Madera, pero de acero

A Lázaro Madera siempre le achacaron carencias defensivas, y ese fue el argumento de la 'piña' del team Cuba para cerrarle puertas y ventanas.
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LA HABANA, Cuba.- Todo béisbol tiene sus estrellas, sus mediocres y sus peloteros del montón. También sus jugadores sobrevalorados y menospreciados, que son algo así como estrellas de brillo invisible. “Underrated”, se les llama en el Big Show. Y justo de esa estirpe fue Lázaro Madera.

A simple vista, el outfielder parecía un forofo del gimnasio, pero nunca un slugger. Era corto de brazos, y cualquiera podría pensar que la escasa envergadura le impediría golpear disparos alejados de la zona. Craso error.

Madera, y es la imagen más perdurable que nos dejó aquel animal, podía batearlo todo. Lo vi darle un jonrón al “Duque” Hernández con una recta por encima de los hombros, y sacar un envío de piconazo ante Mineros. Matador de bolas malas, como el inolvidable “Yogi” Berra.

Una vez, contó él mismo, Giorgi Díaz le tiró un lanzamiento a la altura de la cabeza y terminó en cuadrangular. En la siguiente vez al bate, el derecho le pitcheó aún más arriba y Madera —hecho un etcétera— le volvió a despachar la pelota. Entonces Díaz se limitó a gritar “este negro está loco, este negro está loco”.

Y sí, algo de loco tenía el quinto bate de los verdes. De eso y de atrevido, porque para lucir detrás de Omar y Casanova había que saber ponerse el uniforme. Un extrabase cada menos de diez visitas al home plate da fe de ello.

Toda la vida le achacaron carencias defensivas, y ese fue el argumento de la ‘piña’ del team Cuba para cerrarle puertas y ventanas. Había vacas sagradas, ya se sabe. El pinareño, mientras tanto, descosía pelotas con el placer del niño cuando muerde un chocolate.

Virtuoso con el barquillo en ristre, promedió .324 de por vida, un punto más que Lourdes y que el propio Luis Giraldo. Intimidante como pocos, fijó slugging de .522 en 15 Series Nacionales. Veloz en el corrido de las bases, llegó a ser líder robador en tiempos del señorío de Víctor Mesa. ¿Hacía falta más para vestir las cuatro letras?

Por supuesto, no digo que permanentemente, porque los estelares pululaban en el jardín izquierdo. Pero se mereció la plaza en más de una campaña y, por desgracia, lo condenaron de manera invariable al Cuba B. Y allá iba Madera y cumplía. Como en la Copa Intercontinental de Barcelona, que le sacó mil fouls al japonés Shintani para negociar el boleto antecesor del hit de oro de José Raúl Delgado.

Pelotero del período romántico donde se comía en bandejas de aluminio al son de los mosquitos, sin ventiladores y con duchas de agua fría, Madera fue de los que dilapidaron su talento en un torneo cuyo único aliciente material se resumía en una o dos salidas al exterior anuales.

Hace un tiempo le dijo a Play-Off Magazine: “A nosotros nos daban una casita como la que tengo, que me la dio la pelota. Mi carrito es por los viajecitos, y jugué en Japón y pude coger un dinerito”.

Si se fija, todo lo refirió en diminutivo: la casa, el carro, los viajes, el dinero… Le sobraban condiciones para pretender buenos contratos y vivir a lo grande, pero corrían tiempos en que los jugadores no veían más allá de sus narices. Dicho en pocas palabras, la era “antes de Arocha“.

El tren de los aumentativos se le fue a Lázaro Madera, pero afortunadamente no el de la memoria. La gente lo recuerda recortado, macizo, haciendo una lomita de tierra para hundir el spike, afincarse y largar unos batazos panorámicos. Eso, después de hacerle swing a todo (o casi todo), siempre entero en el plato, ignorando el ignorante ninguneo.

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