VILLA CLARA, Cuba. —Justo frente al parque central de Santa Clara se levanta uno de los edificios más criticados por especialistas en arquitectura y hasta por la prensa de la época que reseñó su apertura. El Gran Hotel es una torre verde de concreto y acero que rompe totalmente con todo el entorno ecléctico y neoclásico de la ciudad. Mas, el bautizado oficialmente como Santa Clara Libre constituyó por muchos años el inmueble más alto de todo el interior del país y, por ende, el punto más elevado de la antigua provincia Las Villas.
El Gran Hotel fue el rascacielos financiado por el empresario Orfelio Ramos Valdés, quien había quedado prendado de las grandes edificaciones habaneras construidas en la década del cuarenta y fortuna no le faltaba para financiar tamaña estructura. De origen humilde, Ramos fue un hombre que supo emprender desde “un estado de suma pobreza”, según confirma su biografía, hasta convertirse en uno de los magnates más prósperos de la Isla.
Había nacido en Calabazar de Sagua en una casa de techo de guano y desde muy joven aprendió el oficio de carpintero para ganarse la vida. También narra su reseña biográfica, que incluso construyó un transbordador para facilitar el traslado de caña en su pequeño pueblo con solo 14 años y que luego se dedicaría a al alquiler de bicicletas. Con unos pocos pesos en el bolsillo y un auto desvencijado decidió mudarse a Santa Clara para trabajar como chofer en la empresa de Ómnibus Aliados.
Se cuenta que Orfelio era un ser predestinado, y tanto lo fue que a finales de los años veinte ya era el propietario de seis guaguas de pasaje, un parque que se engrosó de tal manera hasta convertirlo en el máximo organizador del transporte urbano en la ciudad. La prensa de los años cincuenta lo describe como un emprendedor sensato, cumplidor de sus obligaciones y el “primer hombre que ha construido un rascacielos de 10 pisos en el interior de la Isla”.
Resulta que, tras lanzarse a la explotación de las minas petroleras de Motembo, en Corralillo, y luego de ganar dos veces la Lotería Nacional, Ramos adquiere el terreno ocupado por el establecimiento comercial “20 de mayo”, un inmueble de un solo nivel frente al parque Vidal. Aunque no se encontraba en mal estado, fue demolido para que el pretensioso hotel ocupara su lugar, cuyo costo ascendió a dos millones de pesos.
Las obras constructivas iniciaron en 1953 y en tan solo tres años estaba terminado, aunque las labores iniciales resultaron sumamente complejas por el descubrimiento de un manantial subterráneo que hubo que dragar constantemente para cimentar el complejo.
El 22 de abril de 1956 quedaría inaugurado oficialmente el Gran Hotel con una misa y la develación de una placa conmemorativa. Meses antes, ya funcionaba en sus bajos el cine teatro Cloris (nombrado así por la madre de Orfelio), uno de los más modernos de su tipo en la región central de Cuba.
El edificio se convirtió en el más alto que se construyera en esa década fuera de la capital, de estilo art déco, muy similar en estructura al Rodríguez Vázquez de la calle Galiano en La Habana, donde se halla en los bajos el conocido teatro América. De hecho, hay quienes consideraron al hotel de Orfelio como el hermano gemelo menor de la torre capitalina, que también cuenta con diez pisos y que comparten igualmente al mismo arquitecto, Fernando Martínez Campos. Ambos imitaban una tendencia moderna que en Estados Unidos estuvo representada por el Rockefeller Center de Nueva York y en Cuba por inmuebles como el Bacardí o el de Casa de las Américas.
Tanto en uno como en el otro, los repellos y recubrimientos fueron trabajados con aditivos verdes, de ahí que siempre exhibieron la misma coloración. A pesar de que el hotel se convirtió en una plaza moderna que incluía 135 habitaciones, una cafetería, una bombonera y una estación de radio, fue bastante criticado por los representantes de la Comisión de Urbanismo del Ayuntamiento. Los expertos alegaban que se trataba de una torre mal situada, un objeto anacrónico puesto a capricho y con un estilo arquitectónico tardío y ya pasado de moda en gran parte del mundo.
Otros artículos menos fustigadores de los años cincuenta consideraron que el Gran Hotel constituía “una obra que favorece en muchos aspectos a Villa Clara, ya que el auge turístico de la ciudad se ha incrementado, ha difundido su economía, y es fuente de trabajo y sostenimiento de docenas de familias villaclareñas”.
En sus habitaciones se hospedaron figuras como Víctor Manuel y Ana Belén, Astor Piazzola, Lola Flores, Bola de Nieve, Angela Davis y hasta el filósofo Jean-Paul Sartre. Sin embargo, su época de esplendor ya pasó: son muy pocos los turistas que en él reservan y las opiniones de los viajeros en páginas como Tripadvisor no son las mejores. Amén de sus habitaciones estrechas, sus pasillos angostos y los reparos en materia arquitectónica, no es menos cierto que las alturas del Gran Hotel constituyen el primer punto visual de cualquier viajero que ingresa a Santa Clara.
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