LA HABANA, Cuba. – Mi vecino Julián tiene 72 años y jamás ha tenido un dólar en las manos. Tampoco sabe lo que es una remesa desde el extranjero ni una “tarjeta en MLC”. El billete cubano de más alta denominación con que le han pagado su retiro es el de 100 pesos, porque los actuales de 500 y 1 000 jamás los ha tenido en el bolsillo. Se los han querido dar en el banco, ahora que con la reforma económica su pensión alcanzó la suma de 2 430 pesos mensuales (cerca de 40 USD al cambio en el mercado negro) pero se niega a aceptarlos porque, según él mismo, le da miedo perder alguno por error y porque jamás podría “darse el lujo” de comprar nada que sobrepase los 20, 30 o 50 pesos. De otro modo “no llegaría vivo al final del mes”, recalca con un gesto de resignación.
Julián en su juventud fue machetero voluntario en más de 10 zafras cañeras; sembró café, igual sin recibir salario, en el llamado “Cordón de La Habana”; como soldado del Servicio Militar Obligatorio fue llevado a la guerra de Angola durante los años 70, y entre una cosa y otra también fue plomero, albañil, criador de cerdos en una granja estatal, hasta que terminó su vida laboral como auxiliar de calderas en una lavandería de las Fuerzas Armadas.
Más de medio siglo de trabajo constante, duro y mal pagado, pero Julián hoy no cuenta ni con un par de zapatos en buen estado. Los que usa son viejos, le aprietan un poco y se los regaló otro vecino al que a veces el anciano le chapea y limpia el jardín a cambio de almuerzo y comida.
Pero a pesar de su extrema pobreza, de que se reconoce abandonado a su suerte, mi vecino es de los que viven aferrados a las ideas de que “la Revolución es buena”, que el comunismo es la única opción política para Cuba, que la prensa oficialista no miente, que si las personas trabajaran más el país mejoraría y que si no fuera por el embargo económico de los Estados Unidos su situación de penuria —la de él— sería muy diferente a la actual.
Julián, lleno de insatisfacciones y desencantos con los cambios económicos más recientes, con el sistema de salud pública donde no logra atenderse ni medicarse por las secuelas de la diabetes y la COVID-19, entre otras angustias, no es capaz de ofrecer un solo argumento que justifique su fe ciega en el “sistema”. Han sido tantos años aferrado a ella, a fuerza de adoctrinamientos y chantajes políticos, que Julián se niega a aceptar que se ha equivocado, que si hubo alguna vez un “proyecto social” jamás funcionó para él, a pesar de haber “cumplido” con cuanto le ordenaron hacer por el “bien de Cuba”.
Como consecuencia de la negación de lo evidente, el anciano ha terminado fusionándose a ese cuerpo aletargado que es el régimen cubano. Es más, él mismo en su tozudez y con sus severas e irresueltas contradicciones, encarna en sus fracasos y decadencia ese ente absurdo que pareciera marginarlo, excluirlo.
Porque una cosa es estar fuera de la élite en el poder, no disfrutar de sus “mieles”, y otra muy distinta y difícil es lograr escapar y no formar parte de ese “ecosistema” moribundo que es la Revolución Cubana.
En realidad Julián, así como los miles que piensan y reaccionan como él, son en sí mismos “El Sistema”, su fuente nutricia, y al mismo tiempo, como paradoja, la materia residual de un organismo que lo consume todo, que lo agota hasta la devastación total, pero que no produce nada, solo “Julianes”, entre otros “desechos” aún peores.
Y que sí los hay en una vasta variedad de especies que a fin de cuentas son un mismo amasijo de apatía. Por ejemplo, la señora que no trabaja, que duerme hasta el mediodía y construye su “felicidad” en torno a la shopping porque vive de las remesas que le envían desde Miami; el que piensa que La Habana es el mejor de los mundos posibles solo porque pudo comprarse una motorina eléctrica o porque tiene una tarjeta bancaria con 1 000 MLC que le servirán para un fin de semana en Varadero; el que por ir de “misión” al extranjero o ganarse la “jabita” del mes se “anota puntos” con el régimen asistiendo a un acto de repudio contra un opositor.
Ninguno es muy diferente del “jinetero” que grita “Patria o Muerte” o que dice “no meterse en política” porque conquistar la ingenuidad, la desesperación o la lujuria de un anciano extranjero, meterle la mano hasta el fondo del bolsillo, lo hizo “subir” no solo en la escala social de su barrio pobre sino, además, en el “grado de estima” de un sistema hipócrita que si con una cara dice condenar el comercio sexual, con la otra lo estimula con una falsa “tolerancia”. Porque, no seamos ingenuos, el turismo sexual en la Isla constituye una de las principales “fuentes de ingresos de divisas”.
Solo en las mentes de tales especímenes “adaptados”, oportunistas y más “elásticos” que “resilientes” puede habitar la tonta idea de la superioridad de un “socialismo” que para sobrevivir necesita no solo del “capitalismo feroz”, de sus prácticas económicas, de sus “terapias de choque”, del padrinazgo financiero y militar de otra nación, sino también de algo más atroz: del constante e interminable sacrificio mortal del ciudadano, de la supresión de las libertades individuales, del empobrecimiento general como estrategia para ese control social que garantiza la “estabilidad política” buscando apenas que europeos y canadienses vengan a tomarse el mojito en paz.
A esos “Julianes”, a la resignación que por ser puro aguante algunos llaman “adaptabilidad”, debemos el habernos quedado los cubanos sin ese lugar familiar, cómodo, agradable, que debería ser todo país para sus ciudadanos.
Porque en este momento ya la Isla no es el destino “curioso” del Caribe donde la mayoría de los autos que ruedan por sus calles tienen entre 30 y 80 años de explotación, o donde las compras por internet no existen o son una pésima, ridícula y triste parodia de Amazon, sino la nación que ha sido lanzada por una pandilla de aprovechados de cabeza a la comunidad primitiva, a juzgar por esta “economía” de subsistencia, de trueque y “sálvese quien pueda” a la que acudimos a diario pero, además, por esa actitud de jefe tribal que asumen los mandamases del Partido Comunista.
Si antes de la pandemia Cuba era un país anacrónico, con una treintena de años de retardo social, político, económico y tecnológico con respecto al mundo, durante estos últimos meses sin duda alguna ese desfase se ha vuelto gigantesco, y probablemente insalvable, porque el comunismo solo produce “Julianes” y estos crecen aquí como la mala hierba.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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