CIUDAD DE MÉXICO.- Zoila Rodríguez ha llegado a los 60 años sintiendo mucho miedo a envejecer, a no ser capaz de levantarse y salir a buscar comida, a que empeore su circulación y le duelan las piernas, a la muerte. Pero no teme por ella, lo que la aterroriza y no la deja dormir bien es que si falta o se enferma, qué pasará con sus hijos y su exesposo, quién cuidará a su nieto.
Cuando sus hijos Katia y Exeint Beirut, junto a Fredy Beirut, el padre de ellos, fueron detenidos por manifestarse el 11 y 12 de julio, Zoila pensó que estarían unos días presos y después los dejarían en libertad. No habían hecho nada grave. Sin embargo, han pasado nueve meses y los tres siguen en la cárcel.
Exeint (41 años), detenido en Guantánamo, donde vive, podrá reunirse en tres años y tres meses con su esposa e hijos adolescentes. Y por supuesto, cada día que él pasa en una cárcel es un suplicio para su madre, pero viendo las condenas -algunas superan los 25 años- impuestas contra otros manifestantes una sentencia de cuatro puede parecer un regalo.
En cambio, Zoila no puede sentir el mismo “alivio” cuando piensa en Katia (36 años) o Fredy (64 años), acusados de sedición y condenados a 20 años de cárcel. Katia, enferma y con dos hijos, está entre las mujeres con mayores penas del 11J; y Freddy es una de las personas de más edad sancionadas a prisión por las revueltas que sacudieron a toda Cuba.
Los Beirut no salieron por comida
Exeint Beirut, dueño de un taller de carpintería en Guantánamo, salió el 11 de julio a manifestarse con sus dos hijos mayores, de 16 y 17 años entonces. Ese mismo día lo detuvieron con su hija y golpearon a ambos. A la niña la arrastraron por la calle y a Exeint le dieron por el abdomen y la pierna. Un día después, en La Habana, su hermana Katia y su padre Fredy salieron a protestar enfurecidos por lo que les habían hecho.
Los Beirut, dueños de un restaurante y otros emprendimientos, a diferencia de la mayoría de los manifestantes de La Güinera, no son personas pobres, y no salieron a la calle a pedir alimentos. Cuando se diga que las manifestaciones de julio tuvieron únicamente un móvil económico y responden a la crisis y a las sanciones de Estados Unidos hay que pensar en esta familia. Los Beirut tenían cómo alimentar a sus hijos, a diferencia de sus vecinos tienen una casa confortable y sobrevivían sin penurias. Katia durante los picos de pandemia elaboraba comida de su negocio y la enviaba gratuitamente a ancianos. Los Beirut si salieron en julio fue a pedir libertad, primero para Cuba y luego para su familia.
El 12 de ese mes en La Güinera, Katia y su papá caminaron con otros acusados, “gritando consignas contrarrevolucionarias” y “se les fueron sumando indistintamente más personas”, indicó la fiscalía. “Expresaban frases denigrantes en contra de la dirección del país”. En el caso de ella tuvo como agravante haber transmitido desde sus redes una directa de algunos minutos. La fiscalía la acusó de “publicar todo lo que estaba ocurriendo y así lograr que más personas se les unieran”.
A pesar de que el mismo órgano reconoció que no participaron en hechos violentos: “Conformes, satisfechos y habiendo logrado su objetivo de lograr de que toda esta turba se tornara agresiva, se retiraron hacia sus respectivos inmuebles”, se les procesó por sedición.
“Fredy, desde que se los llevaron, me dijo que los iban a fundir en años, que el gobierno no creía en nadie y solo les importaba el poder”, cuenta Zoila. Su exesposo, hijo de un emigrante árabe a quien en los 70, el gobierno prácticamente expropió de sus tierras para construir una carretera, no esperaba del régimen otra cosa que la ha hecho: condenas ejemplarizantes para que a nadie se le ocurra salir de nuevo.
“Con mi hija hay 29 mujeres más presas del 11J. ¿Cuántas madres y niños están padeciendo ahora? Yo misma tengo cinco nietos que tienen a uno de sus padres presos. ¿Qué pueden sentir esos muchachos cuando en las escuelas le hablan de la bondad de la Revolución y les dicen que “ Patria o Muerte”?.
“Si antes había gente que criticaba al gobierno bajito para no meterse en problemas, eso se ha multiplicado. Somos muchas familias y amigos odiándolos con todas las fuerzas. Son unos criminales y no tienen perdón. Ni Batista le dio tan altas condenas a los que asaltaron el Moncada”, dice la madre de los Beirut en audios que envía por Whatsapp con la voz cortada y llorando.
