LA HABANA, Cuba.- En este año se cumple el medio siglo de la publicación, en 1966, por el Instituto de Etnología y Folklore de la Academia de Ciencias de Cuba, de Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet.
El libro, que fue una especie de best seller en la Cuba de la segunda mitad de los 60 y posteriormente ha sido traducido a varios idiomas, es una novela-testimonio, escrita en primera persona, basada en las entrevistas que le hizo Barnet a Esteban Montejo, que por entonces tenía 106 años y quien en su muy extensa vida había sido esclavo, cimarrón y mambí.
Miguel Barnet, que por entonces era muy joven, trabajaba como etnólogo en la Academia de Ciencias y hacía sus pininos como escritor, supo de la existencia de Esteban Montejo a mediados de 1963, gracias a la lectura de un artículo periodístico que trataba sobre dos de las personas más longevas por entonces en Cuba, ambas con más de 100 años.
Barnet logró dar con Montejo, que estaba asilado en el Hogar de Veteranos, sito en la Avenida Acosta, en La Víbora, donde el anciano esperaba la muerte, dándose sillón y aburriéndose soberanamente, pero con bastante buena salud para su avanzada edad. Más difícil fue vencer su recelo. Pero como el anciano no era demasiado huraño, sino más bien jocoso, Barnet logró ganarse su confianza y hacer que le perdiera el miedo a la libreta de notas y la grabadora y se soltara a hablar, gracias, entre otras cosas, a los tabacos que le llevaba de regalo al asilo.
Según contó Barnet en la introducción del libro, las entrevistas a Montejo, que duraban hasta cinco horas, fueron seis y bastante fluidas.
Evidentemente, el escritor, además de parafrasear los giros del lenguaje de Montejo, acentuó el toque político conveniente para agradar a los comisarios culturales que podían sentirse disgustados por tantas alusiones a las por entonces muy denostadas creencias religiosas afrocubanas: el antiamericanismo del anciano, su militancia en el Partido Socialista Popular, su identificación con la revolución de Fidel Castro, hasta el punto de declarar en el último párrafo que no quería morirse, para con su machete “echar todas las batallas que vengan”.
Y no dudo que, para enganchar al lector, la imaginación de Barnet se haya sumado a las supercherías de Montejo al evocar a los congos musundis y las brujas canarias que se iban volando a su tierra, en las recetas para preparar prendas judías o criar diablitos color de camaleón empollados en tres viernes consecutivos, los güijes, y las competencias de longitud y dureza de vergas, demostrada partiendo galletas sobre una mesa.
Barnet no será Cabrera Infante, ni siquiera alcanza a Lisandro Otero, pero es un buen escritor. Pero pocos dudarán que Biografía de un cimarrón fue sobrevalorada en su momento por la cultura oficial. Era como si para el conocimiento de la esclavitud, Barnet con su libro hubiese superado al mismísimo Moreno Fraginals con El Ingenio.
El momento era propicio en el continente para las novelas-testimonio: Casa de las Américas publicaba lo mismo testimonios de guerrilleros que de favelados o exhabitantes del barrio de Las Yaguas. Y recordemos que era también la época de las películas del ICAIC de esclavos y mambises.
Tal vez por eso los comisarios culturales se disgustaron tanto con Barnet cuando unos años más tarde, en pleno Decenio Gris, en vez de seguir en la cuerda de la esclavitud, los cimarrones apalencados y los mambises, se apeó con aquella frívola historia de una corista encuerusa del periodo republicano, titulada Canción de Rachel.
Aquello, sumado a sus modales, que resultaban demasiado blanditos para el homofóbico gusto oficial, casi le cuestan el ostracismo; pero Barnet, de tanto que se arrastró ante los jefes y sus jefecillos, en unos años logró rehabilitarse y de qué manera. Como intelectual orgánico y alabardero destacado donde los hay, no paró hasta ser miembro del Comité Central del Partido Comunista, diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, y lo que fue su consagración: la presidencia de la Unión de Escritores y Artistas.
Por estos días en que la UNEAC acaba de cumplir los 55 años, el barnizado Barnet, que no ha dudado en expresar su desconfianza hacia la política de Obama hacia Cuba y en seguir con las alabanzas al Comandante, debe estar enfrascado en el enfrentamiento a los “proyectos subversivos” y la “oleada colonizadora global” de que hablara hace unos días, a propósito del aniversario de la organización, el general Raúl Castro. Va y aprendió Barnet con Esteban Montejo alguna brujería para contrarrestar esos maleficios. ¡Brrr, siá, carajo!
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