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Diciembre 4, 2003 La turismulata: del barracón al Iberia LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Me conmueve su entrega. Me hace tic tac el corazón cuando las veo renegar, hasta de sus padres si es preciso, con tal de acompañar a esos decrépitos viejitos provenientes de España, Swazilandia o Antananarivo en su peregrinaje sexual por los acogedores baches de las calles habaneras. Eso sí es solidaridad. Ahí se encuentra el verdadero espíritu de una joven revolucionaria: convertirse en un bastón patriótico por samaritano. En esas núbiles niñas de la patria se contonea encerrado todo el candor de un sistema social que como acto de buena voluntad y desprendimiento renuncia al bienestar de sus ciudadanos con tal de aliviar las penas y los penes de quienes huyen del capitalismo salvaje y de los encantos idos de sus tembas. Los pobres, ellos no tienen madre. Pero no importa, aquí les nacerán hijos como pepinos a una higuera, y sentirán tanto ardor por las turismulatas que vaciarán sus bolsillos como recompensa por los múltiples servicios amatorios y médicos recibidos. No sólo los desalmados, los indígenas, los animales y los músicos se agrupan en pandillas, andan en tribus, avanzan en manadas o tocan y tocan en grupos: las turismulatas también. Pero existe una gran diferencia, pues mientras aquéllos se jactan de su forma de vida, éstas, por pudor y cubana ocultan sus virtudes internas y exponen las externas para el consumo del extranjero. Hay que ver en las clonadas marchas del pueblo combatiente y tribunas abiertas apenarse -qué manía- por tener que ir con unos zapaticos Ribbot o Addidas, mientras la mayoría de sus compañeritas andan con los populares y anticallosos -es como andar descalzas- "chupameao". O verlas organizar en su cuadra de residencia la fiesta por un aniversario de la creación del Comité de Defensa de la Revolución, aún sabiendo que a lo más tardar al día siguiente entrará Matusalén Velásquez, proveniente de España, por su cálido Rancho Boyeros. Eso es fidelidad, entrega, desinterés. No esos intercambios carnales en una escuela al campo por una simple nota de Matemáticas o por una sopladita sobre el descubridor de Cuba. El talento no se comercia, y la cultura es tan bosta -perdón, basta- que a veces no recuerdan si París es la capital de Francia o de Marruecos, y nunca si Sancti Spíritus está en Matanzas o Trinidad en Santiago de Cuba. Pero, ¿quién iba a imaginarse sin la revolución triunfante a una mulata promocionando una marca de ron? ¿A una descendiente de Cecilia Valdés, Dolores Santa Cruz o María Belén Chacón, humilladas por los españoles, saltar de los barracones de sus ancestros a la escalerilla de un Iberia, y nada menos que del brazo de un Pepe que por su edad bien pudo ser mayoral del ingenio donde nació su tatarabuelo. Nada más una revolución tan justa y tan verde como los dólares, que no diferencia al negro del blanco, al gordo del flaco, al feo del bonito -siempre que muestren su entrega desinteresada al arca de la nación y a la causa de los humildes- puede ser tan magnánima. La turismulata es un acontecimiento cultural. Una muestra única del mestizaje y la efervescencia ardiente del folklor. Hecha de tabaco y ron, de rumba y violín, de soya y frituras de bicarbonato, la turismulata se ha convertido en la novia de la boda, la muerta del velorio y en la esperanza de vi(d)sa de los descamisados, que en Cuba sólo suman nueve de once millones de habitantes. No sabrán, gramaticalmente, diferenciar al sujeto y la acción del complemento, pero sabe, por simple intuición, por el mero ejercicio del tacto o el olfato, distinguir en la más pura oscuridad a un extranjero de un cubano. Además, saben decir sí en todos los idiomas, conocen todo tipo de lenguas y no hacen remilgos por la posición del visitante. Ahí sí hay cultura y tolerancia. Lo suyo es reverdecer a los visitantes, así como a los escaparates y alacenas de sus hogares. Los que critican la labor proselitista, de saneo mental de cientos de nuestras jóvenes con los vetustos extranjeros, no conocen de qué fibras están formados los cubanos, sus preservativos, ni la carne texturizada que consumen durante las frecuentes visitas del cometa Hallen. Jamás comprenderán que esas jóvenes no lo hacen porque haya desaparecido la libreta de productos industriales y no tuvieron tiempo de conocer los blumers, el perfume, el polvo de arroz chino y los sostenedores de nylon de saco de abono. Nunca por la falta de aceite de oliva, de soya o de camión, en los negros 90. Mucho menos por abandonar el país, pues como todos saben, tienen la libertad de hacerlo montadas en balsas, en un kayac, en el puente de aterrizaje de un avión y tantas vías más a las que nuestro noble gobierno no se opone. Nuestras turismulatas lo hacen por hobby, cansadas de tanta felicidad. Hay que hacerles un reconocimiento formal en cada cuadra por su aporte a la recogida de divisas, por ser fieles embajadoras de Cuba en los más remotos confines del universo donde haya un viejito con dinero necesitado de afecto revolucionario. Es preciso erigirles un monumento en la Quinta Avenida de Miramar, como símbolo inequívoco que allí se templó el acero de nuestra necesidad de cambios, del increíble viraje y modernización de una sociedad sumida en la mojigatería y las caducas costumbres burguesas. Que viva la pepa y viva la parranda. Que se mantengan encendidas las antorchas de la libertad sexual, los faroles de la indigencia obligante y los señalizadotes de las escalerillas del avión de Iberia, para que nuestras turismulatas sigan llenando de pepes a la patria y de cubanitos nuevos y gritones al necesitado mundo. cnet/09 LUX INFO-PRESS CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material informativo, siempre que se le reconozca como fuente. |
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