LA HABANA, Cuba. – Dentro de dos meses, Héctor Luis Pupo Quiala cumplirá 32 años; de ellos, ha vivido un poco más de 20 con intensos dolores. La artritis reumatoide que padece desde los 11 años se ha agravado con el paso del tiempo debido a malas praxis médicas y a la poca atención que ha recibido en Mayarí, el municipio holguinero donde vive.
“No sé lo que es no sentir dolor. Lo que es un día, un minuto, un segundo sin él. Quiero hacer algo y no puedo. Sentarme, bañarme o hacer mis necesidades fisiológicas se me hace difícil. Todo lo tengo que hacer con dolor”, dice.
Héctor no puede abrir ni cerrar las piernas. Para dormir tiene que colocarse una almohada en la espalda, otra entre las rodillas y una tercera en el cuello porque no puede estar con la cabeza plana en la cama, apunta.
Vive en El Canal de Saetía, un poblado holguinero aledaño al turístico y exclusivo Cayo Saetía. Con 11 años comenzaron a dolerles las piernas. En su municipio los médicos justificaban el dolor con “problemas en los testículos”.
Fue en la capital cubana que le diagnosticaron, cuando ya tenía 13 años, artritis reumatoide juvenil, una enfermedad inflamatoria crónica que afecta las articulaciones y sus tejidos, y que provoca mucho dolor y rigidez.
Al regresar de La Habana, recuerda que aún podía dar pequeños pasos con muletas. “Me paraba con trabajo, pero si me hubiesen atendido aquí como yo necesitaba, con mi fisioterapia diaria y los medicamentos, quizás no estaría así, tal vez todo eso hubiera retrasado el avance de mi enfermedad”.
Pero no fue así. Su trastorno fue agravándose a medida que pasaba el tiempo y su sueño de ser biólogo, lamentablemente, fue perdiéndose.
“El mar me encanta. Cuando mi enfermedad no había empeorado iba a nadar. Ser biólogo marino era mi sueño, pero ya cuando me enfermé supe que era imposible, porque yo no quiero nada (ninguna profesión) que no pueda ejercer”.
No obstante, su anhelo de “ser alguien en la vida” nunca se desvaneció. Aún enfermo siguió estudiando. En décimo grado, cuando todavía soportaba los dolores, se internó en un preuniversitario. Hasta el agua podía cargarla estando en su sillón de ruedas. Y así terminó duodécimo grado.
“Querían que estudiara Informática en Moa, pero no podía becarme en otro lugar donde no tuviera familia que me ayudara, además de que la escuela quedaba en altos. Aquí mismo en Mayarí había opciones de bibliotecario o de reparador de equipos electrodomésticos, pero no me quisieron ayudar, y yo no quería chequera (de Bienestar Social), quería trabajar”.
En ese punto, dice Héctor Luis que comenzó a hacer negocios: compraba ron y lo revendía ilegalmente. Con el dinero ganado adquirió una nevera y emprendió en la compra y venta de pescado. Comerció con comida para puercos, luego crió cerdos y con todo lo ahorrado se compró la casita donde vive con su madre.
Pero la artritis reumatoide no es su único padecimiento. También se le diagnosticó glaucoma, una enfermedad que no tiene cura tampoco y que afecta el nervio óptico del ojo; así como hipertensión arterial, una EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) y, como si fuera poco, una osteoporosis a causa de la sobredosificación de medicamentos.
La osteoporosis, como el resto de las enfermedades que padece Héctor, tampoco tiene cura. Este padecimiento hace que los huesos se debiliten y sean más proclives a fracturarse. La causante sería, según su médico, la prednisona.
Entre los medicamentos que consume, o debe consumir, están la cloroquina, que se utiliza para tratar enfermedades autoinmunitarias como el lupus y la artritis; la propia prednisona, para aliviar la inflamación y utilizada también en enfermedades autoinmunes y afecciones pulmonares; y el clordiazepóxido, para relajarse y dormir.
Además de vitaminas, calcio y oxígeno, también usa el captopril y la hidroclorotiazida para tratar la hipertensión arterial, el metotrexato, un fármaco antirreumático que está en falta y que hace mucho tiempo no toma. Además, necesita diclofenaco, el único que es capaz de controlar sus intensos dolores.
