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Así pasó unas vacaciones Cilia Flores en los cayos cubanos

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Cilia Flores. Foto tomada de Internet

SANTA CLARA, Cuba.- En días recientes partió de vuelta a casa, a Miraflores, Cilia Flores, la esposa del dictador venezolano Nicolás Maduros Moros, acompañada de un séquito numeroso, que incluía familiares y guardespaldas, quienes habrían llegado la pasada semana a los cayos villaclareños con el objetivo de desestresarse del caos nacional en el que viven.

Se hospedaron por espacio de una semana en una veintena de suites del Hotel La Estrella 2, entidad perteneciente a la Corporación Gaviota S.A. del MINFAR y a la firma Blue Diamonds Resorts & Spa, subsidiarias de la turoperadora canadiense SunWin. Los trabajadores que les atendieron fueron instruidos “de guardar extrema discreción”, como suelen exigir cuando “se trata de una visita de primer nivel”.

Algunos de estos empleados, quienes pidieron declarar anónimamente por razones de seguridad individual, aseguraron que, si bien “no ganamos propinas con estas visitas tacañas”, el Hotel, que ha estado medio vacío “por culpa de una temporada alta más bien baja”, a consecuencia del infeliz desabastecimiento material, “esta vez fue reforzado con todos los hierros”.

El colmo consistió en hectolitros de aceite comestible que llegaron convoyados con galones de pinturas para acicalar los bungalós donde se estableció la comitiva palaciega.

Aterrados, en caso de verse delatados y perder el empleo que les costó bastante conseguir —no importa lo poco que devengan por nómina—, cuentan que “aquello fue tremendo descaro. En medio del problema internacional en el que está metido Maduro, y su gobierno, en el país más rico del mundo en reservas de petróleo, su familia viene a disfrutar con el dinero del pueblo. Vienen a vivir la buena vida a mil millas de su casa”.

A diferencia de Liz Cuesta, primera dama cubana y que en la última estancia presidencial en el mismo hotel “regaló sobrecamas y edredones a todas las empleadas de la Casa de Protocolo” —adquiridos con cheque oficial en una tienda de la zona—, esta legión venezolana poca gratitud demuestra, dando nada a quienes les sirven callados, compensados acaso con saludos y reverencias que en concreto nada aportan a la mesa del explotado.

— “¡Abajo Trump!”— se les escuchó proferir entre comida y bebida, cuando recordaban el peligro del norte que desde estas orillas presentían cercanamente, y lo aseguraron quienes no pudieron tomarles fotos porque estaba prohibido portar celulares o hacer indagaciones.

“Bolivarianamente en la primera fila” de arena, rifle humeante en una mano —y langosta en la otra—, “estará presente la avanzada” más devota del “camarado” que quedó atrás, dando la cara al enemigo imperialista, mientras la primera combatiente doña Cilia Adela Gavidia Flores de Maduro, apoyada en la retaguardia por el soleado núcleo de herederos con nombres yanquis: Yoswal, Yosser y Walter, nueras, cuñadas, nietos, yernos, tíos, primos, y demás seres sobresalientes que en apretada escuadra aniquilarán, luciendo ejemplo de humildad, “la maldad del sistema más inicuo de la tierra que quieren imponer los capitalistas”, convencidos de su propia falta de unidad intestina, pero subidos a una duna “común, solidaria y proletaria”.

Con semejante discurso, los dependientes, acostumbrados a robar, se quejaron de “que ni un bisté pudieron echarse en una teta, o llevarse lasca de queso adherida al muslo con precinta, ni siquiera unos tecitos cuando terminaba el banquete”, despavoridos porque la guardia pretoriana, travestida de SEPSA y avispas negras, los cacheaban a la salida.