LA HABANA, Cuba.- A una madre le han matado a su hija de un año de edad y las autoridades del Ministerio de Salud de Cuba, responsables de lo que han llamado “accidente” en una fría nota de prensa, no fueron capaces de brindar consuelo a la mujer desesperada.
También van quedando por ahí, rodeados de impiedades, aquellos que han visto morir a los suyos por causa de enfermedades infecciosas sobre las que nadie se pronuncia para explicar su incremento.
Sabemos que nombrar gobernadores que nada gobiernan, presidentes que nada deciden, incrementar las habitaciones para el turismo extranjero y regalar medicamentos en los barrios de Caracas son prioridades.
Sabemos, además, que la suciedad se extiende hasta las puertas de nuestras casas, que en las farmacias no hay medicamentos, que la comida es un milagro en la mesa familiar y que “morir por la patria es vivir”.
Sin ningún tipo de vergüenza, el gobierno hace culpables a los ciudadanos de sus propias desgracias, y están aquellos “pobrecitos” que hasta aceptan la culpabilidad dejando bien en claro que la manipulación ideológica de las masas no es un cuento de caminos. Funciona. Desgasta. Destruye un país.
La prensa oficialista le “hace la pala” al gobierno insistiendo en que la “higiene” es “tarea de todos”, cuando en realidad es responsabilidad absoluta de la institución a la que corresponde sanear nuestros barrios o velar porque un lote de vacunas no cause tragedias como la de la pequeña Paloma.
Bastante ocupada va la gente por ahí en el intento, a veces infructuoso, de llevarse una cucharada de arroz con azúcar a la boca o en multiplicar con malabares el ridículo salario que ganan por un trabajo que más bien parece una condena carcelaria.
¿Cómo pedir compasión por el obrero que espera un transporte bajo el sol, durante horas, y al mismo tiempo callar ante el dolor que enloquece a una madre? Más ha podido el descontento de multitudes por pasar una noche a oscuras por falta de combustible, que la tristeza profunda de una joven madre, lo cual revela que esa piedad “socialista” que algunos celebran es solo golpe de efecto.
Mientras escribo este artículo, ningún funcionario se ha dignado a visitar a esa familia hundida en el duelo más doloroso que pueda sufrir un ser humano, pero el “recién estrenado” Presidente de la República de Cuba alcanza el tope de su bondad deteniendo su Mercedes Benz en una parada de ómnibus para ofrecer “botella”, aunque meses atrás, a raíz del tornado que azotó La Habana, supo ordenar a su chofer que acelerara por temor a no poder enfrentar a una turba de indignados.
Así de contradictorio y falso se proyectan esos para quienes la palabra “cambio” significa permutar nombres y cargos dentro de una nómina armada y controlada por el Partido Comunista, quien en realidad continúa siendo la máxima autoridad política en la isla, de modo que todo lo que se hizo y dijo en la eufemísticamente denominada “Asamblea Nacional del Poder Popular” no pasa de ser una gran representación teatral.
Y no cometamos el error de pensar que la “nueva” Constitución es el guion de la puesta en escena. Es apenas el adornado cartel pleno de luces (y sombras) a la entrada del auditorio, siempre prometiendo mucho más de lo que en verdad recibimos como espectadores.
La dura realidad es que mientras el gobierno de Cuba ‒que no gusta de ser llamado régimen pero que funciona y reacciona como tal‒ se divertía en ese gris espectáculo de variedades de la Asamblea Nacional, varias madres cubanas sufrían por el delicado estado de salud de sus hijos, pero también por la ausencia de piedad de parte de esos “dirigentes” que tanto invitan a “pensar como país”.
Ya no le vale a nadie que intenten corregir esa gravísima falta, que se une a otras para formar un alud de torpezas, tan peligrosas en un contexto donde escasean los alimentos y el combustible a la vez que aumentan los desencantos.
La madre de la niña ha expresado su desilusión en una publicación personal. La muerte de la infante y el desdén recibido le han permitido ver la naturaleza de un gobierno para el cual la palabra “país” no significa ese espacio donde habríamos de convivir todos con nuestras diferencias y semejanzas, con nuestros proyectos que garanticen la prosperidad individual a la par del bien común, bajo el cumplimiento de leyes nacidas de un ejercicio verdaderamente democrático y el respeto a los derechos fundamentales del ser humano.
Aunque se piensan eternamente dueños de las riendas del poder, las reacciones de repudio en las redes sociales (verdaderas plazas populares de nuestra era tecnológica) debiera moverlos a la meditación y reconocer que no falta mucho para que el descontento popular logre saltar del ámbito de lo virtual a las calles, y son precisamente estos casos, en apariencia pequeños, los que se vuelven como la gota de agua que perfora la roca.
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