
CIUDAD JUÁREZ, México. – A Felicidad la violaron tres veces. Y no se rinde. La primera fue en la frontera de Perú. La segunda, en la selva de Darién (Panamá). La tercera, en Ciudad Juárez (México): pero no fue una violación por un monstruo de ¿hombre?, sino por la sensación de no valer nada, al rogar en las puertas de los albergues para inmigrantes que le dieran posada y ser rechazada.
Ella me dijo que sí, que escribiera sobre su historia: con su nombre y apellidos. Pero la que no está segura es yo. Si eres mujer me entenderás y si eres un caballero, espero que también.
He elegido un nombre para ella: Felicidad. Porque hasta que no pasamos cuatro horas conversando, desnudándose al contarme algunas de las experiencias más atroces que puede pasar una persona cuando se lanza a emigrar, pensé que ella era uno de los cubanos más felices que se encuentran varados en esta frontera mexicana con El Paso, Texas (Estados Unidos).
En La Habana era una mamá soltera de un pequeño de casi 3 años de edad. Gastronómica, es decir, dependienta en una cafetería. Dice que fue detenida varias veces, en ocasiones por más de 72 horas. Su delito: tener una prima que pertenece a la organización Las Damas de Blanco que lucha pacíficamente por la liberación de sus familiares encarcelados. Sonríe sin cesar. Y cuando suena tímidamente de un celular música de salsa, baila como la mejor de las cubanas.
Su odisea hacia esta frontera de México con Estados Unidos comenzó hace nueve meses. Ese día, dio un beso en la mejilla a su niño dormido e intentó no llorar. Abrazó a su mamá. Y se dirigió sola al aeropuerto de La Habana para no despertar ninguna sospecha de que dejaba su Cuba. Tomó un vuelo para Guayana. Después, llegaría a Brasil, donde trabajó limpiando vehículos para continuar su travesía.
Lo peor fue Puerto Maldonado, en Perú. La policía detuvo al grupo de cubanos que iba con ella. Les preguntaron si tenían dinero. Les dieron lo poco que les quedaba. Un agente les dio una opción: no deportarlos a cambio de que ella se acostara con él.
Tuvo que hacerlo. Le rogó que no, que no… Intentó mostrarle su tripa, intentar parecer una mujer menos hermosa de lo que es. Pero el policía peruano la quería a ella: por ser mujer.
Poco a poco sus compañeros fueron saliendo del lugar. Y esta joven cubana se quedó sola. Cuando se tiró sobre ella, le rogó que se protegiera con un condón, temía más a enfermarse que ha quedarse embarazada de su violador. Pero no. La comenzó a violar y pensó que se moría, que se partía en dos, en cuatro, en ocho. Después, se escapó mientras él se limpiaba. Corrió, corrió y corrió. Y lloró mientras sangraba.
El día en que su hijo cumplía tres años, Felicidad fue violada por segunda vez. Pudiera haber sido otro día, otra fecha para intentar olvidar. Dos violaciones en un mes.
Está en la selva de Darién, en Panamá. De pronto, dos encapuchados salen. Como ya no tienen más cosas que robarles al grupo de ocho cubanos que realizan la travesía entre cadáveres y huesos de personas que no pudieron con la dureza de esta selva, les roban a la única mujer del grupo, a Felicidad. Les apuntan con las armas largas mientras comienzan a violarla salvajemente. Y ella piensa en cómo escapar. Ve a varias mujeres que como ella fueron raptadas y que nunca más pudieron huir.
Las únicas veces que Felicidad ha perdido la sonrisa de su rostro es cuando me detalla sus violaciones. Dos ríos de lágrimas surgen por su rostro hermoso, que disipa rápidamente con sus manos para lanzar un “me pregunto por qué me pasó a mí… El que me ha dado fuerza para todo es mi hijo”.
En un puente fronterizo a las afueras de Ciudad Juárez, durmiendo a la intemperie en una de las zonas más conflictivas por el negocio ilegal del narcotráfico hacia Estados Unidos, Felicidad intenta cruzar hacia Estados Unidos junto con una decena de cubanos.
“Cuando uno es inmigrante pierde todo, hasta la dignidad”, asegura.
Cuando nos despedimos, me pregunta sonriente si salió bien las fotos. Pero no voy a publicarlas. Aún no. Yo no estoy segura si es lo mejor para Felicidad y quiero que ella reflexione si está preparada para hacerlo y vivir públicamente con su historia de violaciones, de las que conté sólo parte de los detalles, una historia que muchas inmigrantes no tienen aún la valentía de contar ni para denunciar.
El júbilo tiene nombre de Yanet del Toro González, en una mañana fría pero de sol intenso del desierto de Ciudad Juárez.

Para entenderla, hay que ir diez años atrás. Yanet, que no tiene a más familia que a su esposo Guyén, sueña con convertirse en mamá. Los médicos determinan que por una enfermedad no podrá engendrar a un bebé.
Hace tres meses y medio, supo que se quedó embarazada en su travesía hacia Estados Unidos. Lo que para otras mujeres hubiera sido un obstáculo para subir montañas, esquivar serpientes y animales, y viajar en autobuses, para ella fue una sorpresa mágica y adorada.
“Sentí tremenda alegría. Ah! Diosito, !estoy embarazada!“, exclama.
A sus casi cinco meses de embarazo todavía Yanet no sabe cómo está su embarazo, no ha visto en una ecografía a su bebé. Tampoco ha podido tomar ningún suplemento especial vitamínico. Con él, ha cruzado fronteras y vivido un robo. Un coyote en Nicaragua les quitó todo lo que traían: ropa, 3 mil dólares y joyas.
El guía convenció a su esposo a que le dieran todas sus pertenencias para que pudieran estar más cómodos caminando. Yanet, una ama de casa de 34 años, sintió que era mentira. Intentó convencer a su esposo, Guyén Ramos Manrique, de 43, pero este chófer corpulento de casi dos metros de estatura, fue el que decidió.
“Me sentí derrotada por completo“, afirma esta mujer tímida de voz dulce y apacible. “Tuvimos que pedir ayuda a unos amigos que están en España“.
Para encontrar a Yanet, en el refugio provisional de inmigrantes instalado en el gimnasio del Colegio de Bachilleres de esta ciudad fronteriza con Estados Unidos, hay que ir al comedor y verla limpiar platos. O a la sala de donación de prendas, donde organiza la ropa. Prefiere estar ayudando que acostada en una de las colchonetas de la cancha del gimnasio refugio.
Yanet y su esposo Guyén salieron de La Habana sin saber su destino en Estados Unidos. No tienen familia ni amigos. Sueñan con cualquier lugar donde poder trabajar y comenzar una nueva vida. Donde recibirán al milagro de su travesía: su bebé.
