VILLA CLARA, Cuba. — Hace 334 años un grupo de pobladores de San Juan de los Remedios se trasladaron hacia las inmediaciones de un antaño hato huyendo del asedio de corsarios y piratas, a pesar de que migraron convencidos de que su ciudadela había sido maldecida por treinta y cinco legiones de demonios.
La primera misa fundacional de la “Gloriosa Santa Clara” se ofició al pie de un tamarindo, en los corrales de Francisco Alejo, el 15 de Julio de 1689. Surgía de ese modo un nuevo asentamiento de 18 familias remedianas, inicialmente conocido por los nombres de Cayo Nuevo, Villa Nueva de Santa Clara del Cayo y Pueblo Nuevo de Antonio Díaz.
A muchos de los nacidos en Santa Clara comúnmente se les conoce como “pilongos”, un epíteto que proviene de los propios orígenes fundacionales. Resulta que, al poco tiempo del establecimiento de la villa, hacia 1692, se edificó una primigenia iglesia de madera y guano conocida como la Parroquial Mayor enclavada en medio de la entonces Plaza de Armas.
Años más tarde, su estructura sería renovada en mampostería y tejas: constaba de una nave, con dos capillas laterales y nueve altares. El tabernáculo mayor estaba dedicado precisamente a la patrona de la ciudad, Santa Clara de Asís.
Entre los detalles históricos que más resaltan en torno a la iglesia fueron sus propias campanas, por el peculiar sonido que proyectaban debido a la extraña combinación de metales. Fueron fundidas por un esclavo a partir del cobre extraído de las minas de Maleza, y gracias a las donaciones de los mismos santaclareños, que se despojaron de monedas y valiosas joyas de oro y plata a fin de contar con el artefacto religioso.
Sin embargo, aún no existía en aquella iglesia una pila para impartir a los recién nacidos el sacramento del bautismo. En lugar de mandarla a fabricar a Europa o a La Habana, se esculpió directamente a partir de un bloque de piedra caliza de color blanco extraído del mismo Monte Capiro, un hecho peculiar, ya que casi todas las demás existentes en esta época se fabricaban a base de mármol.
La pila de Santa Clara fue colocada en el templo hacia 1776 y a partir de entonces, todo aquel bautizado en la Parroquial Mayor, fue nombrado como “pilongo”, un calificativo usado por vez primera por el Presbítero Francisco Hurtado de Mendoza para designar a los pobladores de la villa y diferenciarlos de los habitantes de origen español.
Las referencias históricas destacan que la fuente fue retirada de la ermita tras su demolición en 1923, hace exactamente cien años, y trasladada a la vivienda del gobernador provincial donde estuvo por casi una década, hasta que luego se le cedió a la iglesia del Carmen y finalmente quedó resguardada hasta hoy en la Catedral de Santa Clara.
Amén de que los santaclareños se suelen reconocer como pilongos, escrituras de la época destacan que solo serían llamados así los bautizados en esta pila y no aquellos a los que se le oficiaba la ceremonia en los demás templos.
Un detalle curioso sobre el parque central de la ciudad guarda relación con la propia Parroquial Mayor: hacia la zona sur, y en parte del espacio que ocupa la plaza y otros edificios colindantes, estuvo ubicado el primer cementerio de Santa Clara, donde fueron sepultados miles de cadáveres, uno de los principales argumentos sanitarios usados por las autoridades locales para demoler la iglesia.
A pesar de que muchos intelectuales de la época y hasta el propio hijo de Marta Abreu estuvieron en desacuerdo con la destrucción del templo, los terrenos fueron adquiridos y expropiados sin vacilación. En el mismo lugar donde estaba enclavada la torre se emplazó la estatua dedicada a la ilustre villaclareña en el 236 aniversario de la fundación de la ciudad, mandada a esculpir a Francia por su hermana Rosalía.
También se cuenta que, debajo de la escultura y en una caja de plomo varios santaclareños colocaron una colección de fotos y objetos de aquella Parroquial Mayor, una especie de cápsula del tiempo como homenaje a los miles de nacidos bautizados como pilongos al centro de la Isla.