MADRID, España. – Cuando podría suponerse que el escenario del cine cubano en la Isla se va agotando, que entre la poca producción, la censura persistente y la diáspora de realizadores, escasean las sorpresas agradables, Camino de lava devuelve la esperanza en un cine nacional poderoso, comprometido y moderno. Gretel Marín, que tiene una carrera peculiar dentro de la no ficción contemporánea en la Isla, hace con esta una pieza cuyo valor reside sobre todo en su poder alegórico y en la capacidad para imaginar un futuro viable para sus personajes, cuya materia es una extensión del cuerpo nacional.
El eje de Camino de lava es una madre y su hijo menor de edad: Afibola, una poeta afrofeminista queer, quien comparte su vida de pareja con otra mujer; Olorum, un estudiante de primaria que usa rastas y es el centro de un mundo para nada convencional, en el que la meditación en torno al racismo sistémico de la sociedad cubana aparece todo el tiempo en los diálogos con la madre. Ese roce, que permite mostrar el acto de producir un sujeto social crítico, va acompañado por otra línea argumental: la madre acaba de comprar una casa en ruinas en La Habana y sueña con reconstruirla para otorgarle funciones de hogar.
¿Cómo llegó Marín a esta historia? ¿De dónde salieron los personajes? ¿Qué motivaciones llevaron a la realizadora a convertirla en materia fílmica? Ella lo explica para CubaNet.
“Me interesaba hacer esta película hace mucho tiempo, porque es una preocupación y además una experiencia personal: la del racismo alrededor de mi familia y amistades, y es algo que he sufrido y que continúo sufriendo en este país donde vivo. Para mí era fundamental hablar de eso, sobre todo en una sociedad donde el racismo está normalizado, no es visto como un problema, y en realidad sí afecta mucho a las personas negras”.
“Partí del deseo de que existiera un diálogo frontal sobre este problema. Por eso fui buscando cómo acercarme a personas activistas, en especial a mujeres o personas no binarias afrofeministas, que pudieran tener una conciencia mucho mayor de la situación. El segundo punto es que para mí resulta super importante el tema de la educación. Creo que todo pasa por ahí, no solo para las personas negras, por supuesto; pero por eso era muy importante encontrar una madre con la conciencia de ser un individuo racializado en esta sociedad. Me interesaba muchísimo la manera en cómo esta madre pudiera educar a su hijo o hija en una sociedad que lo va a discriminar toda la vida”, subraya.
Para Gretel Marín, “ese fue el origen de la película y de la búsqueda. Luego, fue muy simple dar con Afibola y Olorum, que son dos personas bellísimas, muy sensibles al tema y muy sensibles también al cine. Ellos han sido filmados ya algunas veces. Entonces saben de qué se trata. Y eso es algo que funcionó muy bien para la película”.
Lo anterior es central para la complejidad con que Camino de lava expresa su tema. Operando desde la observación, sin recurrir a la entrevista convencional, pero haciendo que cada unidad escénica alcance niveles de significado simbólico que trascienden la distancia gracias a la dirección de arte y a la poderosa puesta en escena, así como a la complicidad de los personajes con la cámara, la película se deja leer como el despliegue de un esbozo de mañana para esta familia inusual, que a través suyo proyecta el deseo de buena parte del país: tener un territorio más respirable, respetuoso de las diferencias y sin exclusiones por el color de la piel, la elección sexual o el credo político, en el que construir un proyecto de vida.
Por ello, Olorum, a quien Afibola prepara para asumir desde el empoderamiento su rol de hombre negro en Cuba, es un ensayo de sujeto nuevo, capaz de trascender el orden establecido por los prejuicios de su tiempo.
“Me encanta decir que esta es una película abiertamente militante y activista, pero al mismo tiempo, que trata de encontrar belleza y sensibilidad alrededor de un tema tan violento”, asegura Marín.
“En relación con la puesta en escena y con las decisiones de forma, partimos de la necesidad de establecer un diálogo y de decir las cosas que no se dicen, o que se dicen, pero son tomadas como argumentos no válidos. Son invalidadas porque, supuestamente, en Cuba no hay racismo, siempre según el discurso oficial; porque el problema es siempre comparado con otros tipos de racismo y discriminaciones en otros países y no se tiene en cuenta cuáles son los problemas que nosotros tenemos aquí en relación a eso. Entonces, en principio, para mí era muy importante que las personas aparecieron filmadas de una manera muy frontal, hablando casi a cámara, donde los espectadores estuvieran siempre confrontados a la cuestión”.
