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CubaNet

Diciembre 30, 2004

De casta le viene a El Ñuelas

Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - La integración racial en Cuba es una realidad. Las desventajas sociales derivadas del racismo son sólo un mal recuerdo ilustrado en los libros de texto escolares u oídas en una que otra expresión callejera, y no más.

Basta con recorrer un solar habanero para ver alrededor de trescientas personas de la raza negra convivir familiarmente con siete blancos, o que tienen un pariente en la galera de una prisión nacional, para conocer que allí purgan sus penas, hermanados, tres blancos y setecientos negros.

También podemos lanzar una mirada a los medios audiovisuales del país, donde decenas de prietos, sin ningún tipo de discriminación racial, proyectan sus roles protagónicos como esclavos, delincuentes, criados, boxeadores y hasta músicos, mientras que un solo blanco hace de burgués, gerente o genial compositor.

Si nos detenemos a sumar, la proporción es ventajosa a nuestra raza, pues sólo dos chinos aparecen comiendo chícharos con palitos en un comedor familiar de la comunidad.

Y ni hablar de la integración política, donde si bien no logramos la cantidad requerida de representantes, sí exigimos la calidad del color, y escogemos al más retinto de los negros para que luche por los intereses de la raza entre una mayoría blanca, de mestizos dudosos y de negros deslavados con cremas, pelambres injertadas y miradas con lentes tonalidad fondo de mar.

Acá sí que no hay racismo. Miremos si no el caso de Juan Pirindingo, El Ñuelas, que aún siendo más negro que las alas de un totí lleva en su sangre y su expediente la piel de un cantaor de pura estirpe flamenca.

Nacido en un solar conocido como El Harén del gallego Pitufo, y criado por un abuelo senegalés y una abuela mozambicana educados en la Isla de la Juventud -sus padres emigraron a los Estados Unidos a combatir el racismo- Juan Pirindingo tuvo una infancia feliz entre lagunas de aguas albañales, apagones ruidosos, una que otra cuchillada al aire, toques de tambor, malas palabras y zopapos, entre otros ingredientes de la riqueza cultural de las ciudadelas.

Pero jamás tiró hacia El Monte de Lidia Cabrera, a los orishas ni al guaguancó, pues sus padres le dejaron como herencia un par de castañuelas y una pandereta, obtenidos a cambio de sus labores sociosexuales de una gitana lucumí y de un comunista protestante de paso por El Harén del gallego Pitufo.

Y desde la cuna comenzó su amor por el tablado. Construída con los restos de la madera de la bodega Ubre Blanca, devastada por un toro en celo, su lecho primigenio y sin colchón sirvió para que el niño, entre orines y otros residuales, diera sus primeras patadas acompañado con los instrumentos representativos del folklor de la madre patria.

Mientras el resto de los niños del solar entonaban electrizados los cantos a las deidades africanas a ritmo de batá y de la yuca, Pirindingo ganó el mote de El Ñuela por hacer de ese mínimo instrumento traqueteante y musical -la castañuela- su juguete preferido.

Estimulado por unos abuelos que llevan en sus genes los ojos azules y el amor por la fabada y el sexo de un negrero andaluz, El Ñuelas, entre abucheos y el señalamiento injusto de sus congéneres del solar, fue perfilando su cante jondo y sus zapateos con la mulata Lola Mondongo y el jabao Diego El Picada, quienes a cambio de no tener que lavar más vísceras de puercos ni picar más cigarrillos ni pesetas, respectivamente, accedieron a su formación artística integral.

La cama de un camión convertida en tablao, iluminada con candiles y mechones en el lugar de las candilejas, por una linterna cual un seguidor y por un mantel de la rusa Katiuska Perestroika como bambalinas, fue el primer escenario donde El Ñuelas mostró sus dotes.

Alaridos de júbilo lanzados por sus abuelos y mentores del arte, gritos de mofa y uno que otro pedazo de pan con pasta arrojados al escenario, premiaron su debut y su interpretación de La Zarzamora con aire de flamenco.

Captado luego para la escena por los instructores de arte del vecindario, El Ñuela se fue fusionando a los aires y decires, broncas y promesas de contrato, y el negrito del solar llegó a la cima: obtuvo un viaje a Sevilla -poblado de la provincia Granma- como utilero del conjunto de bailaores y cantaores Tras las Huellas de España.

Desde ésta, su primera gira artística, El Ñuelas enseñó sus credenciales de integralidad, al limpiar el escenario, acomodar los instrumentos, dar la voz de listos, en punta, ya sale el espectáculo, además de repartir la merienda y aplaudir hasta el ardor desde lo más profundo del telón de boca, a las cinco parejas de blancos y a cuatro músicos del mismo color, sus iguales en la búsqueda del filón cultural ibérico.

Transcurridos sólo cinco años, ya El Ñuelas hace coros en off y sale al escenario cuando la luz se apaga.

Los rotundos éxitos en la carrera artística de el Ñuelas demuestran que están equivocados quienes dicen "andamos juntos, pero no revueltos", aunque el totí cubano cante mejor que el canario andaluz.

LUX INFO-PRESS
Agencia Cubana Independiente de Información y Prensa
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