LA HABANA, Cuba.- “La única pregunta que la Fiscalía le hizo a mi marido en su testimonio fue, ¿y usted sabía por qué esos tres agentes estaban tratando así a esa mujer?”, cuenta Yaquelín Salas Hernández, esposa de Dashiel Alfonso Catá, y dos de las únicas personas que pudieron asistir al juicio contra su esposo, en el que también fueron juzgados Anyelo Troya y diez personas más.
Dashiel Alfonso Catá fue detenido luego de interceder por una mujer que forcejeaba con tres agentes, ocho días después fue condenado bajo el número de causa 452/21. “Nosotros ni siquiera éramos parte de la manifestación. Recién acabábamos de llegar al encuentro de unas amistades”, contó Salas Hernández.
Alfonso Catá fue detenido el día 11 de julio, estuvo 24 horas en Zanja sin respuesta sobre su destino, “y cuando se cumplieron siete días de su detención pedí a la teniente coronel Daymara, de 100 y Aldabó, los datos del proceso para contratar su defensa. Al principio me fue negado, alegando que los procesos sumarios no requieren defensa ya que la fiscalía no está presente”, fue lo que le dijo la instructora a Yaquelín Salas, pero investigó y asumió que “al esta ser una situación extraordinaria, nunca antes dada en nuestro país, era seguro que habría fiscales al frente”.
El 20 de julio, al octavo día de la detención arbitraria, “el abogado fue a la prisión a revisar el expediente y a entrevistarse con mi esposo y cuando llegó, para su sorpresa, se lo habían llevado al tribunal para juzgarlo, sin llamar a un familiar ni darle el derecho al otorgamiento de un abogado ni siquiera de oficio”. Yaquelín cuenta que en apenas 40 minutos logró reunir tres testigos y documentos de su centro de trabajo, pero no sirvió de nada.
“Tuve la oportunidad de presenciar el juicio. Otra señora y yo. De los 12 detenidos solo dos tuvieron abogados. En mi caso el único testigo que pudo declarar coincidió con la versión que dio mi esposo, y ese fundamento debió ser más que suficiente para su absolución. Nadie testificó en su contra, además de que no existe en el expediente ni la más mínima prueba que lo inculpe”, y dice más: “el denunciante afirmó en el juicio oral que no conoce a mi esposo ni a ninguno de los restantes acusados”.
Salas Hernández asegura que la fiscalía pedía la pena máxima en procesos sumarios, “un año por desorden público y seis meses por propagación de epidemia, pena conjunta de un año y seis meses”, pero sancionaron a su esposo a 10 meses de privación de libertad.
“En las investigaciones que le hicieron en el CDR no encontraron nada negativo. Mi esposo no tiene antecedentes penales ni policiales, solo una multa por uso incorrecto del nasobuco al inicio de la pandemia”, y lo describe como buen esposo, buen hijo y alguien que “nunca atentaría contra su propio país”.
Pero “en el momento en que pasamos por este lugar él ve a estos tres hombres que estaban arrastrando a una mujer. Había una patrulla como a 50 metros y el patrullero mirando a sus alrededores porque recién había pasado la manifestación. Dashiel se acercó para evitar tanto maltrato innecesario. Para someter a una mujer no había que hacer eso”, y Salas Hernández no deja de repetir la pregunta que el fiscal hiciera a Dashiel, le parece increíble, pero es el sesgo de género que arrastran las instituciones judiciales cubanas.
“¿Y usted sabía por qué esos tres agentes estaban tratando así a esa mujer?”, a lo que, según Yaquelín Salas, su esposo respondió “No, yo por los principios que me han enseñado, por las experiencias que he vivido, porque viví con un padre que maltrataba a mi madre no puedo permitir ni entiendo el maltrato hacia las mujeres”, y, aunque en estos casos las vistas son orales y no se entregan documentos para refirmarse en su palabra, asegura que “el juicio fue grabado. Nada de lo que te estoy diciendo es mentira. Es mi testimonio. Yo estuve ahí y yo lo escuché”.
“Me he sentido frustrada, indignada. Además del estrés que estamos viviendo con tanta desinformación por parte de las autoridades. Todo queda en lo que cada quien sea capaz de hacer por ellos”, y resume lo que podría catalogarse como un sentir nacional.
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