ARTEMISA, Cuba, julio, 173.203.82.38 – El llanto y los gritos del niño de cinco años llamaron la atención de los transeúntes hacia el balcón donde una mujer, presumiblemente la madre, le golpeaba brutalmente. El hecho sucedió en la calle Soledad, en Centro Habana, el pasado 5 de julio.
Alejandro Sánchez presenció en una pizzería de Cabañas, provincia Artemisa, la paliza que una madre propinó a su hija, de cuatro años, el pasado 12 de junio. Un hombre intervino, pero la mujer le respondió: “No se meta, que para eso soy la madre”.
Estos dos casos son botones de muestra de los cada vez más frecuentes casos de violencia de adultos contra menores en lugares públicos, casas, calles y hasta en las escuelas, según refieren muchos consultados al respecto, en la capital y en el interior de la isla.
Un psicólogo con quien hablé sobre el asunto, me dijo que, entre otros condicionantes de este fenómeno, se debe en muchos casos a que los padres reproducen en sus hijos los métodos violentos de que fueron víctimas en su infancia.
Considera el profesional que también contribuye la frustración de muchos padres, su inmadurez, sobre todo en los casos de padres muy jóvenes, y las difíciles condiciones de vida que exacerban la ira, especialmente entre las capas más desfavorecidas de la sociedad.
A pesar de la existencia de un Código de la Familia y la Niñez en el país, las instituciones, en particular los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), que existen en todos los rincones del país, no incluyen en su quehacer diario el control, la vigilancia y la intervención, en estos casos.
Si estas organizaciones, que funcionan a nivel de cuadra, dedicadas enteramente a la vigilancia, el control y hasta el ejercicio de la violencia contra los opositores pacíficos al régimen y a espiar la vida privada de cada vecino, invirtieran un poco de su energía en vigilar, controlar y obligar a los padres abusadores a insertarse en programas de reeducación, e incluso si acusaran y llevaran a juicio a los casos incorregibles, la violencia contra menores podría disminuir. Pero, hasta el momento, eso no está entre sus funciones.
Sería una forma de dar vida a lo que ahora es letra muerta y de hacer que el Código de la Familia y la Niñez, deje de ser un elemento decorativo en la vitrina de los supuestos logros de la revolución.
La idea podría además redimir, al menos parcialmente, a esas desprestigiadas organizaciones, consagradas a la vigilancia, el hostigamiento y la delación entre vecinos, desde hace tantas décadas.