ITALIA.- Al lado de Oney Tapia (La Habana, 1976), es inevitable sentirse pequeño. No solo por sobrepasar el metro y noventa centímetros de altura y sus quién sabe cuántos kilos de músculo, sino también por su optimismo desbordante, que provoca que uno se replantee si las preocupaciones diarias son verdaderamente importantes.
Tapia cayó de repente en la oscuridad en 2011. Sufrió un accidente cuando trabajaba como jardinero en Lodi (una pequeña localidad a apenas 30 kilómetros de Milán), pero a la vez que perdió el sentido de la vista ganó muchos otros. “(Los no videntes) entendemos cuál es la persona negativa y cuál es la persona positiva. Entendemos cuándo una persona viene con dobles intenciones y entendemos cuándo una persona viene con la mente sana”, asegura Tapia, que vive en el norte de Italia desde 2002.
“Gracias a ese accidente que tuve”, se congratula, “he podido realizar muchísimas cosas”. Entre ellas, convertirse en atleta paralímpico (medalla de plata en lanzamiento de disco en Río de Janeiro 2016) y ser “más fuerte que la oscuridad”, traducción en español de Più forte del buio, la autobiografía que acaba de publicar (editorial Harper Collins, en italiano). “Cada persona es un libro, y cada uno de nosotros tiene algo bello y hermoso que contar”.
Più forte del buio comienza con una derrota deportiva, en el Mundial de Doha de 2015, para después abrir el grifo de una corriente de pensamiento positivo. El atleta paralímpico es un optimista nato, algo “aprendido de Cuba”, asegura orgulloso mientras habla de su infancia en Marianao, en el barrio de Los Ángeles, que considera “no marginal, pero sí de muchas problemáticas”. “Y entonces de ahí sale una supervivencia (…) y uno tiene que ser optimista”.
Cuando sufrió el accidente, hacía casi diez años que Tapia había llegado a Italia por motivos sentimentales y persiguiendo su sueño de jugar al béisbol. Ser privado de la vista no le frenó, más bien al contrario: de comenzar con el torbol y el golbol (deportes creados específicamente para personas invidente o con deficiencia visual) a nada menos que unas Paralimpiadas en apenas cinco años. Tapia recuerda que al principio su entrenador Guido Sgherzi “no es que creyese mucho” en él, pero a fuerza de trabajo ha conseguido ganárselo tras un recorrido lungo (largo).
Es inevitable que, tras más de quince años fuera de Cuba, a Tapia se le cuelen palabras italianas. “He crecido, he madurado, he creado mi familia, me he insertado en la comunidad bergamasca (Bérgamo, donde vive)”, enumera, “pero nunca se me han borrado las imágenes de mi infancia, las imágenes de la adolescencia, y siempre sueño con Cuba”, y recuerda emocionado “la cultura de Cuba, el malecón de La Habana, las personas, La Rampa, las fiestas”.
A Tapia se le quedó clavada la espina del oro en Río, donde representó a Italia, pues antes de su lanzamiento “el público carioca empezó a silbar y a chiflar”, recuerda, lo que le sirve para explicar que para los invidentes el oído es algo fundamental. “Una vez que el oído viene bloqueado, prácticamente estamos perdidos (…) era demasiada confusión y ahí perdí un poco la concentración”. Aun así, terminó segundo con un lanzamiento de 40,89 metros y el orgullo de habérselo ganado a pulso.
Esta perseverancia le llevó también a ganar en 2017 la duodécima edición del programa televisivo Ballando con le stelle (Bailando con las estrellas), en la que personajes famosos se unen a un bailarín profesional para competir en un concurso de baile. El gran público italiano (más de 4 millones de espectadores vieron el episodio final) conoció la tenacidad de Oney Tapia, que superó la dificultad de su ceguera con horas y horas de entrenamiento, “hasta de madrugada”, y lanzó el mensaje de que “en la vida no hay nada imposible”. ¿La receta para alcanzar los sueños? “Un poco de energía, de valor y de emoción, un poco de felicidad, de amor a tus sueños”.
Su próximo objetivo es el Europeo de Berlín en agosto, que ya prepara a nivel físico y, cómo no, psicológico. Pero su “meta real” son los Juegos Paralímpicos de Tokio de 2020, para los que entrena “desde las ocho y media de la mañana hasta las cuatro o cinco de la tarde”. “Por ahora no hay nada, pero absolutamente nada, que obstaculice mi objetivo”, asegura.
“Yo me siento mejor ahora que he perdido la vista que antes cuando veía. Y te digo por qué: porque yo hablando con las personas, cuando les doy la mano, siento su energía”, relata Tapia cuando la entrevista llega a su fin. Levanta su corpachón, se poner sus inseparables gafas de sol, da la mano y uno entiende esa energía de la que habla.