LA HABANA, Cuba. – El Ali Bar no pasa de ser ya una sencilla referencia para los entendidos y una leyenda antigua para algunos de sus actuales vecinos. Luego de muchas remodelaciones capitales que terminaron imposibilitando rescatar la estructura de sus años de gloria, los chapuceros reformadores dividieron la instalación para abrir dos establecimientos, un bar cafetería con horrorosa estructura de pecera, y un cabaret de mala muerte, aunque ambos comercializan en pesos convertibles, en un barrio donde a los vecinos no les alcanza el sueldo para una comida al día.
En la peripatética sombra de lo que fue el Ali Bar, hay todavía algunos trabajadores, muy pocos, que recuerdan a El Benny, y que guardan con un cierto celo algunos de sus objetos personales. Pero nada más. Allí no hay que buscar otra cosa que no sea olvido y penosa frivolidad turística. La mesa favorita del Benny, donde noche tras noche resumía la faena rodeado de amigos, entre los cuales era frecuente hallar a los famosos de todo el continente, se conservó durante un tiempo, pero ya no existe, y espero que a ningún listo se le ocurra inventarla, pues en una pesquisa que realicé en el lugar, en los años noventa, con encuesta incluida, nadie supo decir dónde se había metido.
Parece que la relativa lejanía de aquella zona, con respecto al centro de la ciudad, influyó en el ánimo de quienes trazan la ruta del cilindro contra las joyas de nuestro patrimonio. Como aquí la nostalgia se cotiza en divisas y aquellos que las poseen suelen moverse únicamente entre Miramar, el Vedado y el casco histórico de La Habana Vieja, lo demás vendría siendo lo de menos. Luego, para colmo de males, cuando decidieron hacer algo en el Ali Bar, en agosto de 2002, lo hicieron tan mal que ni para recolectar divisas les está sirviendo.
Alguien debió advertirles a los comisarios sesohuecos de la cultura turística que no sería suficiente con saturar el lugar con frases sacadas de estribillos de algunas piezas memorables de El Bárbaro del Ritmo, o con destinar un sitio en Internet para promocionarlo con afirmaciones tan disparatas como “Todo en él nos recuerda que fue el sitio preferido por Benny Moré”.
Desde luego que el barrio donde se encuentra ubicado el Ali-Bar es notablemente populoso, y su gente es la idónea para no dejar morir allí la impronta del más querido entre los ídolos de nuestra música popular, pero aquellos vecinos no entraron en el plan de los comisarios de la cultura turística. Ellos tendrán que conformarse con una pipa de cerveza a medio cocinar, o con el venenoso e inflamable ron barato, mientras escuchan música grabada, o mueven el esqueleto al compás de alguna agrupación musical de séptima categoría.
En tanto, el que debiera ser rincón de auténtico tributo de recordación a El Benny, a la vez que privilegiado escenario para la música popular cubana, yace convertido en una ridícula parodia para turistas despistados, tan lejos y tan drásticamente ajeno a lo que fue (y aun a lo que luego pudo ser) que es ya irreconocible.
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes direcciones: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0 y www.plazacontemporaneos.com
Fotos: José Hugo Fernández