LA HABANA, Cuba. – James George Frazer lo hubiese citado en su libro La rama dorada: el anuncio del izamiento de las banderas cubana y norteamericana en las respectivas secciones de intereses convertidas en embajadas, por las desmesuradas expectativas que ha creado, está obrando como un exitoso acto de magia simpática.
Es como si la modificación del rango de las sedes diplomáticas y el ondear de las banderas, por sí solos, bastasen para disipar todos los problemas.
Primero bastó con las declaraciones y los estrechones de manos de los presidentes, las visitas de los senadores y las sonrisas de cortesía de Roberta Jacobson y Josefina Vidal. ¡Imagínese ahora que al fin habrá embajadas!
Luego de tantas décadas de inmovilidad y desesperanza, son muchos los cubanos ilusionados que esperan se produzca el milagro y todo empiece a cambiar para mejor.
Los más cándidos, los que en su avidez por los cambios se dejan deslumbrar por trucos de feria, están ilusionados con el servicio Nauta y las áreas wi-fi aunque la conexión sea lenta y siga siendo cara. Así se contentan, mientras siguen a la espera de que se llenen las vidrieras de alimentos y productos made in USA y lleguen los ferries y los aviones cargados de turistas norteamericanos ansiosos por derrochar sus dólares en playas, hostales, paladares tugurios más o menos folklóricos y jineteras y pingueros chapurreadores de un inglés de cheyennes de viejas películas de clase B.
Es la corrida de los milagreros y los ilusionistas, los que esperan o tratan de hacer creer que el presidente Obama, en el tiempo que le queda en la Casa Blanca, con un Congreso mayoritariamente republicano, hará milagros dignos del Antiguo Testamento, y solucionará los problemas que no pudieron solucionar diez presidentes norteamericanos anteriores respecto al castrismo, que aunque hace agua por todas las vías, no acaba de diluirse, sino que se hace grumos.
El milagrero mayor parece ser Obama al creer que con su buenísimo, paciente, complaciente y gradualista pensamiento mágico va a conseguir que la dictadura castrista poco a poco deje de serlo, y que los cambios económicos –si es que puede llamársele así a los parches y retoques que son los Lineamientos- traigan las libertades políticas y la democratización. Como si China y Viet Nam no bastaran para probar lo contrario.
El bueno de Obama, por culpa de la resistencia que le hacen los republicanos, no adelantará mucho en el Obamacare y la reforma migratoria, y tampoco en el combate a los terroristas del Daesh, por mucho que los dé como casi aniquilados. Pero por el momento parece que sí consigue seguir, como un disc jockey de emisora radial de oldies, complaciendo las peticiones del general presidente.
Va y hasta logra Obama el levantamiento del embargo, lo que queda de él, que todavía es bastante. Lo suficiente para servirle de pretexto para la gritería al castrismo y su claque de camaradas solidarios. Y también la devolución de la base de Guantánamo, que ojala antes de devolverla, tengan la precaución de desmantelar hasta los cimientos la cárcel para talibanes, no vaya a ser que la utilice el MININT para encerrar a disidentes, ahora que interpretan que los yanquis les pusieron la luz verde para deshacerse de ellos.
¡Y todavía hay algunos que esperan que el régimen castrista deje de violar los derechos humanos!
Más allá de las declaraciones difusas, qué puede hacer el gobierno norteamericano por las Damas de Blanco y los opositores cubanos, tan ocupado como está en monitorear las cámaras de vigilar policías para que no apaleen o maten a otro afroamericano.
Y ni hablar de la Unión Europea, donde ya reconocieron que el tema de los derechos humanos de los cubanos puede esperar. Mientras, están dispuestos periódicamente a reunirse con los representantes del régimen castrista para discutir de derechos humanos, o mejor dicho, de cómo interpretarlos. Y nada de reunirse con los disidentes cuando viajan a La Habana para intercambiar cumplidos con los capitostes de la dictadura.
Con tanto milagro en el ambiente, va y hasta le da la Academia Sueca el Premio Nobel de la Paz a Raúl Castro –o a Fidel, que esto del deshielo con los yanquis es hasta que Él quiera, por muy ocupado que esté con los quesos y la moringa. A Obama no le pueden dar el Premio por segunda vez. El presidente colombiano Juan Manuel Santos, que no logra llevar a buen puerto -¡qué va a lograrlo!- las negociaciones con los narcoguerrilleros de las FARC-EP y no tiene muchos milagreros que lo propulsen, se queda corto ante los premiadores de Estocolmo. Y no se lo van a dar a Putin ni a Netanyahu. Así que no asombraría si el Nobel va a dar a manos del general presidente.
Hay los que no esperan milagros, sino que se aprovechan de los ingenuos que creen en supercherías y señuelos. Los mandarines verde olivo, que ya sacaron cuentas de los beneficios que pueden sacar del pragmatismo yanqui si mueven ficha y ceden solo lo necesario, más en el discurso que en otra cosa, saben muy bien lo que se traen entre manos y el mejunje que resultará cuando la elite heredera agarre el timón y se encargue de administrar la piñata mientras aterrizan suavecito en el capitalismo.
También saben bien lo que se traen entre manos los anticastristas arrepentidos Carlos Saladrigas, Alfie Fanjul, los lobistas del Engagement y los inversionistas que ya se preparan para convertir a Cuba en una maquiladora gigante, con la mano de obra más barata, sumisa y sin derechos que exista.
Es sabido, lo dijo alguien: la economía no tiene corazón. Y en ella, por mucho que le pese admitirlo a algunos, no son frecuentes los milagros. Miren el caso de Grecia.