LA HABANA, Cuba.- El 31 de diciembre de 2016 cerró sus puertas el agromercado de Egido, supuestamente para ser transformado en un centro de elaboración y venta de productos ahumados. La repentina inhabilitación del mayor complejo agropecuario de La Habana Vieja ha obligado a los residentes y dueños de negocios privados a buscar otras opciones, más alejadas e igualmente caras, para abastecer las despensas.
No es secreto que el citado agro era un prodigio de corrupción e insalubridad; pero lo que parecía una decisión enfocada a una entidad específica, pronto se convirtió en una operación de alcance municipal. Dentro de los límites de La Habana Vieja, varias tarimas han sido desactivadas por los inspectores estatales con el argumento de que no tenían las mejores condiciones para vender a la población. Con esa misma justificación amenazaron a los cuentapropistas de una pequeña extensión del mercado agropecuario, ubicada en la esquina de Factoría y Gloria, en la barriada de Jesús María. A pesar de casi dos décadas vendiendo en el mismo lugar les advirtieron que, si no lo reparaban, serían desalojados.
En interés de “la seguridad y la salud de los clientes” les exigieron sustituir las tarimas de madera por mesetas de concreto, reforzar las estructuras de sostén y reparar los techos de fibrocemento. Los emprendedores se vieron obligados a detener la venta y sufragar dichos arreglos con sus dineros, sin el mínimo apoyo por parte del Estado y pagando la licencia como si sus negocios estuvieran activos.
El lugar está casi terminado, pero a este esfuerzo de la iniciativa privada se contrapone todo aquello que el Estado no soluciona. Mientras el pequeño agro es remodelado e incluso algunos vendedores han reanudado su comercio, el maloliente basurero de la esquina, apenas a dos metros de las mercancías almacenadas y en venta, sigue en el mismo lugar.
En incontables ocasiones los vecinos han solicitado que muevan los depósitos a un sitio más alejado, pero a ninguna autoridad parece preocuparle el riesgo de epidemia que supone esa loma de desperdicios en unos de los barrios más afectados por la escasez de agua. La nube de moscas va desde el basurero hasta los cárnicos, las frutas y los vegetales; por ende, todo escrúpulo es poco.
Si el Estado se ocupara de remediar este problema en interés del bienestar común, numerosas zonas de la Habana Vieja mejorarían. En vez de buscar una solución, responsabiliza a los cuentapropistas y deja crecer los depósitos de basura junto a los mercados, sin que haya una disposición legal que lo prohíba.
“Me da asco comprar en ese agro, prefiero ir con mi hija hasta San Rafael o Tulipán (…) En esa esquina echan de todo”, explicó a CubaNet Esperanza, vecina de la zona, mientras señalaba una cabeza de cerdo, casi invisible bajo la nata de moscas, pudriéndose al sol.
El barrio de Jesús María ha crecido en el límite de la insalubridad. No es de extrañar que nadie ponga coto a tan irresponsable práctica. El Estado solo emplea a sus inspectores para exigir e intimidar, pero no para resolver los problemas de la población.
La sensación de riesgo atormenta, especialmente, a aquellos vecinos que tuvieron una educación diferente, donde la higiene y los buenos hábitos alimenticios eran parte fundamental de la crianza. Pero hoy, con las nuevas generaciones adaptadas a la hediondez imperante, la mayoría ni siquiera percibe el peligro al que se expone.