LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -Al parecer, todos los del clan Castro son buenos simuladores. Alguna vez leí que “los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña, encontrará siempre quien se deje engañar”. Y parece que Mariela Castro ha sabido agenciarse algunos de esos seres simples para impulsar su carrera política, ofreciéndoles pequeñas prebendas con una mano y látigo con la otra.
Cuando la ocasión lo amerita, se muestra clemente, humana, solidaria… sin dejar de tener sus ánimos predispuestos para cuando sea necesario mostrar su otra cara y usar el látigo, como su tío Fidel, y su padre, el dictador Raúl Castro.
Según confesó ella misma, Mariela, ahora también diputada al Parlamento cubano, ha llegado incluso a mentir, usando el nombre de su padre para ayudar a esa minoría que hoy conforman sus súbditos más leales. Ello no significa que haya olvidado sus raíces y su papel de “heredera real”. Al contrario, revela que ya domina perfectamente el arte de imputar a los demás los disparates que comete y de exculpar a los responsables, si éstos pertenecen a su corte, de los crímenes más atroces y evidentes. Ya se siente, como sus parientes mayores, tocada por el dedo de Dios.
Donde antes se mostraba humilde, ahora se exhibe engreída. Antes parecía mansa y pacífica. Hoy es extremadamente presuntuosa. Sin el menor asomo de pudor, se muestra como impostora y mitómana. Como diría Maquiavelo: “Tal es la prodigiosa mudanza que el poder obra en los hombres”. Y también en las mujeres, agregaríamos.
La que ayer fingió ser la más ardiente defensora de los homosexuales y de las mujeres, hoy no sólo permanece impávida, sino que justifica y pretende librar de culpas al régimen que odia y reprime a las mismas personas que ella asegura defender.
La “sucesora” de la obra de Vilma Espín (su madre, creadora de la Federación de Mujeres Cubanas), hoy es parte del mismo gobierno que ayer encerró en campos de trabajo forzado a todos los que disentían.
Mariela Castro quiere alcanzar la cumbre dentro de una dictadura que entrena a mujeres y hombres jóvenes para reprimir, golpear y hasta asesinar a mujeres indefensas, pero dignas y valerosas, que son madres, hermanas, esposas. Si alguien lo duda, pregunten a las Damas de Blanco, que hoy hacen temblar con su firmeza a un grupo de asustados y cobardes esbirros, a los que el miedo impulsa a golpearlas, por el único delito de quitarles el sueño a unos octogenarios aferrados al poder a costa del sufrimiento humano.
Que se cuiden los “comparseros” del CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), seres simples que aún creen que un engendro de los Castro, los mismos que electrificaron cercas y ataron a postes llenos de hormigas a inocentes homosexuales, puede desear el bien a quienes se atrevan a pensar y a vivir en libertad.
Ningún ser humano merece ser engañado y manipulado; y es difícil engañar a alguien toda la vida. Las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transgéneros cubanos que aplauden hoy a Mariela Castro, algún día descubrirán en ella el rostro femenino de la dictadura.