LA HABANA, Cuba.- Victor Hugo, famoso novelista francés, dijo alguna vez que “el porvenir está en manos de los maestros de la escuela”. Quizás no haya otra frase más acertada en relación a los educadores, especialmente quienes acompañan al ser humano durante sus años formativos. Todos los profesores son importantes; pero ninguno es más necesario que el que enseña a leer, realizar los primeros cálculos matemáticos y conocer la historia patria.
Hasta hace algunos años, los padres enviaban a sus hijos a la escuela con la confianza de que aprenderían lo esencial, y algo más. El adoctrinamiento era un mal inevitable, toda vez que el sistema educacional cubano es totalitario y extremadamente politizado desde 1959. Pero más allá del intensivo ideológico, los muchachos concluían la escuela primaria sabiendo las tablas, leyendo con fluidez y con una noción general de Historia de Cuba.
Con la llegada del Período Especial, sin embargo, las penurias económicas provocaron que un número considerable de maestros abandonaran su empleo para insertarse en áreas mejor remuneradas. El sistema no colapsaba aún, pero era apreciable la falta de profesionales para cubrir las distintas materias. Dicha escasez causó inestabilidad en la docencia y los padres buscaron otras alternativas para que sus hijos no dejaran de aprender.
Por aquella época aumentó el número de repasadores por cuenta propia, y aunque a finales de la década el país parecía salir de la peor recesión en su historia, la renuncia de los docentes no se detuvo. Para suplir el déficit se implementó la peor estrategia concebida por el Gobierno cubano: los maestros emergentes.
Adolescentes de entre 15 y 17 años integraron las primeras hornadas de aquel “plan de la Revolución” que inició con el curso académico 2000-2001. Era tan urgente la necesidad de profesores, que el mínimo exigido para aspirar a una carrera pedagógica descendió hasta 30 puntos (la mitad del aprobado reglamentario para cualquier otra carrera universitaria). Incluso los estudiantes más limitados aprovecharon esa oportunidad para lograr un título universitario y empezar a devengar salario luego de una preparación intensiva de 6 meses.
No hubo una selección en base a la vocación, la inteligencia y la habilidad comunicacional de los aspirantes. Las aulas se llenaron de autómatas capaces de recitar la información de los libros de texto pero no de transmitir conocimiento, porque no se puede dar lo que no se tiene.
De los tantos jóvenes que se graduaron durante aquella “emergencia”, muy pocos tenían o alcanzaron las cualidades de un buen maestro. Fue una praxis desastrosa desde el punto de vista social, ético y moral. Pero también lo fue para el futuro del país, que hoy no muestra señales de mejoría.
Los adolescentes que en la actualidad se preparan para ser educadores son el fruto de las teleclases y de aquellos improvisados docentes cuya enseñanza había sido irregular durante la crisis de los noventa. Las carencias son evidentes, así como el dominio de la perorata política que le inculcan más eficazmente que las tablas o los conceptos elementales del idioma castellano.
CubaNet conversó con los futuros maestros que citan a Martí y a Fidel, pero no saben distinguir las palabras llanas, ni dominan las tablas. La mayoría de los estudiantes de preuniversitarios pedagógicos no tienen base educativa y, por ende, no serán capaces de enseñar a sus alumnos como es debido y como lo requiere, con premura, la situación de Cuba.
Ante nuestras cámaras desnudaron una ignorancia que, por pudor, hemos preferido no mostrar. Es inaceptable que quienes van a pararse delante de un aula no sepan responder a la aritmética más básica. Semejante desconocimiento no tiene nada que ver con la inexperiencia o la falta de preparación metodológica, sino que es la prueba fundamental de que Cuba no tiene futuro, porque la presencia de esos muchachos en el preuniversitario solo se explica por el fraude extendido a todos los niveles de la educación. Hace veinte años, quien no se supiera las tablas no pasaba del cuarto grado.
Es comprensible que a los muchachos no les interese ir a clases. No les atrae el conocimiento, ni se sienten inspirados porque esa figura que debería ser un ejemplo a seguir es un sujeto sin cultura, que habla y se comporta como ellos.
La gravedad del problema contrasta con lo expresado al diario oficialista Granma por Ena Elsa Velázquez Cobiella, Ministra de Educación, el 18 de febrero de 2017: “La escuela pedagógica forma parte de un sistema en el que influyen diversos factores para la formación integral del estudiante”.
La funcionaria se ajusta muy bien a su guion o está muy mal informada, pues la tendencia sugiere que no hay formación más allá del adoctrinamiento impuesto por el régimen. En el terreno de la enseñanza Cuba tiene mucho que lamentar, desde la pérdida de docentes de altos quilates hasta la indetenible fuga de jóvenes maestros hacia otros sectores.
Bajos salarios, pésimas condiciones de trabajo, una presión económica insoportable y alumnos con un bagaje sociocultural cada vez más complejo hacen del magisterio un verdadero reto. Por tal motivo, en el Día del Educador nadie merece mayor homenaje que los profesores que han perseverado durante años, a contracorriente, y a veces sufriendo disgustos por ser, precisamente, buenos maestros.
Para los que no renunciaron a educar ni siquiera en los años más duros de la crisis, los que no se han dejado envilecer por la corrupción, la amargura y esa certeza generalizada de que abrazar el magisterio no vale la pena… Para esos profesores viejos y sabios que hoy, más que nunca, hacen falta; y también para los jóvenes valiosos que entienden que el porvenir está en sus manos… Felicidades.