Agosto 7, 2001
Un hombre de éxito
Víctor Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, agosto - Papito Mala Noche se ha convertido en un hombre de éxito.
Ya sus ronquidos y tonadas aguardentosas no se escuchan en funerarias y
terminales de la capital, ni sus pasos sin rumbo desandan las madrugadas ante la
imposibilidad de regresar a su cuarto abarrotado.
Sus aires de indigente, delineados por sus crisis de violencia ante un medio
social que lo marginaba por la amarga impostura, su harapiento vestuario, y la "humillante"
carencia de un empleo que le pusiera fin a su mal hábito de mendigar, han
dado un vuelco sorpresivo de tal envergadura que hoy Mala Noche se encuentra
entre lo más selecto del exclusivo club del nuevo petimetre cubano. No
gracias a la asistencia social. No por el trabajo inquisitivo y coaccionante de
las organizaciones de masas. Y mucho menos por la labor psico-represiva del jefe
de sector de la policía en la zona. Tampoco por la buena voluntad de los
vecinos, y ni soñar con los señalamientos familiares.
Jamás por la venta de marihuana, las peleas de perros o el robo en
casa habitada. Ni pensar en un "parlet" de la "bolita" ni en
una herencia española quien sólo tuvo esclavos entre sus más
remotos antepasados. Y ni por asomo el desvío de recursos, la falsificación
de documentos o la venta de plazas bien remuneradas, pues no le trabaja al
estado.
Todo se lo debe a Miguelina (alias "La Calva"), la hermana
conflictiva que cruzó el charco, trabaja de cocinera y mantiene a tres
profesionales, cuatro estudiantes, dos jubilados y un tarambana que se quedaron
acá.
Gracias a esa mulata desagradecida de la revolución, que decidió
partir en el ochenta y a quien le cayeron a huevazos, la calificaron de
prostituta, delincuente juvenil, y hoy es recibida en su antiguo barrio con
muestras de cariño perruno, palabras de admiración y cuchicheos cómplices
de que "tú sí estabas clara".
No se la comieron los perros. No le impidieron trabajar. No tuvo que
prostituirse ni entregarse a las drogas, como le decían los agoreros que
hoy le llaman señora y ponen a su disposición todo de lo que
carece el pueblo.
Papito Mala Noche camina mal con sus Adidas. El jean marca Viceroy le
molesta en sus piernas zambas, y la camisa MacGregor le causa escozor en su
estirado cuello. La gorra con la bandera norteamericana, aunque le provoca
dolores de cabeza sociales, le protege de un sol para el proletariado.
Dice que ya come carne de res. Que lo zapatos se los refuerza Alaín,
un ingeniero agrónomo que gana más como zapatero remendón
que metido en un laboratorio o en los cañaverales. El ron que consume en
uno de los kioskos Habaguanex S.A. de su cuadra, se lo sirve un sicólogo
atormentado por el alto costo de la vida. Y el taxi para pasear a su novia,
militante del Partido Comunista en un centro de elaboración de Luyanó,
es conducido por un médico pediatra en sus horas libres.
Papito Mala Noche se siente un hombre realizado. Y aunque su ignorancia y
comportamiento ofenden hasta al más bruto, sus disparates son aceptados
con una sonrisa de asentimiento.
¿Hasta dónde llegaremos en esta caída vertiginosa hacia
la pérdida del amor propio y otras concesiones que corroen a un elevado
por ciento de los cubanos? ¿Cómo es posible que fantoches,
prostitutas vendedoras de drogas y funcionarios corruptos bajo el disfraz de
gerentes, representantes, administrativos y otros seudónimos se adueñen
del papel protagónico de la sociedad? ¿Por cuanto tiempo más
se aplaudirá "el progreso" de personas sin escrúpulos ni
mérito alguno?
Es repugnante hablar de "un pueblo digno" que se siente humillado
cada día y en su propia casa. Es un insulto ver que la solidaridad, el
humanismo y el carácter hospitalario del cubano de hoy con el cubano, están
dados por el número y brillo de gangarrias que porta la persona, o por la
cantidad de dólares que posea.
¿Dónde quedó el precepto martiano de "mucha tienda,
poca alma"? Papito Mala Noche se ríe de la vida. Junto a otros
petimetres, se adueña de los sitios y artículos prohibidos para
los trabajadores.
El viejo Sergio Juan, con una licenciatura en historia, junto a su hija Inés,
pone a enfriar las cervezas, revuelve el caldero de congrí, echa los
bisteces de cerdo a la sartén, saca los plátanos verdes bien
hervidos, para que su esposa Esther, maestra jubilada, sirva con premura a Mala
Noche y sus acompañantes, que se han dignado entrar a El Paraíso,
paladar especializada en comida criolla para los extranjeros, o los hombres de éxito
de la isla.
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