Romance otoñal

LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – Ramiro Valdés pasó junto mi lado en su Peugeot 307, azul plateado. Iba sentado al lado del chofer escolta, un hombre joven, vestido de verde olivo. Ramiro se mostraba tranquilo y concentrado.
Su reciente designación como súper ministro para la industria básica y las comunicaciones, tiene confundidos y enfrentados a los expertos en asuntos cubanos. Para unos, su elección, a principios de enero, significa el fortalecimiento de la agenda política de Raúl Castro. Para otros, es la deconstrucción de su figura, debido a la presencia de nuevos y poderosos actores.
Para los raulistas, designar a Ramirito como súper ministro es una forma de desinflarlo. Ellos ven en Raúl las bondades del político modernizador, atrapado en el voluntarismo de su hermano.
Raúl le quita al implacable ex ministro del Interior el poder que tenía como ministro de Informática y Comunicaciones, y lo sustituye por Medardo Díaz Toledo, un joven General de las Fuerzas Armadas, especialista en ese campo y ex jefe de comunicaciones del cuerpo armado. Se trata –dicen los raulistas- de un golpe maestro.
Además mantiene a Díaz Toledo bajo el paraguas disciplinario de Julio Casas, Ministro del Ejercito y jefe de la poderosa V sección de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), dedicadas a las esfera económica.
Para los seguidores de Ramiro Valdés, el ascenso al super ministerio, que controla comunicaciones, exportación de minerales e importación y extracción de combustibles (además de la vicepresidencia que mantiene en el Consejo de Estado), lo reafirma en la línea sucesoria de la monarquía castrista, toda vez que su protagonismo mediático de supervisión y control está a máxima capacidad. Y no son pocos los que olvidan su actuación en la década del sesenta. De esa manera se sitúa en el imaginario popular como el hombre fuerte que necesita la nación.
Tomando de uno y otro, Raúl Castro y Ramiro Valdés encontraron en el ocaso de sus vidas razones suficientes para reencontrarse y proyectarse hacia sus respectivos panteones. La cima que los dividía y enfrentaba desapareció del escenario. Sin charangas ni reggaetones, que provoquen sobresaltos o alteren sus diseños personales, Castro y Valdés hicieron las paces y están en pleno romance.
Valdés, más mediático, entrando a los solares de Santiago de Cuba, dejándose poner la mano en el hombro, explicando “humildemente” al pueblo las razones del poder para tanta miseria. Pero a la vez, aplicando su férrea mano por donde pasa, siempre fiel a su maestro Feliks Dzerzhinski, fundador de la Cheká, como hizo con Yadira García y los problemas de corrupción en el norte del oriente. Castro, metido en la cueva de la conspiración, siempre apagado y alejado de los medios. Se trata, pues, de un romance sin pasión, un romance de viejos.