LA HABANA, Cuba.- Como un prólogo al 25 Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso, en la tarde del 24 de octubre —con presentación a cargo de Miguel Cabrera, historiador del Ballet Nacional— fueron inauguradas tres exposiciones en el vestíbulo del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso: una con cuadros y esculturas de Alberto Méndez, otra con fotografías del norteamericano John Rowe y otra con piezas de la artista boliviana Pilar Rubí.
Esta última, en el ala derecha del gran vestíbulo, no fue la que más atrajo al público asistente, y consistía en fotos y objetos antiguos que Pilar Rubí, esposa del embajador de España, ordenaba como aludiendo a una muy personal ambientación hogareña.
En el vestíbulo del piso superior, mientras tanto, se mostró la expo Portrait of a Ballerina-Swan, con excelentes fotografías tomadas por John Rowe a la Prima Ballerina del Ballet Nacional Viengsay Valdés durante la última temporada de El lago de los cisnes en nuestro país.
Rowe es un respetado y laureado fotógrafo y realizador cinematográfico norteamericano que en octubre de 2013 participó —con instantáneas tomadas en África y en La Antártida— en una exposición por el aniversario 125 de la National Geographic en Los Ángeles y que, en marzo de 2016, documentó el famosísimo concierto que ofrecieron los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva habanera. Es, además, profesor invitado y honorario de artes audiovisuales en el Instituto Superior de Arte.
No obstante, la más llamativa, sin duda alguna, resultó la exposición La danza imaginada, montada en el ala izquierda del vestíbulo del Gran Teatro, con pinturas y esculturas del coreógrafo Alberto Méndez, que fueron presentadas con un performance de alumnos y recién egresados de la Escuela de Ballet. Con la música de El lago de los cisnes de Chaikovsky a fondo, los bailarines iban quitando los velos que cubrían las piezas, haciendo todos a su vez un pequeño pas de deux. Al final, en el clímax del tema musical, entraba el coreógrafo vestido de oscuro, como acostumbra.
“La danza se convirtió, de manera casual, en la realidad con la que siempre soñé”, escribió Méndez en el catálogo de la exposición, donde cuenta cómo abandonó la carrera de Arquitectura por esta que ha proseguido durante tantos años, y confiesa que siempre ha pintado por simple afición, guardando sus obras y mostrándolas solo a algunas amistades y negándose a exponer “porque respeto y admiro a pintores y escultores”.
Ahora, por fin, se ha atrevido a enseñar sus creaciones hasta esta ocasión ocultas “y me someto al criterio del público en general y de los que conocen mi obra como coreógrafo. De todos espero su amable opinión… presentándoles estas obras sin título, sin fecha y sin firma… y sin muchas pretensiones”, escribió.
Varias de las personas que asistieron a la muestra —donde se encontraban artistas reconocidos como Alicia Leal o Flora Fong— mostraron su agrado ante las piezas de Méndez, Premio Nacional de Danza, porque, para qué negarlo, se esperaba algo mucho menos serio de este “pintor de domingos” que, como sabemos, es en verdad el más destacado coreógrafo de ballet en Cuba, por encima incluso de maestros como Juan Tenorio y Gustavo Herrera, con un repertorio donde brillan, entre otras muchas obras, Sui generis, Muñecos y Rara avis.
Algunos conocedores comentaron que la mayor parte de las pinturas y esculturas reunidas en la exposición corresponden a una etapa oscura de su vida de Méndez, marcada por problemas personales, que en general no guardan mucha relación con el Alberto Méndez que todos conocen, “diáfano, simpático, encantador, recto, exquisito”, como lo describe alguien.
Llama la atención, por supuesto, que, en la larga lista de las personas e instituciones a los que el coreógrafo expresa su agradecimiento, la primera sea Alicia Alonso, no por falta de merecimiento, sino porque es muy conocido el fuerte y largo desencuentro que hubo entre la Assoluta y este artista, que estuvo muchos años sin volver a entrar en la sede del Ballet Nacional y solo lo hizo cuando se le otorgó el Premio Nacional de Danza a María Elena Llorente.
En esa ocasión, Alberto Méndez y Alicia Alonso se saludaron y se besaron. Cuentan los presentes que la foto de aquel abrazo debía guardarse para la historia, pues expresaba una reconciliación que dejaba atrás —para bien o para mal— cualquier mancha sobre una colaboración artística de importancia capital en la historia de la escuela cubana de ballet.