MADRID, España. – En febrero de 2023, el cineasta cubano Luis Alejandro Yero hizo el estreno mundial de su primer largometraje, Llamadas desde Moscú, en el Festival de Cine de Berlín. Por estos días, forma parte de la selección de películas del IV Festival de Cine INSTAR, organizado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt. Al mismo tiempo, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana decidió censurarlo, como denunció el propio realizador.
La película de Yero (Los viejos heraldos, El cementerio se alumbra) tiene por tema a cuatro migrantes cubanos en Moscú, adonde llegaron, como cientos de habitantes de la Isla en los últimos años, con la esperanza de proseguir su camino, internándose en Europa. Pero su condición irregular como extranjeros primero, y la invasión de Ucrania después, los dejó varados en un lugar doblemente hostil para ellos.
“Esta película comenzó justamente en la pandemia”, cuenta Yero. “Yo quedé paralizado en Cuba, en La Habana, una ciudad que no habitaba desde hacía cinco años; primero, con los estudios en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV), y después, porque llevaba una vida bastante nómada, viajando mucho. Pero al quedar encerrado en ese apartamento, en el cual crecí, y que estaba completamente vacío, sentí como una profunda hostilidad. Todos mis amigos hacía años que se habían ido del país, mis compañeros de la escuela de cine estaban de regreso en sus países… Digamos que esa soledad nunca la había sentido y me inquietó muchísimo, me provocó una angustia terrible, más un sentimiento de profundo desarraigo. Porque si la ciudad y la casa que habité son una cáscara vacía, entonces ¿dónde está mi casa?”.
“Con esa idea y ese sentimiento, me encuentro un artículo en El País que hablaba de los cubanos viviendo en Rusia, con unas precariedades enormes, sin papeles, sin conocer el idioma, con un frío terrible. En una parte del texto, la periodista hace referencia a un grupo de mujeres trans cubanas que estaban allí. O sea, su situación es peor: Rusia como el país más homofóbico de Europa, transfóbico; además, muchas de ellas tenían VIH, cosa que en Rusia es como un tabú. Allí ni siquiera hay políticas públicas que hablen y atiendan directamente a los portadores de VIH. Tampoco tenían medicamentos, porque como estaban recién llegadas no podían pedirlos, y estaban tirando con los que tenían. Obviamente, al ver sus fotos noto en ellas una especie de desafío: aquí estamos, aquí están nuestros cuerpos, existimos. Así que yo, colocado a años luz de su situación, con privilegios que no eran los suyos, encontré en ese desarraigo un punto común, de identificación. Y surgió la pregunta: ¿qué significa el hogar para estas personas cuir, viviendo en Rusia? Y, al mismo tiempo, ¿cuál es la idea del hogar? Me obsesioné con eso, y por ahí empezó el deseo”.
Yero contactó a la periodista María Sahuquillo, autora del reporte de El País, quien le facilitó acceder a los migrantes cubanos y entablar un intercambio con ellos.
“Estuve prácticamente un año haciendo videollamadas, y una persona me llevaba a otra. Contacté a varias de las chicas… De hecho, pasó algo muy triste, y es que a los dos meses de iniciar la investigación, una de ellas, Jennifer, murió. Como no tenía antirretrovirales, se enfermó de neumonía y terminó muriendo sola en un hospital para neumonías en Moscú. Ese también fue un impulso, igual que muchas historias que luego fui conociendo”.
Posteriormente, con el propósito de hacer realidad el proyecto, el realizador convocó a Daniel Sánchez, cineasta español residente en Berlín, quien se convirtió en apoyo fundamental para sacar adelante la película. Juntos empezaron a buscar los recursos para la producción.
