LA HABANA, Cuba.- Después de cinco días sin una gota de agua en el barrio pobre de Jesús María, un camión- cisterna apareció este jueves, al filo de las 5:30 de la tarde. Apenas un par de horas antes yo había acudido a la oficina de Aguas de La Habana para reportar la afectación causada por reparaciones que demorarían tres días, según se precisara en el Noticiero de la Televisión Cubana el pasado sábado.
De acuerdo a la información socializada, el servicio sería restaurado el miércoles en la noche; pero pasaron las horas y salvo algunos solares que recibieron el vital líquido por pocos minutos, el barrio de Jesús María continuó castigado por la sequía, el intenso calor y una polvareda ardiente y opresiva, como si lo hubieran arrancado de cuajo para depositarlo en medio de Las Tunas.
En pleno brote epidémico, los lugareños se quedaron sin agua para bañarse. Esperando que el régimen cumpliera su palabra y devolviera el torrente a las tuberías, poblaron los quicios a la entrada de casas y solares, vigilando con ojos ávidos la boca herrumbrosa de las acometidas.
Así andaban las cosas cuando regresé de Aguas de La Habana y transmití a los vecinos las palabras del empleado de la compañía: “hoy al agua le toca entrar con fuerza. Se van a abrir todas las llaves para abastecer a la Habana Vieja, que está muy afectada por la escasez”.
La esperanza duró lo que tardó en llegar una pipa. El alivio se trastocó rápidamente en un trajín de cubetas y galones para abordar aquel pedazo de lata rodante llena de huecos por los cuales probablemente se perdió casi la mitad del contenido, ante las miradas de vecinos frenéticos, dispuestos a pasar por encima de quien fuera con tal de recolectar algo de agua para asearse, beber, cocinar. Amontonados, apuntaban sus pomos vacíos hacia los numerosos hoyos del caparazón oxidado para almacenar toda el agua posible. Las protestas y críticas por la negligencia de haber enviado un carro en semejantes condiciones pronto dieron lugar a los forcejeos, las amenazas y esa práctica generalizada de “meter cañona”.
Cero distanciamiento social, cero solidaridad. En algún momento se arrimó una patrulla de la cual se bajó un policía para intentar poner orden. Pero la cola del agua no es en nada parecida a la del pollo, que puede ser reemplazado por cualquier otra cosa en caso de no alcanzar. El agua es insustituible, y eso lo entendió de un vistazo el oficial cuando ante sus reclamos la gente devolvió miradas aviesas y músculos contraídos, señal de que no pensaban moverse ni para guardar treinta centímetros de distancia, suficientes para dar cabida a otro desesperado.
La patrulla se esfumó mientras el reguero de agua potable rodaba hasta la esquina y caía en la alcantarilla. La cola crecía en la medida que se enteraban vecinos de otras cuadras que también llevaban días secos. La pipa destinada a una cuadra de Jesús María se convirtió, literalmente, en la regadera de un pueblo que de tanta impotencia empezó a hacer bromas a propósito del coronavirus, como si el creciente número de fallecidos fuera cosa de juego.
Fue un lapso desesperante para quienes no conciben que haya que comportarse tan salvajemente por un cubo de agua. Pero para los que están acostumbrados a aprovecharse de la decencia de otros; los que no escatiman chusmería y palabras groseras, aquello fue un spa. Era Mad Max dándole un sádico remojón al perfil feo de la Habana Vieja, ese que no aparece en postales y tiene que conformarse con pipas desbaratadas, remanentes de la peor infraestructura del mundo. Son carros sin sistema de bombeo para llenar las cisternas de los solares; así que la gente se ve obligada a acarrear su agua por varias cuadras, a menudo escaleras arriba, con los huesos molidos y hasta la última onza de humanidad yéndose por el caño.
Dos veces tuvo que ir la misma pipa a la calle Factoría, en Jesús María, para cubrir al menos una parte de la demanda. Dos veces una cantidad enorme de agua se desperdició y al final fueron muchos los que volvieron a sus casas sin siquiera un litro para beber; entre ellos varios ancianos que, en primer lugar, no debieron haberse expuesto. Sin embargo no tuvieron opción, porque cuando el régimen decreta aislamientos y cuarentenas no considera que a muchos viejitos nadie les va a cargar el agua para evitar que pasen sed o tengan falta de higiene.
Los que mal dirigen este país hablan de esfuerzo, ahorro y estrategias coherentes; pero ninguna está dirigida a ese segmento de población que desafortunadamente es más proclive a saquear a otro necesitado que a criticar con dureza la monumental falta de respeto que supone enviar un camión-cisterna en pésimas condiciones a una comunidad desabastecida en medio de la pandemia. Si lo que se aprecia en las imágenes ocurre en toda Cuba por cualquier bien material, ¿cómo es posible que los casos positivos a la Covid-19 apenas rebasen el millar? ¿A qué juega el régimen cubano?
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