LA HABANA, Cuba -Para aquellos que no lo saben, los cuentapropistas o pequeños comerciantes y los artesanos independientes cubanos, llamados éstos merolicos, han sido aceptados por etapas en este medio siglo de desbarajuste económico y de forma ¨legal¨, cuando al régimen castrista le ha llegado el agua al cuello. Luego, cuando los creen innecesarios, desaparecen como por arte de magia.
Los 455 mil cuentapropistas registrados en los primeros meses del año actual, deben mirarse al espejo del restaurante ¨Hurón Azul, ya desaparecido, situado en Humboldt 153, ente O y P, en el Vedado habanero, a partir de 1997 hasta 2008.
Recién fundado, mientras disfrutaba de la excelente comida que se elaboraba en ese restaurante, conversé con su joven propietario, Juan Carlos Fernández. Le pregunté lo que él pensaba sobre esa manera del gobierno de llamar cuentapropistas a los nuevos pequeños comerciantes. Coincidimos ambos en que se trataba de una forma despectiva, que servía para diferenciarlos de los comerciantes estatales, considerados como los verdaderos, aunque de pésimo servicio.
–Fíjese que llaman ¨paladares¨ a los restaurantes privados, porque para ellos no son restaurantes en realidad, me dijo Juan Carlos.
El Restaurant ¨Hurón Azul¨ fue un ejemplo de lo que puede lograr la libertad económica en una sociedad, por muy subdesarrollada que esta sea. Lo vi en Japón en 1972 y no puedo olvidarlo. Ese país, a los pocos años de haber salido devastado de una terrible guerra, se convirtió en una potencia mundial capitalista.
El ¨Hurón Azul¨ fue uno de los pequeños restaurantes más concurridos de aquellos años. Rodeado de hoteles para turistas, tanto compitió con ellos, que cada día se veían a esos turistas haciendo cola a lo largo de su acera, sólo para descubrir las maravillas que hacía Juan Carlos con el pescado, el pollo, los mariscos, la carne de res, o simplemente con recetas tradicionales de Italia.
Pero en 2008, y a pesar de que a este pequeño restaurant se le hacía inspecciones hasta tres veces al mes durante más de una década, no detectándosele nunca violaciones de ningún tipo, Juan Carlos Fernández sufrió una situación apocalíptica, propia de regímenes totalitarios: Lo perdió todo y fue a prisión por largos años. Había cometido el delito de triunfar como comerciante, de demostrarle al Estado socialista que sólo bajo la libertad económica, un país puede lograr calidad de vida a la población.
Hasta se le criticó ante los tribunales que lo condenaron, que hubiera tenido amistad con los mejores pintores del momento, que comprara una casa a su mamá, que viajara fuera de Cuba, como no lo pudo hacer cuando era un cubano de a pie. Había logrado, es cierto, por medio de su trabajo, una vida mucho mejor.
Hoy, no sé por dónde anda este joven comerciante, con quien conversé sólo una vez y que no olvido, porque mientras hablábamos, lo recuerdo bien, me di cuenta de que por muy inteligente que fuera en su negocio, todavía no había descubierto que de la noche a la mañana, las piedras del camino se podían transformar en brasas de candela y que en Cuba, que sigue siendo “de Fidel”, los cubanos no pueden soñar con tener una vida mucho mejor.