“Además de ser mi primer largometraje, era la segunda vez que iniciaba un proyecto fuera del apoyo de la escuela, por lo que supuso, como es el mundo real, salir a encontrar los recursos para filmarlo. En ese periodo hubo una energía muy punk, porque era casi una conspiración entre amigos, impulsando esta idea de ir al otro lado del mundo a filmar una película, con el planeta colapsado. Pero en menos de un año logramos los recursos mínimos: primero, gracias al Premio Prince Claus que me gané en Holanda; y Daniel aportó unos fondos de ayudas de emergencia para artistas que repartieron en Alemania. Con eso las cuentas dieron para asegurar lo necesario”.
Alrededor de un año y medio después de leer el reporte de El País e imaginar una película, contactar a sus posibles personajes y reunir un puñado de números de teléfono, Yero viajó a Moscú.
“La idea era estar primeramente yo solo dos meses, haciendo la investigación de campo; luego llegaría la fotógrafa, María Grazia Goya, otro de los pilares del proyecto, y Daniel. Apenas llegué fue el delirio de estar en Moscú, con menos 20 grados, en diciembre de 2021. Permanecí allí desde esa fecha hasta tres o cuatro días antes del inicio de la invasión a Ucrania, en febrero de 2022. En ese tiempo fue encontrarse con esas personas, ir articulando el pacto; obviamente, con un montón de correcciones, porque estando allí me daba cuenta de que había condicionantes de acceso, protecciones que había que tener. Por ejemplo, yo tenía una idea inicial, que era ponerles un abrigo rojo, que termina apareciendo en la película, y que fueran grandes planos generales de ellos atravesando la ciudad vestidos así, como un punto rojo. Pero estando allí me di cuenta de que si hacíamos eso inmediatamente iba a aparecer la policía, y mis personajes acabarían deportados o con un soborno de 500 dólares, que era más de lo que ganaban en dos meses. Así que, con esas correcciones, la película poco a poco fue tomando forma”.
“Podría estar hablando una hora de todas las peripecias que ocurrieron, pero rápidamente llegamos al punto donde nos dimos cuenta de que filmar en la casa de los protagonistas de la película era prácticamente imposible, porque o eran ilegales, o vivían 10 personas en un mismo apartamento… De ahí surgió el dispositivo que consistió en rentar un Airbnb, un apartamento típico moscovita, en los barrios periféricos, y allí crear esa especie de no lugar, ese hogar deseado. De hecho, yo aparezco en la película no porque me interesaba en particular ser parte de la narrativa, sino para justificar dramáticamente que ese es un espacio que crea el filme. En ese espacio, que es una especie de escenario, van a discurrir a lo largo de un día dramático los gestos pequeños, cotidianos e íntimos de su cotidiano, de su soledad y aislamiento como migrantes, cuir, cubanos, en Rusia. Llegar a ese sitio fue una solución que permitió que la película ocurriera. Luego el rodaje fue: yo pasaba por ellos en Uber, del trabajo o su casa, y nos quedábamos par de días con María Grazia en el apartamento”.
Esa intimidad es parte de Llamadas desde Moscú, una película que, si bien está emplazada en el interior claustrofóbico de una vivienda, permite observar la existencia del migrante mientras reconduce su vida sobre el vacío, produciendo su existencia desde cero.
“Como también ellos son de mi generación, había una identificación: ser cubano, joven, gay, partir de ciertas inquietudes compartidas… Obviamente, mi historia, mi biografía y mi devenir son distintos a los de ellos, pero había eso que nos unía y que rápidamente creaba una empatía. María Grazia, que estudió en Cuba y por eso vivió allí tres años, estaba ante una situación que le era familiar. Así que todo fue como jugar; esos dos, tres días que pasábamos juntos, nos emborrachábamos, hacíamos karaoke, cocinábamos, íbamos a un restaurante vietnamita en la esquina. En los intersticios de la convivencia iban surgiendo las escenas. Algunas veces yo les pedía hacer cosas como grabar sus videos de TikTok, y otras era más espontáneo, como que me decían: “Voy a llamar a mi madre, que es San Valentín”. Y yo: “¿Puedo grabarlo?”. Y me decía: “Sí, sin problema”. Ahí fue poco a poco construyéndose y articulándose la película. Todo eso en 15 días, trabajando con los cuatro personajes”.