Desde que su familia fue apresada, la vida de Zoila se resume a salir a la calle y buscar lo que necesita para llenar las tres jabas, cuidar a Luis, el hijo de nueve años de Katia, ayudar al yerno en el negocio familiar y viajar cada mes hasta Guantánamo. Con 60 años, viaja más de 800 kilómetros en lo que aparezca: tren, autobús, camiones. Le da igual cómo llegar, mientras esté en la visita de su hijo. El viaje lo hace con un maletín a cuestas que llena con lo comprado en La Habana.
“Yo he quedado en medio de todo”
Desde que mi familia está presa yo no enciendo la televisión porque me dan asco. Es una mentira tras otra como si fuésemos tontos. En cada espacio dicen que se juzgó a todos los presos según la gravedad de lo que hicieron pero eso es falso. Veinte años es la pena para un asesino, no para alguien que sale a la calle en una manifestación sin dañar a nada ni a nadie”.
En marzo cuando informaron la condena de Katia y Fredy, su hija la llamó dando gritos incontrolables, desesperada. Le decía una y otra vez que cómo la iban a meter tanto tiempo presa, que qué pasaría con sus hijos.
Katia desde niña fue muy enfermiza y eso es otro motivo de preocupación para ella. Padece una gastritis crónica desde los nueve años, le bajan las plaquetas, tiene crisis de migraña y fue operada de cáncer. En la cárcel, además, ha sentido dolor en un seno y no la han tratado.
Tampoco para Fredy ha habido atención médica en prisión. Al Combinado del Este llegó con un diente roto y al parecer una costilla, producto de los golpes que le dieron cuando fue apresado, y ningún especialista lo ha tratado aún.
Fredy Beirut padece de vitiligo (una afección en la que la piel pierde sus células pigmentarias) y su epidermis está muy dañada por las condiciones de la cárcel. Además le brotó una lesión en el rostro y le han dicho que no hay medicamentos para atenderlo.
“Aunque él y yo estamos separados, fue mi esposo por más de 30 años y aún vivíamos juntos. No paro de llorar cuando pienso que se sienta mal y esté solo ahí sin los cuidados de la familia que formamos. Tanto trabajar en la vida para tener una vejez tranquila y que ahora pase sus últimos años preso, eso es una crueldad. Exeint en cada llamada y visita pregunta por su papá. Tiene miedo de que algo le pase y se lo estemos ocultando”.
Desde que detuvieron a su familia, Zoila no ha parado de enviar cartas a cada institución que se le ocurre: tribunales, Asamblea, Consejo de Estado. También ha dado entrevistas, denuncia continuamente desde sus redes, y ha seguido las vías legales para reclamar las sentencias. “Siento que le estoy dando con mi cuerpo a un muro que no se mueve, que es algo imposible, pero no me puedo resignar y no me voy a callar.
“A mi casa mandaron dos agentes de la Seguridad del Estado para advertirme que no participara en ninguna manifestación de las madres. Supuestamente podía empeorar todo. Pero qué puede ser peor, si me quitaron en un momento a las tres personas más importantes de mi vida.
“Yo he quedado en medio de todo, cuidando de los presos y de los que están afuera. Cada día saco las fuerzas para levantarme porque mi nietecito de nueve años me necesita. Desde que su mamá está presa, un niño inteligente y que le gustaba la escuela, no quiere ir a clases. Me pregunta qué es una manifestación, que por qué es algo malo. Me pregunta si 20 años es mucho tiempo. Intento responder pero tampoco le puedo decir toda la verdad porque luego dicen en la escuela que lo estoy manipulando contra la Revolución.
“El hijo mayor de Katia también está muy afectado. Tiene 20 años y no quiere salir con sus amigos. Pienso que se siente impotente porque no sabe cómo ayudar a su mamá. Le he tenido que prohibir que diga o haga algo. No puedo permitir que me lo metan preso también. Para hacer y denunciar estoy yo. En este tiempo he perdido peso y todos los achaques de la vejez se han intensificado, pero si me llega la muerte me va a encontrar reclamando la libertad de mi familia. Cuando tienes que cuidar a tantos no tienes tiempo para cuidar de ti misma”.
Zoila ha pensado en cerrar el restaurante de su hija en La Güinera. Mantener un negocio así sin comprar por “ la izquierda” algún producto es prácticamente imposible en Cuba. Y teme que ahora su familia quede en la mira de la Seguridad del Estado y usen el emprendimiento como moneda de cambio para silenciarlos.
Aunque se queden sin el principal sustento, valora vender el local y vivir por algún tiempo de ese dinero. Ahora mismo para ella la prioridad es sacar a Exeint, Fredy y Katia de la cárcel, y no quiere que nada la limite o ponga en peligro a los que quedan en libertad. De no lograrlo, cuando su hija cumpla la pena, Zoila tendrá 80 años. Y Freddy, de sobrevivir, regresaría a casa con 84.
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