Precisamente, por no tener el tratamiento permanente que requería, ni los medicamentos, ni la rehabilitación necesaria, los fémures del joven holguinero están pegados a la cadera, sus rodillas no estiran bien y los pies están rígidos.
“No me puedo sentar como se sienta una persona normal. Debo estar todo el tiempo semi acostado, en una posición en la que casi me salgo de la silla. Me da miedo vomitar o toser porque cuando lo hago se me fracturan las costillas”.
Mientras la artritis y la osteoporosis que padece Héctor se agravan, el reumatólogo que lo atiende no tiene palabras esperanzadoras. “Me dijo que todo era así y que me tenía que resignar, que mis dolores van a empeorar cada día, y que hasta la columna se me puede fracturar”, cuenta el joven.
No obstante, Héctor no se resigna: lo único que quiere es no sentir dolor. Por eso ha aprovechado las visitas de los dirigentes del régimen a Cayo Saetía para que conozcan su situación.
Cayo Saetía, los dirigentes y las promesas
Cayo Saetía, en la costa norte de Holguín, es un destino turístico reservado mayormente para las vacaciones de altos funcionarios del régimen. Raúl Castro y su camarilla, por ejemplo, son de sus visitantes más frecuentes, así como otros dirigentes de alto rango autorizados.
La primera vez que Héctor se “plantó” en el puente que conecta al poblado de El Canal con Cayo Saetía fue hace tres años en una de las visitas del entonces presidente Raúl Castro a la zona. Allí esperó hasta que lo atendió un escolta a quien le planteó su situación. Cuenta que esa vez lo ayudaron.
El balón de oxígeno y el sillón de ruedas que le habían prometido hacía mucho tiempo las autoridades de su municipio, apareció en un santiamén.
También recuerda el mal trato que recibió por parte de Luis Antonio Torres Iríbar, en aquel momento primer secretario del Partido Comunista de Cuba en Holguín (actualmente de La Habana), en una ocasión en que el dirigente visitaba el poblado.
“Parece que ya le habían hablado de mí y mientras conversaban en una reunión con los pobladores sobre las obras sociales que se hacían en el pueblo, en el momento que iba a tomar la palabra me mandó a callar y me dijo que no formara focos. Ese día me subió la presión por su causa”.
En diciembre del pasado año fue por segunda vez al puente cuando se enteró que Raúl visitaba el Cayo. “Ellos (los dirigentes) me prometían una cosa y cuando se iban se les olvidaba”, asegura.
“Después de esa visita fue que más o menos empezaron a darme algo, pero darme lo que me toca no es ayudar. Ellos vieron que yo no estaba jugando, estaba dispuesto a volver cuantas veces fueran necesarias”.
Sin embargo, lo que más necesita, asegura, son sus medicamentos y un sillón de ruedas adecuado a su cuerpo que le permita mantenerse en una posición que le provoque menos dolor.
Cada vez que llega visita importante al Cayo, tratan de “mantenerlo a raya” llevándole algunos medicamentos de los que necesita. Así sucedió en días recientes cuando un grupo de funcionarios del Gobierno de Mayarí lo visitaron para conocer sobre su estado de salud y regalarle “cuatro pastillas de diclofenaco envueltas en un papel”. Al parecer, el Cayo pronto recibirá visita importante.
“Mi único deseo es que me ayuden a no tener dolor”
El único anhelo de Héctor es que lo ayuden, de la manera que sea, a no tener dolor. Dice que su Gobierno no lo quiere socorrer. “Estuve esperando hasta hace poco, mandé mis fotos a La Habana, escribí cartas, esperando ilusamente que hicieran algo, pero ya no puedo seguir aguardando mentiras”.
“Quizás algunas personas piensen que lo que tengo no es tan grave porque me escucho diferente a como me siento, pero cuando alguien se pasa un rato aquí conmigo y ve lo que yo sufro cada segundo, entonces sabe que es verdad”.
Lo único que quiere Héctor Luis Pupo Quiala es no sentir dolor. Aunque cree que “el único que puede hacer un milagro es Dios”, espera que se cumplan las promesas del régimen e incluso el discurso trillado de que el sistema de salud no desatiende a ningún cubano. Y, así, sigue adelante.
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