Un Bacardí por Minnie

Orestes Miñoso lució tanto en los terrenos de pelota que hasta le dedicaron canciones. La gente lo amó en Cuba y fuera de ella, y no hubo fanático que no reconociera su excelencia.
Minnie, Cuba, Grandes Lisgas, béisbol
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LA HABANA, Cuba.- Entra en el bar y camina hasta el fondo, donde está la vitrola. Saluda a un par de conocidos (hola Alberto, buenas tardes Antonio), mete la mano en el bolsillo, saca una moneda y la cuela en la ranura. Elige un chachachá de la orquesta de Enrique Jorrín. Cuando se oyen los primeros compases, varios clientes celebran a su espalda.

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Orestes Miñoso lució tanto en los terrenos de pelota que hasta le dedicaron canciones. “Qué tremendo batazo, qué tremenda emoción,/ es Miñoso señores, que la bola botó”. Así dijo Jorrín, y el país se gastó la garganta haciendo coro.

Porque Minnie (como lo rebautizaron en Estados Unidos) fue casi tan grande como el béisbol. La gente lo amó en Cuba y fuera de ella, y no hubo fanático que no reconociera su excelencia. Era verlo en la caja de bateo y aplaudir.

Pocos son los estelares cubanos que le aguantan la pulseada: digamos que Palmeiro, Canseco, Tany Pérez, Tony Oliva, acaso José Abreu… Los números del legendario outfielder de Perico son de espanto, y la síntesis de su brillantez es un promedio de .299 a lo largo de 8.233 comparecencias al home plate.

Para adornar el dato —si es que hiciera falta— están más de 2.000 hits, más de mil anotadas y remolques, más de 200 robos, un montón de boletos por encima de los ponches y 848 puntos de OPS. Además, veinte campañas en el máximo nivel, tres Guantes de Oro y 13 selecciones para el Juego de Estrellas.

“El Cometa Cubano”, le decían, y él pagaba con palos cada elogio. Bateó en las Ligas Negras, bateó en el Marianao, bateó en México, y con la camiseta de su vida, la de los Medias Blancas de Chicago, repartió maravillas hasta convertirse en uno de los mejores jugadores de los años cincuenta. Sí señor, los cincuenta, esos donde camparon Mantle, Musial, Mays, Yogi Berra, Duke Snider, Eddie Matthews…

Solo Nick Altrock y el legendario Satchel Paige están junto a Miñoso en el club más increíble del béisbol, que es el de los ligamayoristas con apariciones en cinco décadas distintas. Eso, porque después de retirarse (a todas luces definitivamente) en 1964, hizo dos retornos fugaces y muy publicitados a los 52 y 56 abriles.

Fue el primer afrolatino en Grandes Ligas. Se le cita como uno de los hombres que propició el resurgimiento de la velocidad como elemento vital a la ofensiva. Era alma, era corazón, y se ganó el apodo de “Míster White Sox”: en la escuadra del sur de Chicago retiraron su número ‘9’ y le levantaron una estatua en el estadio. El Salón de la Fama se le resistió, pero al final no le quedó otra opción que abrir sus puertas al moreno que se enroscaba en home y caminaba para arriba de los lanzamientos.

A su muerte, el mismísimo Obama le dedicó palabras impactantes. Aquel 1.º de marzo de 2015 —dijo alguien— fue como si la pelota se forrara de negro. Había dicho adiós un símbolo de Cuba, tan imponente como Celia Cruz, Benny Moré o Kid Chocolate.

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El hombre apura el quinto trago de Bacardí y regresa a la vitrola. Es hora de marcharse, pero antes quiere volver a escuchar el mismo tema. Lo pone, tamborilea en la pared y susurra el estribillo: “Cuando Miñoso batea, verdad,/ la bola baila hasta el chachachá”. Sonríe y se da vuelta. A la noche, Miñoso sacudirá el Comiskey Park con dos jonrones.

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