.
En contra de cualquier pronóstico razonable, la compañía, encabezada por quien ahora es acusado de ser un simple testaferro de los Kirchner, alcanzó a ganar más de la mitad de las licitaciones convocadas cuando alguno de los miembros de la pareja ocupaba la Presidencia de la Nación. Los cristinistas furibundos desean creer que se trató de una mera coincidencia. Los detractores de la señora, por el contrario, consideran que esa predilección no es gratuita, sino que constituye la prueba más irrefutable de la connivencia entre el improvisado empresario y el matrimonio de políticos corruptos.
En cualquier caso, los “socios listos del Siglo XXI” (con algunas excepciones nacidas de intereses coyunturales) se apresuraron a expresar su solidaridad con la Vicepresidenta. No les importó que uno de los implicados (el secretario de Obras Públicas kirchnerista José López) fuera sorprendido en una actividad muy poco edificante: tratar de esconder en un convento bolsos que contenían la friolera de nueve millones de dólares en efectivo.
Por supuesto que la Cuba castrista no podía quedar atrás: en sus cuentas de Twitter, el Presidente y el Ministro de Relaciones Exteriores de la “continuidad” se sumaron a la campaña de solidaridad con la Viuda de Kirchner. Miguel Díaz-Canel, por ejemplo, expresó que la Vicepresidente, “bajo despiadado acoso mediático, vuelve a enfrentar un proceso judicial políticamente motivado”. Y concluyó: “Recibe desde Cuba toda nuestra solidaridad, querida Cristina”.
Pero he aquí que, hace una semana, el escándalo de malversación cayó en el silencio. En la noche del primero de septiembre, un sujeto —que, por más señas, es brasileño y no argentino— se acercó a la señora Fernández mientras esta saludaba a uno de los grupos de apapipios que, sin hacer caso de acusaciones, concurren día tras día al domicilio de la principal encartada para testimoniarle su apoyo incondicional. El individuo gatilló dos veces una pistola contra la alta funcionaria.
Todo en este tremebundo atentado parece una lúgubre comedia de errores. El aspirante a magnicida llegó frente a su hipotética víctima, blandió ante ella su arma de fuego y la accionó —repito— varias veces, pero sin lograr realizar ni un disparo. Los guardias de seguridad, que se supone que no deberían faltar cuando se trata de la segunda magistrada de la República, brillaron por su ausencia.
Al respecto, uno de los opositores más prominentes de Cuba, el licenciado Guillermo (Coco) Fariñas Hernández, rememoró sus tiempos de cadete de Seguridad Personal. En ese contexto, recordó que, en una de sus lecciones, se planteaba que, cuando una “figura valiosa” sufría un atentado, lo primero a hacer era evacuarla de modo inmediato.
Ese protocolo de actuación resulta absolutamente lógico: al realizarse el atentado, se sabe que las medidas de seguridad que amparaban a la “figura valiosa” han fracasado. Si la agresión no ha tenido éxito, se desconoce si su autor actuaba en solitario o si, por el contrario, era sólo el primero de un hipotético conjunto de atacantes. Ante esas realidades, por supuesto que la evacuación inmediata es lo aconsejable.
¡Pero también esto brilló por su ausencia en la supuesta intentona contra Cristina Fernández! Por ello no debe sorprender que el supuesto atentado, que vino de perillas para hacer olvidar la acusación contra la Viuda de Kirchner, sea impugnado. Por ejemplo, un exmiembro de la CIA, Guillermo Cueto, afirmó que se trata de “un montaje”.
El antiguo agente de inteligencia dijo sobre Sabag Montiel: “Creo que no estaba allí para hacer un magnicidio, sino para hacer la apariencia de un magnicidio”. A mayor abundamiento, el señor Cueto menciona también la reacción de los socios y amigotes de Cristina, quienes se movilizaron de manera fulminante para solidarizarse con ella y sus políticas.
Sin venir mucho al caso, el presidente argentino Alberto Fernández decretó de inmediato un feriado nacional. En la práctica, el día de asueto sirvió para que todos los kirchneristas que lo desearan pudieran asistir a alguno de los innumerables actos de solidaridad con Cristina que se celebraron a todo lo largo y ancho del país. Un acto de politiquería evidente y obscena.
La reacción gubernamental al supuesto atentado despierta asimismo otras justificadas inquietudes. La agresión de Sabag Montiel —que, de ser real, representaría los actos de un extranjero desequilibrado— intentan ser presentados ahora como el resultado inevitable de un hipotético “discurso de odio” de la oposición antikirchnerista. En ese contexto, quienes aceptaran que hubo un peculado desenfrenado de los Kirchner (o, si al caso vamos, quienes simplemente no sientan simpatías por la señora Cristina) estarían haciéndose copartícipes de ese repudiable “discurso de odio”.
Todo este montaje se presta para otras arbitrariedades. Como señalan los colegas José Gregorio Martínez y Marcelo Duclos en un trabajo conjunto colgado en PanamPost, el kirchnerismo, so pretexto de la agresión, “anticipa una serie de peligrosos proyectos”. Como dicen los autores en una pregunta que figura en el título de su artículo: ¿Será el supuesto atentado contra CFK “la excusa para implementar una dictadura”?
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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