LA HABANA, Cuba.- Nada hacen las autoridades para eliminar los trozos de concreto y cabillas lanzados al río Boca de Jaruco desde el puente en la carretera Vía Blanca que da acceso al pueblo de Jaruco, al norte de la provincia Mayabeque.
Se anunció en octubre, con gran despliegue en la prensa nacional, la terminación de la reparación al viaducto, transcurrido más de medio siglo sin pasarle la mano. Pero no se mencionó en la reinauguración que los restos precipitados al lecho de la corriente no fueron removidos.
Tampoco dijeron que la patana que debió enviarse desde Santiago de Cuba para recoger los desperdicios y botarlos mar afuera nunca llegó.
El ambientalista y fotógrafo Ibán Guerra Hernández, residente en Boca de Jaruco y preocupado por el emblemático río, conversó con trabajadores del puente acerca de los daños por los desplomes, que alteran la limitada capacidad de regeneración del río y, por el contrario, lo perjudica más.
“No es responsabilidad nuestra sino del gobierno”, cuenta que le dijeron. “Ordenaron tumbar las partes corroídas. No somos culpables por daños al río y a los pescadores. El Ministerio de la Construcción es el responsable. Prometieron colocar una patana bajo el puente para recoger los deshechos, que serían eliminados lanzándolos mar afuera, pero nunca llegó. Disculpe, pero a nosotros más nos preocupan las malas condiciones de trabajo, falta de seguridad personal, deficiente alimentación, incumplimientos en el pago, la no entrega a tiempo del plus en divisa por sobrecumplimiento. El asunto del río no es de nosotros.
Unos setenta pescadores de la cooperativa pesquera Jarumar, asentada en una de las márgenes del Jaruco, van y regresan de pescar siempre con el temor por posibles daños a sus naves mientras transitan por el río.
“Si tenemos averías en la quilla, ¡imagínese! Después será casi imposible conseguir un pedazo de tabla o un clavo de bronce para reparar. Ningún patrón de barco será indemnizado por averías, práctica que apenas se conoce en Cuba, mucho menos se aplica”, explica uno de los pescadores bajo condición de anonimato.
José Luis, del barrio Naroca, razona: “Si la patana no la trajeron a tiempo, mucho menos se ocuparán ahora de traerla para recoger los escombros. Se necesitaría gran inversión, pesados equipos, obreros calificados, una patana. Ni pensarlo. Bomba de tiempo ecológica”.
Prosigue Guerra: “Pescadores recuerdan una experiencia anterior. Al navegar bajo el puente hacia el mar, el casco de las embarcaciones se impregnaba de asfalto por salideros de un oleoducto abandonado, y las capturas se reducían por el fuerte olor que alejaba a los peces”.
Se eliminó ese escape, pero continúan fugas de petróleo y gas metano provenientes de campos en explotación cercanos de la Empresa de Perforación y Extracción de Petróleo de Occidente (Cubapet) y compañías extranjeras, próximos a Boca de Jaruco
Vecinos y comunidades cercanas se quejan por el fuerte olor del gas metano que en ocasiones los envuelve según la dirección del viento, en tanto el viscoso crudo corre lento pero persistente entre los intersticios del “diente de perro” —roca predominante en la región— para finalmente llegar y contaminar las costas del litoral atlántico y del río, llevado por las olas y el movimiento de las mareas, que proyectan el hidrocarburo mar afuera y de vuelta a la orilla con consiguiente afectación en la flora y fauna de ambos y los manglares, —hábitat y refugio, alimentación y reproducción de especies autóctonas—, rompiéndose la cadena de sustento de diferentes especies acuáticas.
Otros vertimientos industriales y domésticos son lanzados al río sin ningún tipo de contención ni depuración, y empeoran la salud del torrente en el largo recorrido del río Jaruco.
La agresión medioambiental al río y territorios circundantes es grave. Los deshechos de las poblaciones ribereñas, así como de vaquerías y cochiqueras a lo largo del recorrido van directamente a la corriente, sin ningún proceso de depuración, sin que nada indique interés de las autoridades para librar al río de tanta carga contaminada, independientemente de que tampoco se le juzga por sus relevantes méritos históricos desde la época colonial e indiscutible belleza paisajística.
El río está enfermo. La alarma está dada.