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Julio 1, 2002
Los dos días que estremecieron al mundo
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Cundo -no Bermúdez, el pintor-
sino el zapatero de la calle Apodaca, ha quedado perplejo ante los dos días
de asueto regalados por el régimen. Sin goma para pegar la decena de
pares de zapatos abiertos por delante como las paredes de su angosto cuarto; sin
puntillas para clavetear los remedos de calzado de piel sustituidos por una ola
de falsos Addidas, Nike y otros engendros generadores de robos y discusiones
familiares. En el momento en que Cundo se sentó frente al televisor pensó
en cómo buscar solución para su techo roto, la respuesta a su
petición de ingresar al circulo de abuelos y en el aumento de la cuota
normada que le permitiría concluir el mes comiendo arroz.
Pero nada. A Facundo Arzuaga Concepción no le dieron respuesta a sus
preguntas. Y además, el turno para la consulta médica tendría
que esperar la culminación de los días feriados. Los dolores que
padece no. Esos no esperan, se encabritan, rugen en su interior mientras cientos
de delegados e invitados hablan en la Asamblea Nacional de las maravillas del
socialismo.
A Cundo ya no le queda rabia. Encerrado en su cuarto y bañado por los
rayos de luz que se filtran por los intersticios del techo; con dolor en los
huesos por la humedad que despiden las semiderruidas paredes, apaga su televisor
soviético Krim 218 y medita. Piensa que siendo propietario del cuarto en
que mal vive no puede permutar, venderlo, dejárselo a un familiar, y
mucho menos conservarlo si pretende tener acceso a un asilo de ancianos. Piensa
que a pesar de no ser un desamparado los 100 pesos de jubilación que
recibe lo obligan a elegir entre una sábana o una libra de carne; una
muda de ropa decente o un ventilador; o entre una colchoneta y una cortina que
impida ver su cama remendada con pedazos de tablas, hojalatas y erizada de
alambres.
Cundo analiza las miles de horas voluntarias, las guardias cederistas en que
participó, la campaña del Escambray, las donaciones de sangre. Y
queda absorto.
Dos días de intensos discursos, de fábricas paralizadas,
transporte mínimo, agromercados cerrados, hospitales que no prestan
servicios de consulta externa. Vuelve a encender el televisor. Escucha cómo
hablan de logros, de libertades y firmezas, de que no hay marcha atrás
pues seremos socialistas para siempre. Y Cundo se persigna. Si tanto bla bla bla
se convirtiera en plátanos, frutas, leyes que permitan viajar, invertir,
expresarse libremente, ser propietario real. Entonces sonríe.
"Aunque ya nada de eso me hace falta" -dice mientras se levanta a
colar un buché de café y recuerda que falta una semana para
recibir la próxima entrega. Mira el sillón que cruje como el
maderamen de un barco en medio de una tormenta cuando recibe su cuerpo y decide
prender el fogón para cocinar el último huevo de la cuota. Pero no
tiene alcohol para prender la cocina Piker y debe aguardar por los vecinos que
aprovecharon los feriados para irse de fiesta a casa de los familiares. "Sólo
me queda esperar, no por una mejoría, y sí por la muerte"
-piensa resignado mientras se deja caer en el sillón y escucha entonces
una información que anuncia otro día feriado, el tercero en una
semana, y de nuevo, definitivamente, decide apagar el televisor.
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