LA HABANA, Cuba.- La circunstancia de tener un hijo ausente, muerto o en prisión, hace del día de las madres una experiencia distinta. A pesar de los hijos que por fortuna aún viven y permanecen cercanos, siempre hay un resquicio para la tristeza, un anhelo inconcluso, un malestar irremediable.
Esas historias de dolor no tienen lugar en los homenajes que los medios masivos preparan apenas comienza el mes de mayo. Hay que salir a buscarlas entre la fiebre de regalos, postales y cenas familiares porque ser madre es alegría y dicha; pero también un estado de permanente zozobra, temor y sacrificio imposible de describir.
En el legendario solar El Once, en el corazón del Cerro, CubaNet entrevistó a Rayza Carratalá, madre de diez hijos, de los cuales cuatro están presos. Quienes alguna vez han pisado ese municipio saben que la fama no le viene por gusto. Es un ambiente hostil, temido incluso por la policía, donde los hijos son criados como se puede, entre la ética marginal y la irreverencia.
En ese barrio sin Revolución nacieron los hijos de Rayza, que jamás contaron con la ayuda del gobierno, ni siquiera durante los cuatro años que su madre pasó en prisión. Quedaron a cargo de la hermana mayor, que procuró mantener a flote un hogar lleno de adolescentes rebeldes y desorientados. La asistencia social no llegó a pesar de aquella promesa de no dejar a nadie desamparado. Al parecer, no había recursos materiales para ayudar; pero tampoco palabras ni buena voluntad. En la patria socialista los hijos de padres presos no tienen derecho a atenciones o beneficios.
Hoy Rayza “La China” lamenta la ausencia de sus cuatro muchachos presos, a quienes no puede visitar con frecuencia por hallarse cada penitenciaría en una provincia distinta (Camagüey, Mayabeque y Pinar del Río). Su único deseo en el Día de las Madres es tener a sus hijos con ella, y espera aliviada porque vengan tiempos mejores, con toda la familia reunida. Afortunadamente, bien lo sabe, la ausencia de sus hijos no es irreversible.
Para otra madre entrevistada por CubaNet, el segundo domingo de mayo ha adquirido un cariz más amargo. Belkys Clavel fue durante veinte años madre cuidadora de un niño que nació con parálisis cerebral por negligencia médica. La enfermedad de Alejandro, fallecido hace tres años, constituyó una dura prueba para esta madre que renunció a todo por entregarse al cuidado de un hijo especial, que dependía totalmente de ella.
En un país como Cuba, donde hasta lo más elemental se dificulta, tener un hijo postrado requiere de toda la ayuda posible. El gobierno se limitó a ponerle una pensión mensual de 235 pesos (9 USD) y se desentendió del asunto; mientras la madre daba carreras gestionando los culeros desechables que debían garantizarle en la farmacia, el aire acondicionado, el colchón antiescaras y un extractor de flema que solo apareció porque un periodista independiente hizo público el caso.
Para Belkys el mayor apoyo fueron su mamá y el padre de Alejandro, que compró el aire acondicionado y contribuyó a la manutención del muchacho hasta el último momento. Hace ya tres años de su muerte y aún la madre está visiblemente traumada. No puede hablar de esa experiencia sin echarse a llorar, a pesar de que tiene una hija y considera a sus dos nietos como una grata compensación por la pérdida de su hijo.
Pudiera pensarse que tras la muerte de Alejandro ella también descansó, pero lo cierto es que el agotamiento psicológico y espiritual no desaparece hasta mucho tiempo después. Cuando se invierten veinte años cuidando a una persona, las 24 horas del día, cada día de la semana, su muerte equivale a la amputación de un miembro.
Belkys no se acostumbra a ese vacío aún sabiendo que hizo todo lo posible por cuidar bien de su hijo, a quien los médicos habían pronosticado una esperanza de vida de entre 13 y 15 de años. Hoy agradece especialmente el tener a su madre viva, una mujer que la acompañó a diario y en cuyos brazos murió aquel niño especial. Olga Clavel tiene 73 años y sigue trabajando como auxiliar de limpieza en una tienda, porque en Cuba los viejos no descansan y un nuevo bisnieto viene en camino.
Esa capacidad de inmolarse es lo que define a las madres. No hay regalo ni homenaje que retribuya tanto amor. Ni siquiera ellas logran explicar de dónde sacan la fuerza, el coraje, la voluntad de continuar. Solo saben que ese sentimiento está ahí y no conoce límites.