¿No se acuerdan de la parametración?


LA HABANA, Cuba.- Si abril era el mes más cruel para el poeta anglo estadounidense T. S. Eliot, para los escritores y artistas cubanos siempre ha sido una pesadilla. Descalificaciones, censura, marginación y cárcel por “desviaciones” ideológicas, sexuales y religiosas convirtieron en caos la libertad de creación.
Mientras las denominadas Palabras a los intelectuales (“Dentro de la revolución, todo; contra la revolución, nada”), pronunciadas por Fidel Castro significaron un corralito político para la obra artística y literaria en Cuba, las diatribas de abril transformaron en dóciles carneros a los autores cubanos.
Desde la publicación en la revista Verde Olivo el 11 de abril de 1965 del libro El socialismo en Cuba, escrito por el Ché, donde se afirma que el “pecado original” de los intelectuales es no haber luchado contra Batista, hasta el Primer Congreso de Educación y Cultura, todo transcurrió de mal en peor.
Consumada con anterioridad la censura de proyectos culturales, libros, películas, música “decadente”, y obras de danza y teatro, la celebración del Congreso (23-30 de abril de 1971), fue un punto de radicalización de la cultura dentro de la Isla, y una ruptura con sus cultores en el exterior.
La revolución cubana, criticada por amigos y enemigos a nivel internacional por el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla, inauguró durante el Congreso una política de represión e intolerancia que trascendió el ámbito nacional, y para no perder la costumbre, estableció medidas radicales en abril.
La celebración de un exorcismo cultural o sainete político montado en medio de la UNEAC para que Padilla (liberado luego de 38 días en prisión), se auto inculpara -al mejor estilo soviético- de ser un enemigo de la revolución, dio rienda suelta a nuevas críticas en la declaración final y en el discurso de Fidel.
Como plomo caliente cayó sobre los intelectuales presentes la declaración final del congreso, al condenar toda “forma de intelectualismo, el homosexualismo y otras aberraciones sociales, cualquier forma de práctica religiosa, y afirma que el arte sólo debe estar al servicio del pueblo”.
Por otra parte, y en el discurso de clausura, Fidel arremetió contra los intelectuales occidentales (Sartre, Vargas Llosa, Rulfo, Cortázar, Moravia, Goytisolo, Octavio Paz, entre otros más de treinta firmantes de una carta publicada en Le Monde), y acuñó que “El arte es un arma de la revolución”.
Un año después llegó la parametración que, nacida de la declaración final del congreso, dictaba que “no es permisible que por medio de la calidad artística reconocidos homosexuales ganen influencias que incidan en la formación de nuestra juventud”, que tuvo plasmación jurídica y status delictivo en una Ley.
Más de tres décadas después, a partir del viernes próximo y hasta el domingo, el Palacio de las Convenciones de Cuba recibirá a víctimas y victimarios de una política cultural sometida a similares patrones ideológicos y políticos, que los pondrá a cacarear como gallinas cluecas el guión escrito desde el poder.
Controladas las lenguas y tomados de las manos, muchos comprometidos con los actos más deleznables en la cultura nacional, unirán sus voces en este VIII Congreso de la UNEAC.