LA HABANA, Cuba. – De la ayuda humanitaria enviada desde Miami por la emigración cubana no se ha vuelto a hablar. Corre la noticia de que a través de la Global Liberty Alliance (GLA) se busca sancionar a los funcionarios castristas vinculados con la incautación de los bienes, pero en las redes sociales que bulleron ante la negativa del régimen de entregar la donación a los más necesitados, ahora son prioridad el inicio del curso escolar en pleno rebrote epidémico, el aumento de positivos y fallecidos, y las sempiternas colas. Siempre las colas.
Lo ocurrido con la ayuda retenida y supuestamente decomisada en el puerto del Mariel es cosa del pasado para un pueblo cargado de apremios, con una memoria muy corta y un talante excepcional para soportar vejaciones. De la polémica solo han trascendido algunas directas realizadas por residentes en ambas orillas con el propósito de ofender a su contraparte utilizando siempre el mismo tema medular: la comida, o la falta de ella.
El circo mediático que acompañó al contenedor enviado desde Miami figura entre los más lamentables, sobre todo por parte de los apologetas del régimen. La directa de una ciudadana cubana que se presentó como Magaly, comprando en una de las tiendas en dólares y diciendo que lo hacía “para ayudar a su pueblo”, le disputó el gran premio del descaro a otro personajillo procastrista, identificado como el “Guayabero”, quien preparó una mesa con frutas, vegetales y algo de pollo para desmentir en cámara que los cubanos estén pasando hambre.
La burla y la “tiradera” a raíz de estos videos terminaron por ser más relevantes que la ayuda misma; de hecho propiciaron que el malestar generado por la mezquindad del régimen y las burdas declaraciones del Consejo de Iglesias de Cuba, quedara diluido en la ligereza de los insultos, mentiras y exageraciones arrojadas al por mayor desde ambas orillas.
Probablemente a esto se refería Miguel Díaz-Canel cuando alentó a crear nuevas estrategias comunicativas para contener los ataques del enemigo. Durante su comparecencia ante el Consejo de Ministros el pasado 17 de julio, el gobernante aseguró que existen laboratorios ideológicos para desmontar mediante la manipulación los discursos de la izquierda regional, y que en tal sentido “nosotros debemos ser capaces de generar también una estrategia de comunicación, utilizando incluso muchas de las herramientas que ellos emplean contra nosotros”.
Habiéndose comprobado que la dictadura del proletariado es incapaz de producir bienestar, y que Cuba no prospera ni lo hará mientras las viejas mentalidades continúen obstaculizando el renacimiento de la vida política del país en manos de nuevas generaciones partidarias de otras formas de gobierno, el régimen ha comenzado a emplear mecanismos de distracción para restarle peso a las denuncias, reduciendo el debate cívico al “ciberchancleteo” y la superficialidad.
Entre las delirantes declaraciones de Magaly, las bufonadas del Guayabero y las respuestas provenientes de Miami, el dilema de la Isla quedó reducido a la “fucking hambre” ―término acuñado por otra usuaria cubana de Facebook en contestación a Magaly―, y a echarse en cara quién tiene la nevera más abarrotada. Esta línea de choque mantiene a los usuarios de las redes desconectados del problema real y, por consiguiente, de su solución, que requiere de un debate serio y la concientización de que el conflicto está sobre nosotros y no dentro del refrigerador.
“Se han tomado en cuenta los criterios de todo tipo, incluso los que son contrarios a la Revolución para saber en qué elementos nos atacan, en qué están los focos de atención para desmontar nuestro programa económico y social”, aseguró Díaz-Canel y con ello debieron quedar avisados los que agarran un tema relacionado con Cuba, y lo lanzan al ruedo sin tacto ni mesura, para que se arme una escena tristemente costumbrista, con todos los condimentos de nuestra idiosincrasia y cero visión política.
Cualquier individuo que no viva en Cuba, al ver la guerra de imágenes de neveras llenas contra neveras vacías se apresuraría a concluir que la situación de la Isla se resolverá abasteciendo los mercados. Esa idea que tanto conviene al régimen es alimentada por tontos útiles que esgrimen argumentos insustanciales; pero sobre todo por quienes simulan tener un discurso sólido contra el sistema y en realidad no se mueven un milímetro fuera de ciertos tópicos que ya suenan demasiado familiares.
Esos “líderes de opinión” son depositarios de una dosis de credibilidad que les permite mover a placer un importante segmento de la opinión pública y desviarlo de puntos neurálgicos como pueden ser la transición a la democracia, la ayuda humanitaria o el presidio político, para concentrarlo en el mismo nervio (hambre, escasez, colas) adormecido de tanto pincharlo. La visibilidad que han ganado a base de provocaciones resalta tanto la ausencia de liderazgo opositor dentro de la Isla como el peligro de que el pueblo cubano se adapte a esta dinámica y alcance otro nivel de acomodamiento, en el cual se critica a toda voz, mientras las acciones pueden demorar otros sesenta años.
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