LA HABANA, Cuba. — Las mipymes, presentadas como la panacea para aliviar el desabastecimiento en Cuba, son otra jugarreta de las que acostumbra a utilizar el régimen castrista cuando está en aprietos. Y nunca ha estado tan en aprietos y con el agua al cuello como lo está ahora, cuando los cubanos, a fuerza de hambre y privaciones, estamos a punto de estallar.
De momento, les está saliendo bien la jugada a los mandamases continuistas. No importa que solo una exigua cantidad de cubanos puedan pagar —haciendo grandes esfuerzos la mayoría de ellos si no son receptores de remesas o están en negocios turbios— los precios exorbitantes de los alimentos y otros productos básicos que ofertan en las mypimes. Lo principal para el interés del régimen es que con estos “actores económicos”, que compran en el exterior con la mediación de empresas estatales, están logrando evadir el embargo estadounidense y engatusar a la administración Biden para que haga nuevas concesiones.
Adicionalmente, la dictadura está consiguiendo dividir aún más al exilio. Incluso, algunos de los que hasta hace poco eran de los más radicales han caído en la nueva trampa del régimen, se declaran favorables a las mypimes y hasta se reúnen con “los emprendedores” de visita en Miami, un gesto que, si no fue calculado, pudiera a la larga resultar contraproducente para alguna de las partes involucradas.
Eso, por no hablar de los sinvergüenzas habituales, como Carlos Lazo, el “agentón” de Puentes de Amor, Hugo Cancio, Carlos Saladrigas y otros personajes que prefieren llenarse los bolsillos haciendo negocios con la dictadura antes que preocuparse por la libertad de sus compatriotas.
Hablemos claro. Basta de hipocresía. Que no hablen más del bienestar y el alivio de las necesidades de los cubanos: eso es lo que menos les importa a los mercachifles y alcahuetas que aceptan tejer con esos sucios hilos y hacerse cómplices de la extorsión chantajista a la que somete el régimen a los cubanos. A los de acá usándolos de rehenes para los que los de allá, los emigrados, envíen remesas, comida y medicinas a sus familiares en Cuba para que no mueran de hambre. Y a esa extorsión se suman gustosos los oportunistas e inescrupulosos de las agencias de Miami con conexiones en el Palacio de la Revolución, GAESA o alguna de sus dependencias más o menos camuflajeadas.
Si a los rollizos mandamases continuistas les importara el hambre de los cubanos, en vez de dedicarse a alentar la importación de alimentos por las mipymes para revenderlos en Cuba con su precio multiplicado varias veces, concederían libertades económicas, facilidades y estímulos para que la mayor parte de esos alimentos que hay que comprar caro y al contado en el exterior (como el pollo y el arroz) puedan ser producidos en la Isla.
Pero en vez de eso, los mandamases siguen apostando por los mismos métodos testarudamente estatistas mil veces fracasados, culpando al bloqueo de todos los desastres, buscando tiranos a quien aliarse y que los mantengan, y proclamando que solo en el socialismo está la solución de los problemas de Cuba.
En realidad, a los mandamases del continuismo no les interesa que se desarrolle el sector privado, sino que tratan de asfixiarlo. Mientras más débil y reducido sea, más fácil les será suprimirlo a la hora de dar marcha cuando vuelvan a sentirse fuertes. Pasó en la Unión Soviética cuando Stalin dio por terminada la Nueva Política Económica (NEP) que había implementado Lenin seis años atrás para rebasar el caos ocasionado por el comunismo de guerra bolchevique. Pasó en Cuba hace poco más de veinte años, cuando el petróleo del régimen de Hugo Chávez le permitió a Fidel Castro emprender la contrarreforma de las medidas que se había visto obligado a adoptar durante la etapa más dura del Período Especial.
Para cuando llegue ese nuevo bandazo —o antes, al paso que van las cosas—, de las alrededor de 9.000 mipymes existentes hoy solo quedarán las que fueron prohijadas por el régimen, las de sus paniaguados, que arrancaron con ventaja y le sirvieron para su jugada engaña-bobos. A las otras Mipymes, las verdaderamente privadas, las habrán ido recortando y estrangulando.
Pueden los mandamases de la maraña seguir hablando de “nuevos actores económicos” y de “modos de producción que se complementan”. Allá quien le haga caso a sus eufemismos y su semántica engañosa.
Los mandamases no renunciarán —porque creen que en eso les va su supervivencia— a utilizar el hambre y la miseria como instrumentos de control social, pero la rosca tiene un límite, y nunca se sabe si la tuerca aguanta una vuelta más.
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