Julio 6, 2001
Notas falsas en la isla de la música
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, julio - "Tocar por sopa" es un eufemismo similar a "pasar
el cepillo". O un concepto peyorativo del artista obligado a canjear sus
habilidades musicales o interpretativas por una propina, ya sea por su
deficiente calificación o su carácter de aficionado.
¿Y quién en Cuba no ha tocado por sopa? Talentos como Benny Moré
o mediocridades ilustres como Compay Segundo se vieron obligados a tocar por
propina o comida en diferentes épocas.
El primero, durante sus andanzas bohemias por los bares de La Habana. El
segundo, luego de jubilarse como tabaquero y acudir al hotel Capri para ganarse
la vida con su armonio.
Ambos, uno por talento y el otro por estar en el lugar adecuado, a la hora
adecuada, y en el tiempo preciso en que un hábil norteamericano comprendió
que los europeos estaban cansados de melenas y música electrónica,
han pasado a la historia como dos genuinos representantes de la música
popular cubana.
Uno, el Bárbaro del Ritmo para siempre. El otro, Compay, mientras no
complete otra vuelta la espiral de la moda.
Pero los soperos abundan como las malas decisiones de la política
cultural cubana. Y eso, aunque los hayan expulsados de los centros turísticos
de la Habana Vieja, los corrieran del muro del Malecón y los multaran a
la entrada de los hoteles para turistas extranjeros.
Según los comisarios culturales, porque les quitaban el trabajo a los
músicos de plantilla. De acuerdo con los soperos, porque ya no hacen
falta para que las direcciones municipales de cultura ahorren sus magros
presupuestos anuales.
La cuestión es que ahora los músicos que reclamaron los
puestos ocupados por los soperos también tocan por propinas. Y peor,
empresas como la "Adolfo Guzmán" y la "Ignacio Piñeiro",
envían a muchos de sus músicos a vivir de propinas porque no
tienen dinero para pagarles. Y como si fuera poco, reciben maltratos de algunos
gerentes que los explotan sin que tengan derecho a reclamar, so pena de ser
expulsados de los centros turísticos dolarizados: léase La Mina,
El Café París, La lluvia de Oro, entre otros ubicados en el casco
histórico de la capital.
Nilo González, director de un septeto que estaba sin trabajo desde
hace algo más de seis meses, decidió sobrevivir como sopero
institucional y consiguió un contrato para su agrupación en el café
Marina, de la calle Oficios. ¿Resultados? Les pagaban cien dólares
al mes para todo el colectivo, pero sin derecho a desayunos, almuerzos ni
comidas. Además, tenían que entregar el cuarenta por ciento a su
empresa. ¿Ganancias? De siete a ocho dólares mensuales para cada
uno. Y pagar su transporte, vestuario, arreglo de instrumentos.
¿Condiciones? No pedir propinas a los extranjeros y mucho menos
aceptarlas delante de la gerencia. Es una mala imagen para un músico "revolucionario".
¿Tocar por sopa? Es una realidad manifiesta en agrupaciones y solistas
del país, precisados a veces a viajar al extranjero con dieta de
bolsillo, derecho a hospedaje y las comidas, bajo el pretexto de que es un viaje
de promoción. Las recaudaciones les corresponden al Estado.
La explotación del hombre por el hombre no sólo se produce en
los países capitalistas. La explotación del músico que
repiquetea el bongó sólo por rabia y un plato de comida, nada más
se produce en la isla de la música.
Tienda su mano al cantador. Suelte su propina en el sombrero dejado como al
azar sobre el bafle. Aplauda hasta el delirio cuando sus frágiles y
viejos instrumentos estallen de tanto sollozar para que usted sonría, y
estará ayudando a decenas de anónimos músicos cubanos.
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