“Tras pasar por este proceso, al regresar de Moscú, entendí la pregunta inicial de qué es el hogar, y lo hice durante el proceso de montaje. Ya enfrentándonos a las imágenes, porque yo edité la película, poco a poco descubría algo que ha sido muy revelador: que el hogar no es tanto algo físico, sino una idea de tiempo. El desarraigo que yo sentí en 2020, al inicio de la pandemia, encerrado en La Habana, la incertidumbre de los protagonistas de la película y esa espera, ese tedio de no saber qué hacer, tenían que ver con la ausencia de tiempo. Ese lugar donde estaban, que ni siquiera habitaban, era un sitio sin pasado, donde no había una memoria, no había una posibilidad de presente y tampoco una proyección de futuro. Ahí es donde yo descubro que el hogar no tiene que ver tanto con algo físico, sino con la cuestión del tiempo. Todo hogar está habitado por tiempo, y donde no hay tiempo, no hay hogar. Eso fue lo que descubrí. Ahora que lo digo parece muy sencillo, pero para mí fue muy revelador existencialmente, y también a la hora de articular esas imágenes. Se trató de crear ese lenguaje, esa forma cinematográfica donde la incertidumbre, el desarraigo, la ausencia de tiempo, marcaban el día dramático en este no lugar que construyó la película, donde los personajes cantan, hablan con sus familiares, con sus amantes, con sus novios, juegan, en fin. Y están además las llamadas que tienen conmigo, que también forman parte de la película, y que se debieron a la contingencia de la invasión”.
La parte final de Llamadas desde Moscú tiene el decisivo peso espectral de la voz del personaje desde la distancia, filtrada por el aparato telefónico.
“Ahora que lo pienso, en casi todas mis películas aparece la Historia de forma imprevista; siempre se manifiesta. Así que terminamos el rodaje y a los dos días, la invasión. Escapamos de Rusia a los James Bond, porque todo empezó a cancelarse: vuelos, tarjetas… De hecho, llegando a Cuba, al otro día cancelaron todos los vuelos Habana-Moscú por un año. Posteriormente, mantengo diálogo con ellos y rápidamente me doy cuenta de que en nuestras conversaciones se estaba contando también lo histórico. Porque contar la invasión desde ese lugar tan periférico, tan distante, parecía muy interesante. Ver cómo hasta allí se extendía también el horror y la violencia de la invasión de Putin a Ucrania. Eso me pareció muy valioso, porque no solamente se contaban sus vidas y cómo se hicieron mucho más frágiles tras el inicio de la invasión, sino que también contaba la historia desde un lugar muy oblicuo”.
“Ahí decido empezar a grabar las llamadas, y dado que ya yo aparecía como personaje en la película, era orgánico que luego esas llamadas aparecieran y formaran parte de la trama. Este elemento puntúa la doble temporalidad de la película: el aquí y ahora, el tiempo presente del encuentro, la convivencia, en ese apartamento de Moscú antes de la invasión, y luego a través de las llamadas. Así fue como se articuló la película”.
“Posteriormente, dos de ellos regresaron a Cuba a causa de la guerra. Otros dos todavía siguen viviendo en Moscú, y siempre me lo dicen: ‘Yo prefiero estar aquí que en Cuba’. Eso obviamente resulta muy grave, porque habla del derrumbe de nuestro país, de cómo mi generación tiene a tantos jóvenes dispersos por medio mundo, viviendo un desarraigo y una fragilidad tremendísimos, precisamente por un país que ni siquiera pudo darles un sostén y un futuro. Nuevamente la idea del hogar, y el hogar es tiempo. Precisamente esa ausencia de futuro, que como país Cuba no haya sido capaz de darle tiempo a sus jóvenes, y tampoco a todos los cubanos, es de una gravedad tremenda. Que prefieran estar en un país tan distante como Rusia, tan homofóbico, en medio de una invasión, que estar en Cuba”.
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