LA HABANA, Cuba. – Cada pueblo tiene sus hábitos que se transmiten de generación en generación. Así, millones de cubanos no concebimos despertar sin, al menos, esa primera tacita de café que sentimos nos da ánimo para enfrentar el día a día. Del mismo modo acostumbramos brindar café a las visitas. Tanto es así, que no hacerlo nos parece una descortesía.
No se sabe con certeza quién trajo las primeras semillas de café a nuestro país. Una versión bastante extendida cuenta que don Juan Gelabert sembró las primeras posturas en su finca del Wajay en 1746. Ya para fines del siglo se habían plantado extensas áreas del grano, aunque aún nuestros caficultores no contaban con las técnicas adecuadas. Durante el breve período de dominación inglesa se le dio un gran impulso a la producción cafetalera con la apertura al mercado internacional. Pero nada tuvo tanta repercusión en el auge del café cubano como la sublevación de los esclavos haitianos en 1803, cuando miles de colonos franceses y dominicanos se establecieron en distintos puntos de nuestra geografía y aplicaron sus técnicas y métodos de cultivo y beneficio.
Por cierto que tanto el arbusto como la bebida jugaron a su vez un papel en los esfuerzos de libertad del pueblo cubano. En 1762, por ejemplo, se crearon las llamadas “casas de café”, donde el disfrute de la aromática infusión servía de cortina para conspirar contra el gobierno colonialista. Las actividades subversivas se llevaban a cabo con tal discreción que las autoridades no las percibieron sino hasta una década después. Un siglo más tarde, durante las guerras de independencia, también nuestros cafetales ampararon reuniones de insurrectos y mambises.
Sin embargo, las guerras de independencia afectaron de tal modo este cultivo que según censos de 1901 en vísperas de la República apenas existían algo más de 1.000 cafetales en precarias condiciones. No fue hasta el gobierno de Gerardo Machado que se dieron nuevos pasos para proteger esa industria, con la promulgación en 1927 de aranceles proteccionistas que determinaron el resurgimiento de miles de cafetales y el descenso vertiginoso de la importación, de manera que ya para 1939 se exportaban alrededor de 200.000 quintales anuales. El café se convirtió en uno de los principales renglones de nuestra economía y una significativa fuente de empleo para los trabajadores agrícolas, pues al no coincidir su cosecha con la zafra azucarera miles de jornaleros se ocupaban en la recogida durante los difíciles meses del “tiempo muerto”.
Con la finalidad de salvaguardar la industria cafetalera fue creado en 1934 el Instituto Cubano de Estabilización del Café (ICEC), entidad autónoma con personalidad jurídica y patrimonio propio que velaría por todo lo concerniente al cultivo, industria y comercio del grano, y cuya actuación fue vital para impulsar el desarrollo del ramo, asegurarse de la calidad del tostado e impedir la adulteración del polvo. Ya para 1958, de acuerdo con informes de la época, los cubanos estábamos entre los mayores consumidores de café del orbe. La bebida se exportaba, pero en los mercados nacionales nunca faltó. Se podía comprar a precios totalmente accesibles y al gusto de cada cual, lo mismo tostado en grano ―que el bodeguero molía al momento―, que ya molido y envasado, ya fuera Pilón, Tupy o Regil.
De vuelta al presente, después de cuatro meses sin ver el café mezclado de la libreta de racionamiento, por fin en el mes de octubre se reanudó la venta. Y no es que sea la primera vez que en los últimos años hay atraso en la distribución de ese polvo de dudosa composición, pero lo cierto es que nunca antes faltó de la cuota por período tan prolongado. Como es lógico, tal situación ocasiona numerosas quejas por parte de los consumidores, y para tratar de acallarlas los voceros del Ministerio del Comercio Interior (MINCIN) aseguran que los atrasos se superarán. No obstante, la realidad los desmiente, pues a últimos de mes la ración correspondiente a noviembre ya está atrasada.
Por otra parte, aunque los directivos de la empresa Cuba Café sostienen que se mantiene la combinación habitual de café y chícharos a partes iguales, no pocas cafeteras han explotado; además, el sabor del brebaje es bastante amargo, por lo que la sospecha generalizada es que se trata de otra mezcla, con palmiche. Pero aun si los dirigentes no estuvieran mintiendo, la Organización Internacional del Café, de la cual Cuba es miembro, estipula (en un acuerdo del cual la isla es signataria) que el café mezclado con chícharos no es aceptable.
Hoy, el paisaje cubano está tan despoblado de cafetales como en 1901. Para colmo, el que hay no se destina al pueblo, sino fundamentalmente a la exportación y en segundo lugar, a precios prohibitivos, a las tiendas en divisas (MLC), divisas a las cuales una gran cantidad de cubanos no tienen acceso. Pero la desolación de hoy no se debe a la guerra, sino a algo peor: a más de seis décadas de desgobierno castrista.
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