LA HABANA, Cuba.- Es curiosa la manera en que los cubanos hemos adaptado nuestras costumbres y comportamientos ante las distintas etapas por las que ha atravesado la isla en estos años de gobierno castrista.
Un ejemplo lo tuvimos en el espíritu defensivo que afloró en la ciudadanía durante los años 90 de la pasada centuria, en el denominado período especial en tiempo de paz, cuando las personas corrieron a enrejar las puertas y ventanas de sus hogares, y los propietarios de motos y automóviles debieron acudir a parqueos con vigilancia nocturna para poner sus equipos a buen recaudo. Todo motivado por el ambiente de “sálvese quien pueda” que acompañó a la aguda crisis económica y social que padeció la isla en aquellos años.
Ahora la persistente escasez de artículos de primera necesidad ha hecho que los caminantes, antes de reparar en la apariencia o en el vestuario de las personas con las que se cruzan en calles y aceras, claven sus miradas en las jabas (bolsas) de nailon que porten esas personas. Y si comprueban que se trata de un afortunado que adquirió algún artículo perdido de placitas y mercados, entonces es probable que, además, le realicen las más disímiles preguntas.
Por estos días el plátano fruta está ausente de buena parte de las placitas, sobre todo de los mercados agropecuarios estatales. Si lo ven a uno con una buena mano de plátano fruta dentro de una jabita de nailon, puede sobrevenir de inmediato el interrogatorio: señor, ¿dónde lo consiguió?, ¿en un carretillero o en un mercado de oferta-demanda?, ¿quedan muchas manos o se estaban acabando?…
Y si se trata de una jaba de papas en los alrededores de un mercado que no sea estatal, ya todos presumen que esas papas fueron suministradas por un revendedor “por la izquierda”. Entonces no faltarán las preguntas formuladas casi al oído: oiga, ¿esas papas las compró por aquí cerca? ¿Y le pidieron uno o dos fulas?…
En caso de que algún caminante detecte que usted lleve medicamentos en la jabita, ya sabe que le indagarán por la dipirona, el paracetamol, el kogrip, el jarabe metilbromuro de homatropina, o hasta el hipoclorito de sodio.
Así las cosas, en días pasados un vecino de mi edificio comentaba, medio en broma o medio en serio, que se iba a colgar del cuello un cartoncito contentivo de la información que necesitara todo aquel que pasara por su lado, y le viera en la jaba algún artículo muy demandado.
A renglón seguido el hombre contaba lo que le había sucedido: “Óigame, conseguí papel sanitario en la Plaza de Carlos III, y en el trayecto de seis cuadras hasta mi casa, me pararon ocho veces. ¿Dónde compró el papel sanitario, en la tienda de arriba, o abajo, en lo de todo por un dólar? ¿Los paquetes son de 1,20 ó de 1,80? ¿Están vendiendo todo el que uno quiera, o una cantidad limitada? ¿Usted cree que yo alcance si voy para allá ahora? ¿Dejó la cola muy grande?”…
Y finalizaba el agobiado vecino: “Debí de haber pasado por las oficinas administrativas de la Plaza de Carlos III para que me pagaran por el involuntario trabajo de marketing que le hice a su papel sanitario”.