LA HABANA, Cuba.- El artículo de Michael Weisenstein, de Associated Press, “Cubanoamericanos jóvenes regresan impresionados de visita a la isla”, publicado el pasado 4 de julio en El Nuevo Herald, nos hace preguntarnos a muchos hasta dónde puede llegar la capacidad de autoengañarse a gusto y condicionarse para creerse –o inventarse– lo que a uno le conviene.
Nos cuenta el periodista que una de las viajeras impresionadas del programa CubaOne, Miranda Hernández, de 20 años, estudiante de la Universidad de Berkeley, dijo que “aquello no es tan malo”, un lugar tan terrible como mucha gente piensa. Explica que ella creció pensando que Cuba era “una Corea del Norte con playas bonitas”.
¡Vaya historias truculentas que le habrán hecho a la muchachita, pobrecita, tan crédula como ha demostrado ser!
Aunque en ambos países haya viejas dictaduras dinásticas y payasescas que no ocultan sus lazos de amistad –recuerden el incidente del barco cargado de armamentos que atraparon en el Canal de Panamá, y más recientemente, hace solo unos días, los besos y abrazos que le prodigó el tirano Kim Jong-un al enviado castrista Salvador Valdés Mesa–, Cuba es un baluarte de la democracia si se compara con Corea del Norte, tan siniestra y con un clima que no acompaña. En Cuba, el trópico, el verdor de la vegetación, el mar, la idiosincrasia de la gente, ayudan mucho, especialmente para tupir a los visitantes ingenuos. Y no fusilan con antiaéreas a los que se quedan dormidos en un discurso del Jefe, que si lo hicieran, ocurriría una masacre ministerial y de diputados.
En Cuba no solo hay playas bonitas. También hay hoteles y paladares de lujo para el que tenga mucho dinero. Y chusmería, cochambre, alcohol y reguetón para el resto, que es la mayoría. Pero supongo que sea precisamente a eso a lo que se refiere Miranda cuando dice –cual si fuera una valla propagandística de las que pone el régimen en las orillas de las carreteras– que la gente es feliz en Cuba.
Todo tiene matices. Que no haya visto a los cubanos ahorcándose y cortándose las venas en las calles no quiere decir exactamente que sean felices. Si lo fueran, no existiría esa manía nacional de largarse del país, a cualquier sitio y a como dé lugar, aun a riesgo de sus vidas.
Miranda parece no estar enterada de los que se lanzan al mar a diario, de los miles que estuvieron varados en Centroamérica, de los que ahora mismo quieren deportar de Ecuador y que han hecho una carta donde explican muy detalladamente por qué se fueron de Cuba. Pero supongo que Miranda sea de los que culpe de esa situación a la Ley de Ajuste Cubano. ¡Como si la gente se lanzara por las ventanas, no porque el edificio esté ardiendo, sino porque los bomberos han colocado una malla de lo más bonita para recogerlos!
¿Habrá conversado Miranda con muchos cubanos de su edad, les habrá preguntado sobre sus planes para el futuro? Me temo que no.
Como único me convencería de la sinceridad de Miranda y los demás chicos fascinados de CubaOne por su viaje de seis días a La Habana, sería si se decidieran a establecerse definitivamente en la patria de sus mayores, a compartir nuestra felicidad.
Cada vez se evidencia más el éxito que ha tenido el régimen castrista en mangar y engatusar a medio mundo, lo mismo a congresistas y gobernadores norteamericanos que al mismísimo presidente Obama, a Federica Mogherini, François Hollande, Bon Jovi o el papa Francisco, con sólo dar unos retoques a su fachada; como se las arregla para hacer que la dictadura no lo parezca tanto, manteniéndola fotogénica, a pesar de la decrepitud, las ruinas y la mugre.
Aunque no hay que creer demasiado en ingenuidades ni sentimentalismos. Nos explica Weisenstein en su artículo que los fundadores de CubaOne “esperan recaudar fondos suficientes para el futuro de manos de donantes individuales, así como aerolíneas, empresas hoteleras y otras compañías norteamericanas que comienzan a entrar al mercado cubano”.
¡Hubiera empezado por ahí, porque tanta emoción y entusiasmo resultaban sospechosos!
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