“Por eso también elegimos este tempo, este ritmo más pausado, y creo que ello tenía que ver con el elemento de la intimidad, de estar siempre en espacios que les pertenecen, donde los personajes se sienten libres y pueden hablar sin dificultad, porque precisamente la palabra es algo que le es negado muchas veces cuando se trata de estos temas”.
“Luego está la decisión, también estética, que tiene que ver con la negación de la belleza de los cuerpos negros. Y para nosotros era súper importante trabajar alrededor de esa belleza, subrayarla y valorizarla. Por eso la búsqueda de una belleza estética en todos los planos, en todas las imágenes, en todas las apariciones de estos personajes, porque ese valor le es negado a los cuerpos negros: el derecho de existir en la belleza. Algo muy simple, pero que para nosotras era fundamental desde el inicio”.
En la ecuación del tratamiento de este mundo entra el peso del espacio como extensión psicológica de los personajes. Afibola acaba de comprar una casa que bautiza como “La Tremenda Poderosa”. Ese recinto, ajado y semirruinoso, vendrá a ser el territorio de algo por venir, un microcosmos que podría antojarse el ensayo de una nación para la que ya existen los ciudadanos, pero no la patria.
“Para mí esa casa que compraron, que no tiene techo, representaba dos cosas: la posibilidad de tener un espacio propio, que es algo que a esta familia le da poder, y al mismo tiempo el ciclo de pobreza, del que es muy difícil salir, porque ahora mismo, simplemente, aún no la han podido reparar. Este significado simbólico para mí era superimportante. Esta construcción tiene un puntal muy alto, y los personajes están encuadrados en la base de esta composición, así que queda todo ese aire por encima. Filmar así para nosotros fue un acto intuitivo, pero después se volvió algo que ganó en simbología, y tiene que ver con el espacio de pensamiento y liberación que se percibe allí”.
“Esta película para mí ha sido un largo aprendizaje, porque me considero una persona antirracista y trato de tener esa conciencia todos mis días, en mi vida práctica, quiero decir. Pero al mismo tiempo sabía que podía llegar al rodaje con prejuicios. En cambio, estas personas viven con esa conciencia de la negritud y aprendí muchísimo, o desaprendí, muchas cosas con ellos. No solo yo, sino creo que también todo el equipo aprendió muchísimo en ese sentido. Tanto Claudia Remedios, que es la directora de fotografía, como Carla Valdés León, que me acompañó en la producción e hizo sonido; creo que todas aprendimos cosas y nos llevamos aprendizajes muy bellos para reflexionar”.
“Lo que sufren estas personas se parece a lo que sufre mucha gente actualmente en Cuba, en La Habana. Es una pena lo que estamos pasando ahora, y es una pena, sobre todo, asistir al sufrimiento de las personas aquí. Entonces creo que la película era también una necesidad. Empezó a filmarse antes de la pandemia; tuvimos que parar un año, y después de ese periodo, con todas las decisiones sociopolíticas, económicas, que han transformado este país en otra cosa, donde ya no hay ningún tipo de esperanza… Creo que esta película refleja un poco esa sensación, aunque tú no veas la calle en ella. Esta historia es como una partícula de algo que está sucediendo a nivel general en el país, esa falta de esperanza. Y al mismo tiempo es ese deseo de sanar, de autocuidarse, de cuidarse en comunidad, que es vital, sobre todo para estas personas, para sobrevivir, para vivir todos los días y para poder pensar en el futuro de este niño de una manera un poquito esperanzadora; por lo menos darle los elementos que él pueda necesitar para sobrevivir, para enfrentarse a lo que sea”.
Camino de lava mereció en 2023 el Premio al Mejor corto documental en el Festival MiradasDoc, que se celebra en Guía de Isora, Tenerife, Islas Canarias. También integró la selección oficial del Festival de Cine de Málaga, en España, del Festival Cinélatino-Rencontres de Toulouse, Francia, de IndieLisboa y del muy prestigioso Festival de Cortometrajes de Oberhausen, en Alemania. En diciembre pasado, fue una de las seleccionadas para el IV Festival de Cine INSTAR, que presentó cine cubano e internacional en pantallas de siete países. La plataforma de streaming MUBI lo incluyó en su programación.
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