LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Con unos cincuenta y cinco años de edad, parece tener tendones y huesos de acero. Hay pocas canas en su pelo largo, escaso y ensortijado. Se pueden contar los músculos de su cara cuando habla. Recuerdo que hace casi treinta años era frecuente verlo en la Playita de 16, en Miramar —una “playa” de viva roca— haciendo ejercicios de todo tipo durante horas, como si estuviera en un gimnasio, convertido en el centro de atención de las cientos de personas que atestaban aquel pedazo de litoral habanero. Era hilarante verlo, pero nadie se atrevía a burlarse de él, claro está.
Luego lo he visto muchas veces, cada varios meses o años, porque anda por la calle dibujando a la gente. También, para ganarse algún dinero, hace rápidos y vigorosos retratos de turistas en los lugares donde pueda encontrarlos, pese al acoso de la policía, que siempre termina dejándolo por incorregible porque su labia es tan enérgica como los trazos de su lápiz. Y además, es interminable, complicada, llena de metáforas, razonamientos y giros enloquecedores. Pero de una honestidad más asombrosa aún.
Porque Plá Escarp (así, con ascendencia catalana quizás, firma sus retratos de un minuto), es un surtidor de palabras, incluso cuando está dibujando. No puede decirse que sea un buen conversador, porque no da mucho tiempo para intercalar un bocadillo. Sus oraciones son largas y complejas. Sus ideas, ilógicas y contradictorias a veces, resultan siempre profusas e inquietantes, sobre todo por la efusión con que las expresa, como revelaciones, como verdades que nadie más ha descubierto y que, por lo tanto, él debe comunicar a los demás.
Además, lo dice en voz muy alta, aunque esté hablando con uno solo, para que todos se enteren, pues tiene algo de profeta del Antiguo Testamento, acaso por su pasión esencial y desnuda, por el ímpetu de sus juicios y vaticinios.
Y lo que tiene que decir es en ocasiones como uno de sus retratos bien perfilados y únicos. La última vez que lo vi, su revelación era que “somos un pueblo de esquimales”. Razonaba, para argumentar, que los esquimales comen solamente carne y viven en una zona que ha sido llamada “país de las sombras largas”, por lo poco que se alza el sol en el horizonte. Y los cubanos nos hemos convertido en extraños esquimales que sobreviven sin comer suficiente carne. Cuba era “la tierra más hermosa que ojos humanos han visto” y ahora es un mundo glacial, de gente congelada. No me parecía del todo coherente su definición, pero ya él andaba mucho más allá, hablando de la “urgencia de comunicación hermana”.
Media hora después había pasado del Polo Norte tropical a sus propios aforismos, en los que trataba de condensar sus pensamientos sobre la vida, el arte, los seres humanos, el universo y otras menudencias. No recuerdo ninguno porque eran demasiado churriguerescos para que se prendieran con facilidad en la memoria y, en realidad, no me parecían tan originales. Interesantes sí eran, como él mismo. Yo llevaba prisa cuando me lo encontré y no había manera de que pudiera seguir mi camino porque Plá tenía siempre otra cosa importante que decir, otra conjetura.
Cuando por fin nos saludamos, y ya me iba, me gritó con sus ojos abiertos por la preocupación más genuina: “¡No puede durar mucho este pueblo bajo esta Sombra Larga!”. Yo no sabía. ¿Quién puede saberlo? ¿Cuánto puede durar una Sombra Larga? No le dije nada, porque entonces Plá me habría demorado media hora más, pero no pude apartar durante un rato sus férreas y nítidas imágenes de la mente, mientras caminaba.