Alcides Sagarra: Los bofetones de la vieja escuela

Por mucho tiempo, la cara del boxeo cubano fue Alcides Sagarra. Llegaron y se fueron Teófilo, Horta, Savón y las otras estrellas de la escuadra, pero en la esquina del equipo nacional se mantenía aquel negro de grandes ojos
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LA HABANA, Cuba.- Por mucho tiempo, la cara del boxeo cubano fue Alcides Sagarra. Llegaron y se fueron Teófilo, Horta, Savón y las otras estrellas de la escuadra, pero en la esquina del equipo nacional se mantenía aquel negro de grandes ojos que -pedagogo de la vieja escuela- repartía gaznatones cuando sus pupilos hacían mal las cosas sobre el ring.

Porque ‘El chícharo’ odiaba perder. Si sentía que su boxeador iba debajo en las tarjetas y requería de una inyección anímica, no demoraba en aplicarle la terapia emocional del galletazo y la más sonora reprimenda. En cuestión de segundos, el púgil que había sido gatito inofensivo se trocaba en tigre herido.

A la luz de los tiempos que corren, sus métodos podrían parecer desmesurados. Primitivos, incluso. Sin embargo, el cuadrilátero acabó premiando a Sagarra con 32 títulos olímpicos y 63 de carácter mundial. Obviamente, aquí el fin justificaba los medios.

Yo lo admiré. Gente cercana a la llamada Finca de los Boxeadores cuenta que imponía una disciplina férrea (y más allá) entre sus discípulos, que debían consagrarse a los rigores del entrenamiento con devoción sacerdotal. A la hora que hubiera que levantarse, todo el mundo de pie. Y después a correr, y a la suiza, el shadow boxing, el saco de arena, los sparrings…

Era un látigo, sí, como látigos fueron el gordo Ronaldo Veitía para las judocas o el inefable Eugenio George con las voleibolistas. El éxito deportivo parte de la entrega más incondicional, y los grandes entrenadores supieron respetar esa premisa en el camino a la inmortalidad.

Siempre se ha dicho que sus métodos fueron su pasaje a la gloria, pero también la guillotina que lo decapitó. Que se tomó como pretexto un chequeo médico para liberarlo de sus todopoderosas funciones en el pugilismo cubano, cuando la causa verdadera estribó en que había gente molesta con su estilo de trabajo.

Así que Sagarra, paradójicamente, perdió el juego con la carta que solía garantizarle la victoria. Lo apartaron previa oferta de un cargo simbólico, y pasaron los años y el boxeo mermó y nos acostumbramos a encajar derrotas a todos los niveles.

Es la cruda realidad: antes íbamos siempre por el pleno de títulos; ahora, por lo que pueda ser. Hace 40 años, en los Panamericanos de Caracas se lograron ocho oros y dos platas. Al momento de escribir estas líneas, en Santiago de Chile ya habían perdido tres de siete figuras.

“Desde su puesto de preparador Sagarra llegó a mandar más que el Comisionado Nacional”, analiza un experto que advierte que ‘El chícharo’ tuvo el privilegio de contar con todos los recursos que pedía, porque había un Estado pendiente de las necesidades de la Finca. Y no lo dudo. Eran tiempos donde el deporte aún constituía un estandarte, y el boxeo cargaba con la encomienda de tirar de la nave insular en cada cita relevante.

Alcides Sagarra (Foto: Cubadebate)

Fue el pugilismo el que nos hizo quintos en el medallero de Barcelona 1992, octavos en Atlanta 1996 y novenos en Sydney 2000. El resto de deportes aportaba, pero de los tinglados salía la cosecha clave. Y en todas esas citas, la mano de Sagarra estiró el índice para decir presente.

Qué buenos tiempos esos…

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