Agosto 29, 2003 Mi amor y mi caña LA HABANA, agosto (www.cubanet.org) - Sin recurrir a las rupturas y transgresiones estructurales que emplean los novísimos escritores cubanos, José Antonio Quintana Veiga, como un demiurgo de la sencillez, logra hilvanar en su relato Mi amor y mi caña una de las historias que más autentifica el sentido de pertenencia a un lugar. Narrado en primera persona y tomando como pretexto la historia de amor contada por una adolescente que ama a un hombre mucho mayor y casado, el relato nos devela cómo, en un mundo donde el horizonte y los cuatro puntos cardinales comienzan y terminan en las espigas y guardarrayas de los campos de caña de un lugar sin nombre, las pasiones, los sinsabores y, por qué no, la satisfacción que dimana de estar a tono consigo mismo despliegan la misma fuerza que en cualquier ciudad con miles de habitantes. Para ello, y sin dejar de hurgar en los múltiples problemas que agobian la existencia en la Isla, el autor humaniza el agreste y anónimo entorno de un batey, y recrea y fecunda las mil pequeñeces que conforman la grandeza de lo auténtico. Renuncias, chismorreos, traiciones y otros hijos bastardos de la zozobra y la inseguridad, van entretejiendo el mundo de una joven que sin renunciar a su amor por la pareja y el terruño innombrable, ve cómo lo más sagrado se va resquebrajando y toma humillantes rumbos. Esta historia de amor y deshonor, por su lenguaje rítmico y su garra sensibilizadota, se ha convertido en un canto a la aparente poquedad que se engrandece en la relevancia del ser y no el tener, como un subliminal mensaje de que todo lo que nos pertenece cabe en el corazón y entre las manos. cnet/09 LUX INFO-PRESS CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores y autoriza la reproducción de este material informativo, siempre que se le reconozca como fuente. |
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