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La angustiosa calidad de vida del pueblo cubano

Cubanos cargando un refrigerador Haier. Archivo

LA HABANA, Cuba.- En el informe de Cuba al Tercer Ciclo del Examen Periódico Universal (EPU) del Consejo de Derechos Humanos (CDH) con sede en Ginebra, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla declaró: “La revolución cubana continúa empeñada en elevar cada vez más la calidad de vida, el bienestar y la justicia para el pueblo, materializando todos los derechos humanos”. Al leer esto, no pude evitar preguntarme a qué pueblo se refiere, pues dudo que sea al cubano.

Hace unos días me decía un amigo: “En la televisión no paran de hablar del problema de los bajos salarios, del transporte, de la salud pública, pero no he escuchado a nadie referirse a la revolución energética que tanto nos ha jodido la vida”. Mi amigo tiene razón: la llamada revolución energética, con el cambio de electrodomésticos, ha afectado a la mayoría de nuestros hogares y se ha convertido en la agonía diaria del cubano.

La revolución energética fue precedida por los famosos trabajadores sociales, la tropa de choque creada por Fidel Castro con el propósito de presionarnos en nuestros hogares mientras él, a través de los medios, convencía a la población de los beneficios de cambiar los equipos electrodomésticos de alto consumo por otros más “económicos” fabricados en China.

Los refrigeradores Haier, que nos vendieron a cambio de entregar nuestros “viejos” refrigeradores –en funcionamiento– son los que más problemas han dado. A muchos se les ha ampollado el mueble, a otros se les desprende el congelador, o se les quema la máquina, o se les caen las puertas, por sólo citar algunas de sus dificultades. Los afectados acuden una y otra vez al consolidado en busca de solución, pero no la encuentran. Así le sucedió a Nilda, a quien casi desde el inicio de haber comprado su refrigerador se le ampolló el mueble. Acudió una y otra vez a los trabajadores sociales, y cuando estos se fueron, al consolidado, pero no recibía siquiera una explicación acertada. Por eso, ante la indolencia de ambos, se negó a seguir pagándolo, pero pasados unos meses el banco comenzó a descontárselo de la chequera. A mi propio amigo se le quemó la máquina, y tuvo que acudir a un cuentapropista para arreglarla. Luego me comentó que en el consolidado, “por la izquierda”, quizás le hubiera costado igual de caro.

Asimismo se sustituyó el keroseno por una insuficiente cuota de gas licuado y para complementar la cocción de los alimentos vendieron electrodomésticos como ollas arroceras y ollas multipropósito (las llamadas Reina), hornillas eléctricas y además una cocinita de gas de dos hornillas. Sin embargo, la situación no es menos complicada, debido a la mala calidad de estos artículos, la escasez de piezas de repuesto y lo caro del arreglo cuando se acude a los particulares, que son los que tienen las piezas. Tampoco el Estado arregla las cocinas de gas, y de la hornilla eléctrica no entran piezas. Además, cualquier posible beneficio se vio frustrado por el aumento de la tarifa eléctrica, simultáneo al cambio de equipos.

Habitantes de algunos municipios como Arroyo Naranjo sólo reciben la exigua cuota de dos balitas de gas al año. Me comentaba un residente que en las asambleas de rendición de cuentas siempre le plantean al delegado la necesidad de que vuelvan a suministrarles  el gas licuado como era antes, hasta ahora sin resultado. De los calentadores y las jarras para hervir agua ya ni siquiera se habla, porque enseguida se rompieron.

La prensa se refiere a los atrasos en los pagos de los equipos chinos con los que fue embaucada la población, pero no menciona la mala calidad de estos equipos ni cómo ese trueque impuesto ha empobrecido aún más a la familia cubana. Tampoco emplaza al gobierno a asumir su responsabilidad por la compra de estos artículos, aparentemente a sabiendas de su dudosa calidad.

Luego, por si no nos bastara con tanto “bienestar”, como una burla cruel, en el 2014 se aprobó la venta, mediante créditos bancarios, de ollas Reina, arroceras y hornillas eléctricas y de inducción. Y así recomenzó el ciclo sin fin de roturas y falta de piezas.