VILLA CLARA, Cuba. ─ Poco antes de que abran las puertas de la sede del Obispado de Santa Clara cerca de diez personas esperan sentadas en la escalera de la Iglesia del Buen Viaje. Algunos acarrean carretillas criollas, otros se conforman con una jaba de saco en la que acomodan sus pomos vacíos. Adosado sobre la reja que da paso al patio del templo católico un cartel reza: “Servicio de agua de 7:00 A.M. a 7:00 P.M.”.
Esas doce horas pudieran significar un margen de tiempo razonable, si gran parte de los habitantes del centro de la ciudad no recurriera al mismo sitio con el idéntico propósito durante todo el día. Más allá, en la calle Tristá, la Iglesia Bautista también pone a disposición su pozo para que las personas llenen de agua sus vasijas.
“Aquí siempre han dejado que las personas carguen agua para tomar, pero no sé explicarte por qué hay tanta cola en los últimos tiempos”, comenta un señor que acaba de llegar a la fila cerca de las tres y media de la tarde.
“Para mí es muy fácil de explicar: el agua que viene a las tuberías no hay quien se la tome”, interviene Rosa Machado, una mujer que espera para llenar sus depósitos. “Yo vivo muy cerca de aquí y me acostumbré a tomar de esta agua. El problema es que no sabes cómo va a venir la del acueducto. Unas veces está clarita y otras tiene tremendo mal olor que ni hirviéndola te dan ganas de cogerla para cocinar. Cuando llega así, con color chocolate, me mancha los cubos y el inodoro”.
De acuerdo con información disponible en el portal Soy Villa Clara, fue entre 1914 y 1918 cuando se firmaron los contratos para el almacenamiento de las aguas de los ríos Agabama y Gramal. De esta forma, se dio paso al primer sistema de abasto en la ciudad. Santa Clara fue, por ende, una de las últimas urbes en contar con el servicio de acueducto, el mismo que se ha mantenido hasta la fecha, con “daños, pérdidas y afectaciones en la oferta a la población”.
Ambas casas religiosas están emplazadas en puntos bastante cercanos al parque de la ciudad. Sin embargo, no solo los habitantes del Consejo Centro eligen el agua de estas fuentes acuíferas. Desde repartos tan alejados como José Martí o Dovarganes, sus vecinos se trasladan en motorinas o bicicletas para cargar agua potable que alcance para dos o tres días.
El horario de la tarde rompe con una espléndida concurrencia en uno y otro sitio. Las pilas apenas llegan a cerrarse. Un bidón es sustituido por otro, pero “no existe misterio alguno alrededor de esa agua”, confirma una mujer mayor que parece vinculada al templo bautista. “Simplemente, porque es buena, limpia, sin impurezas. Se analizó y puede tomarse con confianza. Aquí no vienen a buscar agua por la creencia de que esté bendecida ni nada de eso”, aclara la devota.
El conflicto con la pureza y distribución del agua en Santa Clara no resulta un tema exclusivo de la pandemia o el confinamiento, aunque la permanencia en los hogares haya acrecentado el consumo del líquido per cápita. El mismo portal citado confirma que hasta hace cerca de un año los habitantes de repartos como Dovarganes o Santa Catalina se abastecían mediante pipas. Aún hoy, más de 25 000 personas se aprovisionan de esta manera en la ciudad, según información publicada hace algunos meses por el periódico Granma. No obstante, las autoridades de la provincia han reconocido la pérdida de más del 45 % del agua que se bombea a causa de salideros y la obsolescencia de las propias tuberías.
Desde finales del año pasado, la potabilizadora Ochoíta de Santa Clara ─que abastece de agua potable a 83 000 personas─ utiliza la zeolita para eliminar impurezas y sustituir importaciones. Las múltiples roturas en el entramado y la falta de mantenimiento de dichas redes provocan que el agua llegue a muchas viviendas con un color ambarino, mal olor y hasta mezcladas con líquidos insalubres.
“Antes yo llenaba del pozo antiguo en el parque El Carmen”, afirma Ricardo Martínez, vecino de esa misma zona, una de las más afectadas con el abasto de agua. “Lo clausuraron, igual que pasó con otros. Dicen que el agua estaba contaminada y no querían que la gente se fuera a enfermar. Quien no tenga cómo fabricarse un pozo tiene que vivir de la caridad ajena, y el agua también tiene que pedirse. La gente viene a las iglesias, en gran parte, porque te tratan muy bien y dejan que llene todo el que viene”.
Pasadas las seis y media de la tarde, una fila de más de ocho personas espera frente a la Iglesia del Buen Viaje. Los cuidadores de la “Casa de Dios” hacen concesiones en el horario para que nadie se vaya con los depósitos vacíos. Frente al vetusto edificio también se parquean autos particulares, estatales y hasta carretones tirados por caballos, cuyos propietarios se organizan en la cola con un fardo considerable de recipientes.
Varios de los individuos aglomerados frente a la Iglesia Bautista alegan que hervir el agua no es una opción viable para las casas cubanas, debido a que se puede elevar el costo de la tarifa eléctrica o agotárseles más rápido la bala de gas licuado. Otros afirman que aún conservan los filtros comercializados en la cadena TRD, pero que no disponen de piezas de repuesto para renovar su uso.
Con la misma premisa de que “el agua no se le niega a nadie”, Melisa, una joven santaclareña de 18 años que reside en las cercanías del Sandino, un poco lejos de esta Iglesia, narra que sus padres tuvieron conflictos con el vecino que los abastecía de agua, alegando que el pozo no daba suficiente para ambas viviendas. “Desde ese momento, me toca a mí venir dos veces a la semana hasta que podamos ahorrar para hacernos el nuestro”.
Según Melisa, con el alza de los precios en el servicio por cuenta propia, el pozo puede llegar a costarles más de 20 000 pesos, sin contar la turbina y las tuberías plásticas. Paradójicamente, el agua potable marca Ciego Montero es el único producto a la venta en los pocos establecimientos que aún comercializan en moneda nacional. “En mi casa se ha comprado agua de la shopping, pero es para coger los galones y rellenarlos después. Digamos que estamos pagando el pomo con su asita, para transportarlos mejor. Los turistas eran los únicos que podían darse esos lujos”.
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