LA HABANA, Cuba.- Hace algún tiempo, en el periódico Trabajadores apareció una entrevista al máster en Ciencias René González Barrios, presidente del Instituto de Historia de Cuba. Alega el profesor González que “quien sea ignorante en Historia, será inevitablemente un ignorante político, fácilmente manipulable”. Quizás sea por eso que los medios cubanos, en lugar de darle su justo espacio a nuestros próceres, se deshacen en propaganda tendenciosa ensalzando a sus dictadores aliados.
Un ejemplo reciente ocurrió el 5 de marzo, aniversario de la muerte del insigne intelectual y patriota cubano Juan Gualberto Gómez, al cual los medios apenas mencionaron. En su lugar ocupó las primeras planas y titulares el tercer aniversario de la muerte del militar venezolano Hugo Chávez. El cronograma de actividades dedicadas a este, que se extenderá hasta el 15 de marzo, ha ocupado varios espacios de la prensa, la televisión, el teatro y la radio.
A propósito pregunté a varias personas, pero aunque a todos mis entrevistados les disgustaba la saturación mediática con la figura del dictador extranjero, la mayoría, sobre todo jóvenes, apenas pudo decir algo sobre el gran cubano. Solamente un joven me comentó que hace unos años había conocido a un sobrino nieto suyo, que aún vivía en Villa Manuela, la quinta que había sido su morada. La vivienda se caía a pedazos, pero como el anciano no estaba con el gobierno, me dijo, este no hacía nada por repararla.
Juan Gualberto Gómez nació en el ingenio matancero Vellocino de Oro, propiedad de doña Catalina Gómez. Nació libre, pues sus padres –Fermín Gómez y Serafina Ferrer– compraron primero su libertad en el vientre materno, y luego la propia.
Aunque hijo de esclavos, su gran inteligencia y talento, más el esfuerzo de sus padres y la ayuda de doña Catalina, le permitieron acceder a una buena educación en Cuba, y posteriormente incluso en Francia, donde se desarrolló también con éxito como periodista. En julio de 1872, Francisco Vicente Aguilera, en misión revolucionaria en París, lo contrata como traductor. Es así como Juan Gualberto Gómez se une a la lucha por la libertad de su patria.
Luego se traslada a México para estar más cerca de Cuba y ayudar en la insurrección. Allí conoce a Nicolás Azcárate, quien lo convence de volver a la patria. En visitas frecuentes al bufete de este, Juan Gualberto conoce al joven José Martí, quien prestaba sus servicios como pasante, y entre ambos surgió una gran amistad.
El 17 de septiembre acababan de almorzar ambos en la casa del Apóstol, en Amistad 62, cuando llegó el celador de Policía, que venía a detener a Martí debido a su labor conspiradora. Aquella fue la última vez que se vieron esos dos grandes hombres, aunque siempre se mantuvieron en contacto.
Juan Gualberto Gómez sufrió prisión en múltiples ocasiones, mas nunca dejó de conspirar por la libertad de Cuba. Mientras Martí preparaba en el extranjero la guerra necesaria, él, como su representante, preparaba dentro de la isla las condiciones para el futuro alzamiento.
Una vez concluida la guerra, es elegido miembro de la Asamblea Constituyente. Como la mayoría de sus cofrades, calificó las condiciones de la Enmienda Platt de onerosas y humillantes para los cubanos, que habían luchado valerosamente por su redención. Cierto día, un hombre de pueblo le preguntó a qué se debía tanta oposición a la Enmienda, a lo que él respondió: “Amigo, esta casa es muy chiquita, y ellos son muy grandes. No caben aquí, y estaríamos molestos ellos y nosotros”.
Juan Gualberto Gómez se opuso a la división de las escuelas públicas para blancos y negros. Fue representante a la Cámara y Senador de la República, y un eterno inconforme ante lo mal hecho. Se consagró por más de 50 años al bien, al decoro y a la fraternidad entre cubanos. Al morir, a los 79 años, acudieron a expresar su dolor y su respeto millares de cubanos de todas las razas y capas sociales.