Cuando la jabalina se clava en el olvido

Le faltaron dos simples centímetros para quebrar el récord universal en las Olimpiadas de Atenas 2004. Entonces no hubo lamento alguno: a fin de cuentas, el récord ya le pertenecía a ella misma.
Cuba, jabalina, Osleydis Menéndez
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LA HABANA, Cuba.- Hubo un tiempo en que el debate se centró en si se llamaba Osleydis u Olisdeilys, al más puro estilo del bizantinismo tropical. Al final, ¿qué importaban unas letras más o menos cuando se hacía referencia a la mejor jabalinista del planeta? Bastaba con decir “The Cuban” o “Menéndez” para que las contrarias entendieran de quién se estaba hablando…

Donde sí se requería exactitud —total exactitud— era en sus marcas. Por ejemplo, le faltaron dos simples centímetros para quebrar el récord universal durante las Olimpiadas de Atenas 2004. Aunque todo sea dicho, entonces no hubo lamento alguno: a fin de cuentas, el récord ya le pertenecía a ella misma.

Lo había conseguido desde tres años antes en Rethymno, otra ciudad griega, una noche en que su dardo voló 71,54 metros. Jamás una cubana había podido ser dueña y señora en los libros de registros. Insatisfecha aún, aprovechó los Mundiales de Helsinki 2005 para agregarle 16 centímetros al tope.

“The Cuban” o “Menéndez” tenía el somatotipo perfecto para la especialidad. Morena musculada, le imprimía la potencia de 80 kilogramos de explosivos a un implemento que salía despedido rumbo a un destino incierto, pero siempre distante. En algunos estadios todavía parecen retumbar sus alaridos al soltar la jabalina, y yo sigo evocando con emoción el gesto suyo de alzar aquellos bíceps de gimnasio para aclarar “que sí, que ya gané, que soy la número uno”.

Lástima que fue una flor de pocos años. Las lesiones se cebaron en sus piernas y la miseria humana le menguó el entusiasmo hasta que un día optó por el adiós a los entrenos. “No me sentí bien con cosas que pasaron”, confesó en un programa de televisión. “Me fui bastante angustiada, hasta el punto de no querer saber nada del deporte”.

Desconozco la magnitud de las carencias por las que pasaría después, pero debieron ser enormes cuando en el año 2010 subastó su medalla olímpica en la página de eBay. Recuerdo que al divulgarse la noticia, algunos moralistas de la inmoralidad se preguntaron si sería lícito traducir en dólares la recompensa de una vida de sacrificios personales. Perogrullo les respondió enseguida: comer es prioridad.

Felices a morir con la venda tapándoles los ojos, los ideólogos del Inder habían ninguneado a una reina estival con dos oros mundiales y par de registros del orbe. “Cuando te retiras, la gloria te la guardas en tu casa”, contó Osleydis-Olisdeilys. “No me dieron valor alguno y me sentí discriminada”.

La parálisis mental se había tragado a una de las atletas más brillantes de la historia nacional. Una mujer con méritos para emular con Driulis, Ana Fidelia, Mireya, Idalys, Regla Torres… Una estrella que a la vuelta del tiempo, más desesperada que campeona, emprendió una peligrosa travesía que la llevó a cruzar el Río Bravo.

“Cuando pisé suelo norteamericano supe que mi sueño echaba a andar”, sostuvo. “Llegar acá es como tirar 75 metros, una meta que me propuse y no pude alcanzar. Pero tengo los 75 metros de mi voluntad, de mi alegría, de mi decisión de vencer, de ayudar a mi familia y de ser una persona que puede materializar sus sueños”.

Ahora mismo, no hace falta demasiada imaginación para verla mostrando aquellos bíceps invencibles. “Que sí, que ya gané”…

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