LA HABANA, Cuba. – Para los beisbolistas cubanos, enfundarse el uniforme de las cuatro letras es como entrar en una cárcel donde sus talentos y habilidades se anulan bajo la presión y la inseguridad. La inédita actuación realizada en los IX Juegos Panamericanos, Lima 2019, es calificada en varios medios y espacios públicos con adjetivos como desastrosa, humillante, ridícula, bochornosa y caricaturesca.
No por regresar sin medallas, como argumenta Elsa Ramos en su artículo “Béisbol cubano: ¿sin moral deportiva?”, publicado este 4 de agosto en el diario digital Escambray, “sino por el inaudito descalabro conque sellaron un torneo para olvidar con un triunfo, tres reveses y un final de terror”, pese a una preparación que no había realizado en décadas ningún otro equipo cubano de béisbol.
Los tres meses de gira preparatoria por el exterior, que incluyó entrenamiento y tope de altura en México con equipos locales, la inserción en la Liga canadiense-norteamericana (Can-Am), el tradicional tope con un equipo de jóvenes prospectos del béisbol universitario de los Estados Unidos, y los choques perdidos con el mediocre equipo nacional de Nicaragua, sólo les dejó un nuevo y ominoso fracaso.
Pese a regresar con más derrotas que victorias del periplo preparatorio previo a Lima 2019, directivos de la Federación Cubana de Béisbol (FCB), entrenadores, comentaristas deportivos y otros optimistas por decreto aseguraban a la decepcionada afición que, con la inclusión de los peloteros que jugaban en la liga profesional de Japón, Canadá, Colombia o México, sin dudas, obtendrían el campeonato.
Ahora, humillado como nunca el béisbol nacional, el enjambre de chovinistas, vividores y oportunistas que parasitan alrededor del “ejercito” deportivo cubano, piden que rueden cabezas, culpan del desastre a la ruptura del acuerdo MLB-FCB, se lamentan del éxodo de talentos y olvidan que aquí existen suficientes para enfrentar con éxito un torneo como el efectuado en Perú.
Ningún seguidor del béisbol puede siquiera imaginar que Yurisbel Gracial, que pega más de 20 jonrones en la Liga profesional de Japón, con un promedio de bateo de alrededor de 350, apenas batee ante un pitcheo que no sirve ni para el entrenamiento en la tierra del sol naciente. Tampoco que Roel Santos, un fuera de serie en las ligas de Colombia o México, sólo de machucones o una línea de hit ante los mismos lanzadores que enfrenta como profesional.
Tampoco nadie puede entender ni explicar que Yordan Manduley y Stayler Hernández, tercero y cuarto bate, respectivamente, por su notable rendimiento en la Liga profesional canadiense, no rindan a su nivel cuando se visten con el uniforme de las cuatro letras: Cuba. Igual se puede preguntar sobre el desempeño de otro samurai cubano como Raidel Martínez, que juega en Japón.
¿Sin moral deportiva?
Para un seguidor del béisbol que hizo un comentario en la red al artículo de la periodista del Escambray, “un gran segmento de la población considera que el equipo hizo una huelga silenciosa en Lima 2019, pues nadie concibe que pueda ser real la magnitud del desastre de nuestros peloteros frente a rivales de menor nivel en un torneo donde debieron ganar con facilidad.
Otro internauta señaló que la directiva del béisbol en Cuba debe ser sustituida en su totalidad. Algunos culpan de la apatía en el equipo a la falta de incentivos materiales y las malas condiciones de los terrenos de los peloteros que juegan aquí; y el cuidado que ponen en no recibir un pelotazo y lesionarse de los que juegan allá para no afectar los jugosos contratos millonarios que acá no pueden tener.
Por su parte, alguno expresó que si perder frente a Colombia y Canadá no tiene perdón, ganarle a Argentina por nocaut fue una patada de ahogado que nada demostró. Unas horas después, frente al equipo dominicano, al que ganaban en extra inning nueve carreras por una, cinco lanzadores cubanos no pudieron sacar el out que faltaba, para ser dejados al campo en una remontada nunca antes vista contra nuestra selección nacional.
En mi opinión, si bien hay parte de razón en los criterios de internautas e integrantes de las peñas de béisbol del Parque Central y otras del país, ¿cómo explican que esos mismos peloteros que hacen el ridículo desde hace varios años en la arena internacional representando a Cuba, al cambiar las cuatro letras del uniforme nacional por el de Tomateros, Toros y cualquier otro nombre de fruto o animal, tengan resultados de altísimo nivel?
La razón principal, en mi criterio, es la presión política y psicológica que la pachanga patriotera y el rumbón ideológico que forman las autoridades gubernamentales y deportivas en torno a un evento deportivo del que se debe volver “con el escudo o sobre el escudo”. Ir de espartanos a la guerra campal contra el enemigo y no como deportistas en unos juegos donde se asiste para ganar y perder, demostrar el talento, dar un buen espectáculo y confraternizar, es lo que los hace fracasar una y otra vez.
De ahí que, desde el abanderamiento a la delegación, los pronósticos, las cantatas, el guirigay político que se forma en cada barrio al declarar las viviendas de los deportistas “casa olímpica o panamericana”, y la exigencia de obtener la “medalla de la dignidad” –regresar al país-; imagino que los peloteros sienten como que en lugar de asistir a unos juegos, son confinados en esa cárcel de cuatro letras, Cuba, por la que hay que ganar en nombre del partido, la Revolución y de Fidel.
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