PINAR DEL RIO, Cuba, febrero -Dos policías visitaron a mi vecina Marisol. Nuestros departamentos están uno frente al otro. Salimos afuera al escuchar su llanto desconsolado. Ya los policías se habían ido.
-Vinieron a decirme –me explicó- que mi hijo Sergito está en el hospital. Lo encontraron tirado en la calle, borracho. ¡Qué falta me hace mi madre ahora!
Mi vecina tiene dos hijos, es madre soltera. Sergio es el menor, con trece años. La madre y el hermano de Marisol viven en La Florida desde hace dos años:
-Mi hermano y mi mamá se fueron con la idea de ayudarme, y ha sido peor. Ya no sé qué hacer con estos muchachos-, dice, sin dejar de llorar.
Marisol fue peritada como trabajadora, debido a una enfermedad mental. Tiene 32 años. La seguridad social le da un salario de 200 pesos cubanos (10 dólares al cambio). Sus hijos dejaron de estudiar y realizan trabajos intermitentes dentro del mercado negro. El mayor tiene 15 años de edad.
Después supimos que Marisol regresó del hospital con la buena noticia de que su hijo estaba fuera de peligro. Un grupo de vecinos quedamos en el parque comentando el caso.
-Se ha perdido todo. La unión entre familias, el respeto de los hijos hacia los padres, la solidaridad entre las gentes-, comentó uno.
-El mundo entero está así, amigo mío-, responde otro-. Pero el primero riposta:
-A nosotros lo que debe importarnos es lo que pasa aquí. Es el lugar donde vivimos, nos guste o no. Y esto está perdido desde hace un buen rato. Muchachos bebiendo, robando y hasta matando, sin ningún control. Estamos viejos y se nos va haciendo tarde. Piensen en eso y olvídense de lo que ocurre en otras partes del mundo.
Luego de soltar todo el desencanto que tiene adentro, el hombre se alejó.
Un rato después, cuando subía las escaleras rumbo a mi casa, me encontré con un joven que bajaba. Preguntó sin saludarme:
-¿Usted sabe si en casa de Marisol hay alguien?
Le expliqué que seguramente ella estaba durmiendo, pues llegó muy tarde del hospital.
El muchacho me dice que lo sabe, porque es él quien bebe con su hijo.
-Quería verla –añade-, para que le diga a Sergio que conmigo no sale más. Me hizo gastar dinero y por poco me mete en un lío con su borrachera. Yo no quiero lío de ningún tipo, a mí nadie me echa a perder mi negocio.
El muchacho tendría la misma edad de Sergio, más o menos.
-¿Tú estudias?-, pregunté antes de que siguiera su camino.
-¿Estudiar para qué, viejo? Eso es perder el tiempo en este país. Yo trabajo como cuentapropista y me busco lo mío-, contestó.
Luego bajó las escaleras como alma llevada por el diablo.